Capítulo I: Estupidas Preguntas

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Me senté en una de las sillas de madera que se encontraban alrededor de la mesa de madera circular. Miré directamente hacia la persona que me había cuidado desde hacía un par de años atrás y no pude evitar sonreír.

—¿En qué estás pensando, pequeña? — me preguntó, mientras me miraba y achicaba sus ojos.

Sonreí abiertamente, mientras señalaba el reloj que estaba sobre nuestras cabezas. Una sonrisa extremadamente grande se asomó por mi rostro, sabiendo que ella comprendía perfectamente bien lo que estaba sucediendo.

—Si no llega ningún cliente en cinco minutos, y no lo hará, — aseguré con demasiada confianza. — Podré comerme una rica brocheta de carne de cordero que hace Jhon.

—Miley, — miré hacia el lugar dónde me llamaban e inmediatamente sentí como una descarga de adrenalina bajaba por mi espalda. — Necesito que vengas conmigo a la mesa dos en el jardín...

¡Maldita gente! — grité en mi interior. — ¿Qué a caso no hay otros lugares para comer a las once y media de la mañana?

Me puse en pie de mala gana y comencé a seguir a la mujer de cabellos castaños y cortos, que comenzaba a guiarme, a través de la enorme cocina en la cual se esparcían olores deliciosos. Olores que estaban hacienda que mi estómago rugiera.

—Odio a la gente, — murmuré por lo bajito, mientras comenzaba a seguirla.

—Ya sabes la política del restaurante, — me dijo, arreglando sus ropas y su cabello.

Una vez que me vi frente a la puerta que debía empujar para pasar de la cocina al restaurante, me jalé la camisa celeste hacia abajo, me pasé la mano por el cabello y me puse la redesilla. Respiré profundo e intenté conciliar una sonrisa para cumplir con la política del restaurante. Después de todo, era lo único a lo que podía aspirar siendo menor de edad.

—Ya sabes, — me dijo, mientras me palmeaba el hombro con cariño y abría la puerta para que yo saliera primero. — Siempre una sonrisa de cordialidad.

Una sonrisa muy falsa se dibujó en mis labios, mientras pensaba en mil formas diferentes de desmembrar a la o las personas que osaban arruinar mi almuerzo. Y mientras, pensaba en eso una sonrisa de verdadera satisfacción se asomó en mis labios.

—Aquí está, — anunció June, mientras le sonreía a los tres comenzales que estaban frente a mí. — Ella, con gusto, les ayudará.

Después de esas palabras, se retiró hacia la cocina y me dejó en compañía con las dos personas que me miraban fijamente con grandes ojos curiosos. Volví a respirar hondo, intentando descifrar de dónde podían venir.

—Peux-tu nous aider? — habló con la voz profunda y el acento extraño en cada palabra.

—Je ne peux,— le dije sin saber si lo estaba hacienda bien.

El otro chico, quizá un puñado de años más joven, comenzó a reírse sin recato de mi pobre intento por ayudar al mayor, o a él. Aquel que me había estado hablando, rodó los ojos, — tal y cómo yo deseaba hacer en esos momentos, — y después me regaló una media sonrisa.

—Can you help us, please? — preguntó de nuevo y respiré aliviada, sabiendo que sí podría ayudarlo.

—Sure, — le respondí y sonreí abiertamente, mirando con superioridad al otro chico. Sus ojos parecieron traspasarme abiertamente, mientras me miraba. — If you let me, I can bring you a menu so you can make your choice, Sir.

Cuando el chico educado asintió, me di la media vuelta y entré a la cocina. Una sonrisa apareció en mis labios, mientras el olor de la carne a la parrilla con cilantro y tomillo me inundaba los sentidos y hacía que mi estómago rugiera.

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