Capítulo II

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Capítulo II

Edimburgo, Escocia

Martes 18 de Noviembre

Alphonse observaba con detenimiento la llama de la vela a medio derretir del candelabro de bronce que había sobre la mesa. Una pequeña lengua de fuego que se atrevía a combinar los más vivos colores, saltando del rojo al amarillo en un solo parpadeo y luego al anaranjado mientras, a la más leve brisa, ondulaba sensual y provocadora, como una pequeña bailarina de suaves y gráciles movimientos deslizándose por una pista de cera. La mirada parda del muchacho se encendía de la misma perturbadora forma del cirio al tiempo que, sus pupilas se contraían con braveza en aquellos enormes ojos gatunos suyos.   

Extendió el brazo hasta el candelabro y quiso apoderarse de la llama con un decidido zarpazo, pero como era de esperarse, nada inusual ocurrió. Fastidiado al no obtener el resultado querido, inició un drástico juego, pasando una y otra vez la palma sobre la cera encendida, jugando con el fuego como si de agua se tratase. Siendo perfectamente capaz de sentir el abrasivo calor que producía la vela en su mano, Alphonse continuó con aquella absurda diversión, anhelando en el fondo de su ser que la diminuta flama tuviese la fuerza suficiente para atravesar sus carnes. Cuánta culpa se hallaba anidada en ese cuerpo sin que nadie más que él supiese nada. Y los años seguían pasando y la impotencia seguía carcomiendo su ya quebrantado espíritu...       

Finalmente, aburrido de tanto esperar una pequeña señal de carne chamuscada, retrajo lentamente la palma, deteniendo abruptamente ese frenético vaivén de la mano para mirarla con desengaño. A pesar de sentir la piel caliente, ésta se encontraba completamente intacta, sin el más leve indicio de enrojecimiento o algo que se le pareciese, como si nunca hubiese expuesto su mano ante la llama.       

Era su elemento; el fuego jamás lo dañaría.     

La flama aún danzaba con gracia sobre el candelabro y él seguía contemplándola, pero algo había cambiado, su ceño estaba fruncido.       

Unos delgados brazos lo rodearon por la espalda a medida que un aroma fresco enlazado con ligeros tonos de canela, se introducían suavemente en sus pulmones.     

-¿Es necesario que vayas? –preguntó tiernamente Jessica sin dejar de abrazarlo. Alphonse seguía observando absorto la palma de su mano.       

-Sólo serán unos días –respondió él secamente sin mirarla.     

-No me gusta tenerte lejos por tanto tiempo, además, no creo que nada malo vaya a sucederle… No entiendo porqué tienes que ir a vigilar –agregó haciendo un mohín, al tiempo que apoyaba su frente contra la espalda del joven. Alphonse suspiró.     

-Voy, primero, porque es mi deber; y segundo, porque es necesario –el joven se giró para observar a la muchacha, y tomándola por el mentón le dijo: “Estaré aquí antes de que empieces a extrañarme”. Jessica lo miró sonriendo con aquellos rasgados ojos color gris que exigían cariño y, luego de acariciarle la mejilla, se levantó en puntillas para alcanzar sus labios.       

Un muchacho alto y contextura corpulenta ingresó a la sala justo aquel instante, y luego de observar a la pareja, alzando una ceja se apoyó contra el umbral de la entrada, cruzándose de brazos para enseguida carraspear con fuerza.     

-Lamento interrumpirlos, par de tórtolos, pero les recuerdo que esto no es un motel, por si no se habían dado cuenta –matizó Christopher, haciendo gran alharaca. Jessica se sonrojó hasta la médula al tiempo que Alphonse la tomaba con un brazo por la cintura –Toma; tu carroza está lista, Romeo –terminó con una socarrona sonrisa mientras lanzaba un manojo de llaves que Alphonse diestramente alcanzó en el aire.       

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