Capítulo VIII: 1-2-3

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Sentí la mano sobre mi hombro y de inmediato mi rostro giró 45 grados hacia la persona que me había tocado. Mis ojos se enfocaron en la sonrisa casi imperceptible del chico que estaba frente a mí. Sus ojos ambarinos parecían más claros y brillantes con la llegada del sol.

―¿Cuánto tiempo has estado esperando? ― me animé a preguntarle, mientras mi enojo se convertía en preocupación.

Gian Camillo me miró con dulzura.

―No más de lo que has esperado tú, ― y esas palabras se sintieron realmente bien. ― Creí que sería bueno agradecerte en persona por lo que hiciste... Por mi primo y por mi.

Asentí levemente, mientras sentía que todo a mi alrededor comenzaba a cambiar.

―Lo hubiera hecho por cualquiera, ― fue la respuesta que le dí.

Gian Camillo se iría y yo volvería a mi autoimpuesto estado de soledad. Y muy dentro de mí, sabía que no quería que se fuera, así que, si era indiferente sería más fácil no extrañarlo cuando se fuera a... a donde tuviera que irse.

―¿Estás segura de eso? ― me preguntó, mientras daba un paso hacia adelante.

El miedo me invadió al tenerlo cerca y retrocedí el paso que Gian Camillo había dado.

―Sí, lo hubiera hecho por cualquiera, ― le respondí, bajando mi rostro.

Escuché el leve murmurllo de la voz de Gian Camillo, mientras decía palabras que yo no podía entender. Lo único que escuchaba era su voz en un tono cálido y bajo.

―¿Harías este tipo de cosas por cualquiera? ¿Incluso por un completo desconocido?

Su pregunta me tomó por sorpresa, porque ni si quiera yo sabía aun como contestar esa pregunta. ¿En serio lo hubiera por cualquiera? ¿Lo hubiera hecho por cualquier desconocido?

Sin embargo, no tenía la respuesta a su pregunta. No tenía idea si lo hubiera hecho cualquiera. No tenía idea si de haber sabido que él estaba loco lo hubiera ayudado. Sin embargo, lo sabía. Sabía que Gian Camillo no estaba bien de la cabeza y aun así, lo había ayudado.

¿Por qué?

―¿Podrías hacer algo más por mí, Miley? ― me preguntó, sacándome de mis pensamientos. ― ¿Podrías?

Levanté mis ojos y me concentré en los suyos. Se veían realmente preciosos y claros, siendo iluminados suavemente por los rayos del sol.

―¿Qué necesitas que haga por ti? ― le pregunté con suavidad.

Gian Camillo tomó una de mis manos entre las suyas y ladeó su cabeza.

―¿Te gustaría ser mi amiga con derechos? ― me preguntó, mientras sus ojos sus adquirían un brillo más potente y deslumbrante.

Y por segunda vez, su petición me había agarrado con la guardía baja. Y esta vez, no estaba segura de poder decir que sí.

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