1 de Septiembre de 1991

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1 de Septiembre de 1991

JULIAN

Es terrible, realmente terrible, pero es cierto.

Hoy ha sido la subida al monasterio. Tal como se planeó, el gerente del correo entretuvo al padre Lafcadio cuando le visitó en su oficina para mandar unas cuantas cartas.

Aprovechando el suceso, hemos subido al castillo.

Es de día, nadie teme a nada.

Andrea y yo hemos ido hacia los aposentos del cura; la habitación era alta, una vieja cama de madera con dosel, una mesilla y un escritorio con su sillón, era todo lo que había.

Las paredes estaban gastadas, la ventana sucia y entraba poca luz. Me hice con un gancho y abrí los cajones del escritorio, uno por uno. Andrea revisó la mesilla.

No encontraba nada en ellos cuando de repente oí como un chirrido de una pesada puerta.

-          Julián, mira.- Me dijo ella.

Me giré, la cama se había corrido a una lado y dejaba ver unas escaleras que conducían a una inmensa penumbra.

-          Vamos a bajar.- le dije cogiendo mi linterna del bolsillo.

La cogí de la mano y tiré de ella. Andrea me paró. La observé, su mano temblaba, su rostro reflejaba miedo.

-          Tranquila, es de día, no va a pasar nada. Estoy contigo.- Le hablé tratando de tranquilizarla.

Pareció vacilar por unos momentos. Finalmente, me siguió.

La escalera bajaba en forma de caracol, olía a moho, a polvo, a carne podrida... a sangre...

Nos tapamos la nariz con un pañuelo de papel, el olor era insoportable. Andrea encontró un interruptor. Hice una señal para que lo encendiera, luego, lamenté haberlo hecho.

Había tres ataúdes abiertos, con cuerpos en descomposición, de los cuales, los gusanos bailaban y reían con su festín. Una olla enorme se mostraba en medio del cuartucho, las paredes de piedra estaban húmedas, frías y negruzcas. Un grifo y una nevera se hallaban en una esquina. Me acerqué despacio con Andrea, que estaba agarrada fuertemente a mi mano. Los cuerpos de los muertos estaban con medio organismo, otros sin brazos... Todo se aclaró cuando vimos la olla, ésta contenía agua, una lechuga, una pata de pollo cruda y dos brazos cubiertos de gusanos.

Un bidón de sangre se hallaba justo al frente de la olla. En la pared, unas cuantas herramientas de cocina, así como un juego de cuchillos, se descubrían también en aquella aterrorizadora visión.

En el rincón de la derecha, al lado de unos fregaderos, se hallaba una mesa con un libro abierto de par en par. Me aproximé a él, Andrea conmigo, aún asustada. El libro tenía las hojas amarillentas, la caligrafía era delicada y a pluma, estaba escrito en latín.

-          ¿Entiendes algo?.- le pregunté a ella que se puso delante del libro.

-          Sí, es una receta.

La miré fijamente y la incité a que me la tradujera.

Andrea leyó aquello despacio; era un libro de brujería. Aquél pedazo de papel que contenía extrañas letras para mí, era malévolas.

Esta decía que aquella comida que se preparada, siguiendo dichas instrucciones que citaba, era capaz de dejar a las personas a un total dominio del que la repartiera. Quitándoles el alma, quedándose con el cuerpo y matando a la persona, para después, con un poco de sangre de serpiente en el manjar, los cuerpos fueran siendo dominados por pequeños demonios y así... estaba claro, podría dominar el mundo.

El monasterioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora