Capítulo VI

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Capítulo VI

Londres, Inglaterra

Domingo 23 de Noviembre

Biblioteca británica

Entre las salas de lectura de la biblioteca británica de Londres, repletas de lectores ávidos y estudiantes redactando a última hora sus informes para la semana recién entrante, Etienne caminó presuroso entre los pasillos, buscando entre librero y librero la sección de obras renacentistas del siglo XIV. Llevaba poco más de nueve minutos de retraso a la cita, pero entre tanta gente y con las líneas del metro colapsando en esa ciudad atiborrada de movimiento, no pudo evitar perder un poco el sentido de la puntualidad tan innato en sus costumbres diarias. Sólo esperaba que Ferrer estuviera de buen humor, lo cual ya era mucho pedir.

Al encontrar la dichosa sección en medio de dos altos libreros casi sin concurrencia, no fue capaz de retener un hondo suspiro de alivio entre tanto libro. La luz colándose desde los ventanales podía ser percibida en su máxima plenitud dentro de aquel pasillo de relucientes azulejos. Junto a los ventanales, se pegaba a la pared un escritorio con dos sillas a libre disposición, las cuales servían de apoyo al vacío dejado entre los estantes. Etienne, lentamente se acercó al sol, sentándose frente al mesón de madera oscura mientras que lleno de satisfacción sentía el tenue calor del día sobre sus pálidas manos. En el escritorio, un grueso libro de tapas de cuero reposaba en el sereno lugar. Tomándolo entre sus manos para examinarlo mejor, el vampiro abrió el texto con sus meticulosos dedos de tiza, reconociendo entre los bordes dorados de las hojas y la minúscula letra, el contenido de La Biblia. Por los signos presentados, el documento había sido leído hacía poco y el marcador de páginas residía en un capítulo exacto: El libro sellado.

-Llegas tarde, Etienne.

-Lo sé. Es esta ciudad y sus contratiempos -contestó el joven vampiro a modo de excusa. Su voz era calmada, pero firme; habíase acostumbrado a no decir mucho con los gestos. Tras siete años al servicio de Ferrer, había aprendido a conservar un hermético temperamento para quienes le rodeaban -No volverá a suceder -dijo él, girándose en dirección al lugar de donde provenía la voz.

Ferrer se encontraba sentado en los peldaños más altos de una escalera para libreros sobre unos metros del suelo, a modo que los rayos del sol ingresando por los ventanales no llegasen a alcanzarle. A diferencia suya, Ferrer era un vampiro sangre pura; había nacido siendo vampiro muchísimo antes de que el Tribunal de la Inquisición de la Iglesia católica hubiese sido fundado, tenía más de setecientos años de vida, casi ochocientos, y había estado presente cuando el nombre de la poderosa familia italiana de los Médicis se hizo conocido entre las calles de Florencia, cuando el triunfo de Alexander Fleming sobre las propiedades de la penicilina comenzó a oírse entre los bacteriólogos y bioquímicos, y cuando el muro de Berlín había finalmente caído. Ser vampiro sangre pura no sólo significaba ser más poderoso que el resto de los vampiros común y corrientes, de tener el poder de engendrar a otros de su misma especie, de convertir simples humanos en seres inmortales, sino que además, traía consigo ciertas limitaciones que otros de su género no tenían, como por ejemplo, la intolerancia a los rayos ultravioleta. Ferrer debía de esconderse como un topo de los rayos del sol, si no quería convertirse en un pedazo de carbón como muchos otros fueron pereciendo a lo largo de los años. Etienne lo miró desde el suelo con fijeza, orgulloso en el fondo de poder disfrutar aún el calor del sol sobre sí.

-Te escucho -lo invitó Ferrer, ante la impasible mirada de su seguidor.

-No tuvimos suerte. Investigamos al tal Billy del Orfanato Santa Lucía… No era él. Ni siquiera coincidía con las características del que buscamos -le informó Etienne mientras el otro vampiro alzaba una ceja en señal de molestia -Luego investigamos a Jeremy Dawson…

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