Décima quinta sombra

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Los días pasan uno tras otro. Cada noche volteo una hoja del calendario de papel que hay colgado en la pared. Todo sigue igual. Todos los días son iguales. Mi vida sigue ligada al silencio. Sigo sin ser capaz de hablar. Sigo sin ser capaz de articular ni una única palabra.

Elliot pasa cada vez más tiempo con sus amigos. Yo me quedo en mi habitación, solo. Dibujo y juego con los coches. Juego con los coches, los patos de goma y los trenes. A veces también veo la televisión. La televisión es divertida sin embargo lo que más me gusta es tocar el piano. Tocar el piano me hace sentir feliz. Me hace sentir bien.

El otro día, Grace y Elliot estaban hablando. Escuché que Elliot se enfadaba porque Grace dijo que como aún no estoy curado del todo la gente no puede venir a visitarnos a casa. Quería decirle que no se enfadará. Que no se pusiera triste. Quería decirle a Grace y a Elliot que esa su casa, que no quería que por mi culpa no pudieran tener visitas. Escuche como discutían sin embargo, en lugar de decir nada, me limité a fingir que no los oía. Me limité a parecer concentrado. A que creyeran que estaba demasiado leyendo la partitura como para darme cuenta de que ocurría a mí alrededor.

Tras la discusión que tuvieron Grace y Elliot, Elliot dejó de hablarme. Desde entonces ya no viene a mi habitación. Ya no me pregunta si quiero jugar con él. Suele irse de casa, sin decirme nada, antes de que yo me levante. Que Elliot no quiera hablarme me hace sentir mal. Me hace sentir triste. Siento tristeza como la que siento cuando echo de menos a mamá. Noto un fuerte dolor en el pecho. Como si algo alguien me oprimiese las costillas. Me cuesta respirar. Antes lloraba pero ahora ya no. Ahora ya no lloro.

Cuando estoy triste toco el piano. Grace, a veces, todavía me escucha. A veces canta mis canciones.

Últimamente Grace ha comenzado a comportarse igual que Elliot. Cada vez me hace menos caso. Pasa mucho tiempo con una amiga que viene a casa. Beben en las tazas bonitas en la cocina y hablan sobre mí. Creen que no las escucho, pero yo siempre lo hago. Desde arriba de la escalera, sin que ellas se den cuenta.

Grace me dijo que esa señora se llama la Lincoln, la señora Lincoln.

La señora Lincoln es buena conmigo. Es guapa. La primera vez que vino a casa no quise salir a saludarla. Me daba miedo. Cuando entró en casa yo me escondí en mi habitación. Cuando iba ya a marcharse Grace subió a mi habitación y me dijo que bajara a saludarla. Lo hice, bajé, pero no la mire a los ojos. No le dije nada. Me limité a esconderme detrás de Grace.

- “Christian, corazón, esta es una buena amiga mía, la señora Lincoln. La señora Lincoln y yo hemos sido amigas durante mucho tiempo y quiero que la conozcas” me dijo.

La señora Lincoln se agachó y me entregó una caja.

- “Hola, es muy agradable conocerte, he oído hablar mucho de ti. Te traje esto porque he oído te gustan los coches .”

Grace me dijo que debía darle las gracias. No pude hacerlo. Solo sonreí y extendí la mano para tocar sus dedos. Así es como yo doy las gracias. Eso es lo que tocar significa para mí.

- “Adelante, puedes ir a jugar a tu habitación” me dijo Grace al entender que es lo que hacía y porque lo estaba haciendo.

A partir de entonces la señora Licoln comenzó a saludarme. Ahora me saluda cada vez que vuelve a casa a visitarnos

- “Hola, Christian,” me dice, y a continuación se gira y se va hacía el salón a hablar con Grace.

Me siento en el piano y finjo leer música, pero, en realidad, las escucho hablar.

Grace a veces suena molesta. Otras veces llora.

Grace dice que ella no sabe qué hacer, porque ella nunca ha tratado con algo como esto y que todo el proceso de adaptación se está alargando. Que está tomando mucho más tiempo de lo previsto.

El origen de GreyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora