13 de Julio de 1991

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13 de Julio de 1991

ANDREA

Todo estaba listo para irnos a ese pueblo donde se hallaba el famoso monasterio, me despedí de mis amigos y partimos.

Madre iba muy concentrada en la carretera e iba con la abuela delante. Me quedé dormida. Cuando desperté sabía que había tenido una pesadilla, pero no la recordaba, sin embargo, no era necesario.

Estábamos llegando al pueblo, el paisaje era desértico, apenas se veía algo de sol y color; todos los campos estaban vacíos, grises, como si nada tuviera vida, pero sí tenían, era extraño.

Se aproximaba una tormenta, los relámpagos se veían tan centelleantes que me dejaban ciega; madre aminoró la velocidad del seiscientos, extensos nubarrones oscuros cubrían el cielo y no tardó en hacerse de noche y llover a cántaros.

El pueblo, que podía ver por la ventanilla, era triste y me lo pareció aún más bajo aquel aguacero. El monasterio estaba en una cima frente al pueblo; madre subió con el coche hasta la mismísima puerta. Un nuevo relámpago nos iluminó el lugar; aquellas puertas enormes negras de madera me hicieron retroceder, me habían provocado miedo sin saber porqué. Mi mente reaccionó con dos palabras: No entrar. Y eso era inevitable, debía obedecer a madre; así que, entré junto a ellas.

Estaban en una misa; había muchas personas mayores, como mi abuela. Me pregunté cómo era posible que hubiera tanta gente si nadie sabía nada de que existía un lugar así, en un pueblo tan sombrío, aunque no más que el monasterio.

Me senté en el banco al lado de mi abuela para escuchar la misa. Vi por una de las ventanas sin vidriera, que había dejado de llover, a lo lejos se oía el ruido de la tormenta.

Al lado del banco donde me encontraba, un poco más allá, vi una puerta por la que se despedía luz. Miré a mi alrededor antes de tomar una decisión, todos estaban pendientes de la misa. Me levanté y acerqué hasta ella cautelosa para no llamar la atención.

La puerta, de tamaño mediano, algo carcomida por el tiempo y de estilo barroco, color marrón oscuro apagado; al igual que la capilla con su altar dorado y blanco, y una cruz de madera del mismo color que la puerta; era como un respiro de aquello. Por alguna razón que no comprendí, mi instinto me hizo seguir el pasillo iluminado que se veía a través de la puerta.

El pasaje, con sus paredes amarillentas y algunos cuadros de Jesucristo, daban la sensación de estar muerto; el techo alto, con sus rincones cubiertos por telarañas me hizo pensar que debía de existir desde hacía siglos y que era enorme y poco cuidado.

El pasillo acabó, me topé con dos puertas, una abierta que invitaba a seguir y otra cerrada. Entré por la primera; una gran mesa, con dos largos bancos a ambos lados de ésta, se hallaban en el centro de la habitación. Las paredes que rodeaban aquel comedor eran de cristal, incluso el techo. Comprobé entonces que había una entrada a un jardín.

Me introducí por la abertura de cristal; allí todo era verde y hacía pensar que el lugar estaba embrujado, debía estarlo, ¿por qué un sitio tan lúgubre tenía algo tan hermoso? Ciento de árboles frutales, con rosales y altos matorrales cuidados, senderos, una gran fuente con un angelito cogiendo agua... todo aquello formaba el jardín al que no se le podía ver fin, era como el mar, se perdía a lo lejos.

-          ¿Qué haces aquí?.- Oí a mis espaldas.- Debes ser nueva, ¿no sabes que este lugar está maldito? No deberías haber venido.

Me giré despacio, un chico pelirrojo tirando a rubio, de ojos grandes marrones, alto, de carácter duro y dulce, de aspecto fuerte, nariz aguileña, delgado, piel morena; me miraba enfadado.

-          No me gusta la misa y me he guiado por las luces del pasillo. No creo que este jardín tan hermoso esté maldito.

Él sonrió apacible. Se acercó un poco a mí.

-          Eres nueva, no me cabe duda. ¿Has venido con tu familia?.- no contesté y le miré seria. ¿Quién se creía que era para hacerme esa pregunta y decirme donde debía estar?.- Ya veo, una chica nueva y callada.- subió a un árbol.- Nos veremos pronto. Ahora será mejor que vuelvas a la capilla, la misa habrá acabado, y si el padre Lafcadio te ve aquí, tendrás más problemas de los que crees antes de lo que esperabas.

Le miré muy asombrada, retrocedí en mis pasos alejándome de allí y llegué a la capilla.

Era cierto que la misa había acabado. El cura se acercó a mi madre y abuela, hablaron; me fui acercando poco a poco; vi que mi madre me estaba buscando con la vista. Recordando las palabras del muchacho, decidí fingir que estaba observando la iglesia muy atentamente. Ellos se acercaron hasta mí:

-          Andrea, - me llamó madre.- este es el padre Lafcadio.- éste me miró con ojos taladradores; mi madre volvió a hablar pero dirigiéndose a él.- Mi hija va a estudiar arquitectura, es muy observadora, especialmente de los grandes edificios.

Y era cierto, menos mal que madre se acordaba, porque el cura no me había mirado con buenos ojos, pero después de aquellas palabras de mi madre me dedicó una sonrisa y su mirada fue más amable, pero esa mueca me dio tal escalofrío que no quiero volver a verla.

Nos llevó a una habitación, se llegaba hasta ella por la puerta cerrada del pasillo, que conducía a otro, y al final de este, frente a la que rezaba “Z”, se encontraba nuestro cuarto con la letra “Y”. La habitación de enfrente estaba sellada y en un silencio inquietante.

Nuestro aposento era gélido y gris; había tres camas rodeadas por cortinas, una ventana, mesa, sillón y sofá, un armario y, por supuesto, un baño.

La abuela se acostó nada más llegar a la habitación, madre y yo nos fuimos con el padre Lafcadio aquel nos iba a mostrar las partes visitables del monasterio.

Ya he dicho que aquel jardín era precioso, lo más de todo, y no me equivoqué, todo tenía el mismo aspecto que el dormitorio, nada parecía tener vida.

Madre esta ahora acostada, cansada y nos han traído la cena.

¡Qué asco! ¿Cómo pueden comer algo así? Es una sopa, pero no una cualquiera, sino de carne de pollo cruda, y ensangrentada aún. Está tan repugnante que no he podido evitar vomitarla. Menos mal que me había echado víveres. Tengo la mochila repleta.

Le pregunté a madre si quería algo, pero como era de esperar, rechazó mi oferta regañándome por la comida puesto que me gustase o no debía tomarla; pero por mucho que ella me ha exigido no le he hecho caso.

Espero que el desayuno sea mejor.

JULIAN

Aún no puedo creer que lleve un mes en este horrible monasterio, debería haberme ido ya, con padre, quisiera él o no. Soy un estúpido, ahora es desatinadamente tarde como para salir de aquí con mi padre, muy tarde.

La comida es la misma de siempre, el cuenco de sopa con carne cruda ensangrentada. La misa reparte lo mismo, nada de hostias como las normales de la ciudad. Esto parece una pesadilla.

Cuando me di cuenta de que este lugar estaba condenado, mi padre no podía moverse de la cama, ahora tiene un sueño bendito difícil de resistir, y por él, y sólo por él, me quedo. No puedo dejarle sólo, Lidia nunca me lo perdonaría, y quizás, Vanesa, tampoco.

Esta noche ha venido una nueva familia, al parecer son tres, una chica de pelo castaño claro, rizado largo, ojos color miel, labios carnosos y nariz redonda y perfecta, tez clara, su cuerpo es delgado, su figura simplemente esbelta y alta, su vestir es tan sencillo que no debe ser muy coqueta; es una preciosidad; aún no puedo creer que diga esto; pero sí, me gusta pero ojalá se fuera de aquí, aunque al parecer, está destinada a quedarse con lo que es su madre y abuela.

Aún no sé su nombre, pero sé que ocupa la habitación de enfrente. La he seguido después de conocerla, es lista, eso me gusta más.

La he conocido en el jardín, se había extraviado y guiado por el pasillo que llega hasta él. Le he aconsejado que volviera a la capilla, aunque me hubiese gustado hablar algo más con ella, se nota que es desconfiada. Si no me he equivocado, espero que se de cuenta pronto de qué clase de sitio es este y pueda irse antes de que sea demasiado tarde.

El monasterioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora