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-John... Oye, John...

Luana, una joven de piel morena y ojos rasgados de un sorprendente color verde, observaba trabajar al hombre sentada en una gran caja de madera. Iba de un lado al otro de la antesala, demasiado ocupado haciendo inventario y revisando que todo estuviese en orden para el viaje.

La mayor parte del tiempo su afán perfeccionista sacaba a todos de quicio, pero en aquellas ocasiones resultaba muy útil.

-John.

-¡No tengo tiempo, Luana! Vete a dormir o algo. Mañana partimos.

Manesh, al lado de la chica, se estiró de la perilla con nerviosismo. Ambos se miraron. Ella le dirigió un gesto tranquilizador y volvió a la carga.

-Verás, tenemos un problema...

El hombre siguió apuntando cosas en la libreta que tenía en las manos mientras contaba raciones y provisiones.

-No empieces. Te empeñaste en aprender a manejar armas blancas y con esas te quedas.

-En serio que no es eso...

-No te voy a dar una pistola, niña. -exclamó apuntándola con el bolígrafo.

Ella le sacó la lengua y con el pulgar señaló a su vez hacia la izquierda. John frunció el ceño al percatarse por primera vez de la delgada figura del científico, que lo miraba con cierta ansiedad.

-Ahora que lo pienso, ¿qué estáis haciendo aquí?

-Primero, no soy una niña. Segundo, quién quiere tus estúpidas pistolas. Y tercero, Manesh tiene que comentarte algo.

Los dos se quedaron mirando al hombrecillo mientras este buscaba las palabras adecuadas. Siempre se le dieron mejor las ciencias que la gente, y el fin del mundo no había mejorado eso en lo más mínimo.

-Yo... verás... es que... Lo que me pasa es... que...

-Lo que quiere decir es que jamás ha salido del búnker. -abrevió Luana.

-¿Perdón?

-Yo... aquí... Cuando todo empezó... -se aclaró un poco la garganta y cuadró los hombros con decisión, cogiendo aire.- Cuando la epidemia se expandió yo ya vivía aquí... investigando otras cosas, y nunca he salido desde entonces. No sé si soy inmune al virus o no...

John lo miró de arriba a abajo, luego miró a Luana y volvió de nuevo al hombre, con una expresión entre perplejo e incrédulo que hizo que la chica comenzara a reír; uno de sus pequeños placeres era hacer saltar la tuerca en los perfectamente alineados engranajes mentales de John y ver cómo se quedaba en blanco ante ciertos imprevistos.

-Pues vas a necesitar una máscara. -fue todo lo que le ocurrió decir.

La risa de la joven se intensificó.

-Espera espera, hace tres años se estropeó el sistema de ventilación. -recordó el hombre.- Tuvimos que abrir los respiraderos en la ladera de la cordillera y bombear aire directamente desde fuera. Y no te convertiste.

Todos los habitantes del refugio habían sobrevivido a la primera ola de infecciones transmitidas por el aire, eran inmunes. Que se estropeara el filtrado les daba igual ya que no les afectaba en lo más mínimo el aire del exterior, pero descubrieron de la forma más aterradora que las nuevas generaciones no eran como sus padres.

-Hmmm... -Manesh torció el gesto con incomodidad.- En realidad, yo estaba en el laboratorio cuando ocurrió eso.

-¿Y qué?

-Que el laboratorio tiene... hum... su propio sistema de alimentación, por decirlo de alguna manera, paralelo al del búnker. Por eso se encuentra a un nivel superior de lo que suelen estarlo los laboratorios en otros refugios... es más eficiente así... Filtra su propio aire y es cap-...

-¿Y qué?

-Pues que no salí de allí hasta que todo estuvo arreglado.

-Tardamos una semana entera en arreglar los filtros, Manesh. -dijo John con incredulidad.- Entre los z... bueno, entre la revuelta que causó la avería y lo que tardamos en aprender a repararla, es imposible que te quedaras allí dentro tanto tiempo.

El hombre se encogió de hombros, bajando la cabeza.

-Judith y yo pasamos gran parte de nuestro tiempo allí, solemos tener algunas reservas para cuando estamos demasiado ocupados como para salir.

-¿Y qué me dices de ella? La trajeron más tarde al refugio, lo vi, es inmune. -John trataba de pensar rápido en cualquier solución, rascándose el mentón con el bolígrafo.

El viaje en sí ya suponía el mayor de los peligros, no necesitaban dificultades añadidas que lo complicaran todo.

-Pero tiene una pierna de plástico, John. A no ser que quieras llevarla en brazos todo el rato... - dijo Luana.

-¿Y es absolutamente necesaria tu presencia en esto, Manesh? Puedes escribir en una lista todo lo que necesites, ya sabes.

-Ah... pero...

-Al parecer hay cosas que no sabríamos distinguir ni aunque nos las pusieran delante de los morros. Necesita ver por si mismo lo que puede o no conseguir, y etcétera. -explicó la chica.

El hombre abrió la boca para decir algo pero se detuvo y frunció el ceño, como si acabara de ocurrírsele algo. Los miró a ambos desde muy arriba, desde su altura de dos metros con tres, con un gesto ominoso nada esperanzador.

-Esperad un momento, ¿todo esto lo sabe Hugo?

-Aún no... -la voz de Manesh era casi inaudible.- Luana dijo que te pidiéramos consejo primero...

-¿Y tú desde cuándo lo sabes, Luana?

-Bueeeno... desde hace un par de días...

-Id a ver a Hugo. Ya. De inmediato. ¿No me habéis escuchado? Volad, los dos. ¡Vamos!

-¡Pero John, es mejor si se lo dices tú...!

-Ni de coña. -rió John con sarcasmo, señalándola de nuevo con el bolígrafo.- Te cedo el placer de darle la noticia

Luana torció el gesto, pero por mucho que rogó no sirvió de nada. Se bajó de la caja y enfiló escaleras arriba, en busca de su padre. Manesh recibió una palmada de ánimo en la espalda y, con una sonrisa nerviosa, siguió a la joven. Él no estaba hecho para estas cosas.




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Hmmm... necesitaba practicar los diálogos, no son mi fuerte xD

El último color sobre la TierraWhere stories live. Discover now