(4) - Segunda Parte

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Acomodo la mochila sobre mis hombros, haciéndola saltar y comprobando que puedo tirarla de nuevo con facilidad si me hace falta.

Hago visera con la mano recordando que los cuerpos salieron de aquel bosquecillo de pinos, sorprendiéndome cuando quise entrar buscando los primeros hongos de la temporada. El otoño y sus lluvias apenas acababan de llegar y esperaba encontrar algunas setas que comer.

El rastro es fácil de seguir. Me adentro con cuidado, tratando de hacer el menor ruido. El suelo está húmedo y esponjoso, y eso ayuda mucho. Los infectados suelen llevarse por delante cualquier cosa, hay ramas rotas y huecos en la hojarasca por todas partes trazando el camino que siguieron. No tengo que adentrarme demasiado hasta encontrar las cenizas desparramadas de una hoguera. Sangre. Y dos cuerpos más... dos errantes con los cráneos aplastados a golpes.

Al verlos ahí tirados me detengo de inmediato, congelándome como una estatua tras un tronco que no me cubre en absoluto. No creo que quede nada en este bosquecillo que pueda atacarme, pero la experiencia me ha enseñado el valor de la precaución. Casi pierdo una pierna adquiriendo ese granito de sabiduría.

Giro la cabeza a ambos lados, tratando de escuchar a los pájaros. Nadie presta atención a los animales, pero ellos son el mejor indicador de cómo van las cosas: en cuanto hay algo extraño huyen o se quedan en silencio, pasando desapercibidos. Tratan de evitar a los zombies tanto como los humanos porque a ellos también se los comen; no es frecuente, pero lo he visto un par de veces.

Después de treinta segundos estoy segura de que el bosque está tranquilo, haciendo el ruido que la naturaleza suele hacer cuando nadie la interrumpe.

Me acerco al campamento, observándolo todo. Pateo los cuerpos y me aseguro de que están bien muertos. ¿Unos simples errantes sorprendieron a los militares? ¿No tenían a nadie haciendo guardia? Las cenizas son recientes. Hay restos de comida tirados por el suelo y dos latas abiertas, impresas con lo que parece un sello oficial. Latas. Y yo pensando que ya no existían. Encuentro desperdicios varios, una manta manchada y agujereada, una cuerda rota, un pequeño cazo abandonado al pie de unas raíces. Hay pisadas y rastros profundos en el suelo húmedo que hablan por si mismos. La pelea aquí fue agitada.

Sigo el curso de las señales entre los arbolillos, es como si hubiesen colgado carteles gigantes. El rastreo no es una de mis cualidades, pero hasta un ciego vería este destrozo. Descubro un zombie más y casi al lado a otro cuerpo vestido de camuflaje. Con un agujero en la frente.

Me acerco, parpadeando con sorpresa. El agujero es pequeño, no más grande que el radio de mi dedo. Perfectamente circular. Tras la cabeza se ve un mar de sangre seca y trozos rosa oscuro.

Tienen balas.

Tienen balas. Y armas con las que dispararlas. Nos impresiona el hecho de que siga quedando munición en el mundo, después de tantos años. Pero da igual que ellos tengan las últimas pistolas sobre la tierra, todo esto es de novatos. Una chapuza. De repente escucho un sonido que me es demasiado familiar, un gruñido gutural lleno de ansia. El cuerpo del errante tiembla un poco y yo doy un salto hacia atrás, perdiendo el equilibrio sin llegar a caer. Joder. El corazón me late en los dientes. Saco el cuchillo de la bota y me quedo quieta.

El zombie tiembla un poco más antes de quedarse quieto. Los ojos ciegos le giran en las cuencas secas, abriendo y cerrando la boca desdentada. Me ha escuchado hacer ruido, pero su nariz no puede detectarme. Está hecho polvo, con las extremidades destrozadas y el torso abierto, los huesos grises de su caja torácica brillando sobre la carne raída y las vísceras negras. Pero no está muerto.

Frunzo el ceño con disgusto ante el trabajo mal hecho. Si no pudieron decapitar a uno de manera decente no me extraña que tampoco acertaran a dispararles en el cráneo. Hay balas perdidas por todas partes, veo la corteza de los árboles astillada aquí y allá ¿Quién hace tanto ruido ante un ataque arriesgándose a atraer a más? ¿Quién derrocha balas sin ton ni son?

Continúo con la pista, no es fácil perderla. Salgo del pinar siguiendo el camino de sangre y barro que han ido dejando. No muy lejos, apoyado en una roca grande, hay un hombre de pelo moreno con un brazo cortado y los sesos desparramados por otro disparo. Sólo se me ocurre una razón por la cual amputarían una extremidad en plena huída. ¿Cómo de estúpidos son? Eso nuca funciona. Cuando te muerden sólo tienes dos opciones: matarte o que te maten.

Eso me recuerda bastante a los primeros años, cuando no sabíamos muy bien cómo manejar a los infectados ni cuál era su alcance. La de mancos y cojos a los que hubo que darles viaje.

Me acerco a curiosear. En realidad quiero ver si tiene el arma y si le quedan balas. No es que vaya a usarla, pero podría cambiarla por algo genial. Hay tres errantes más frente al cuerpo, todos con un agujero en la cabeza. Ahora entiendo que fallaran si a su mejor tirador comenzaba a apetecerle la carne humana en vez de la sopa de lata.

El cargador esta vacío y la pistola por sí sola no me sirve para nada. Examino el cuerpo a la luz clara de la mañana. Un chaleco azul oscuro de tela recia, botas altas con suela de goma. Sus pantalones son demasiado grandes para mí. Todo lo que lleva es demasiado grande para mi, qué pena. Le levanto la cabeza por el pelo con cierto esfuerzo, forzando el rigor mortis del cuello con un sonoro crack. Para esta rigidez no hace falta más de un día. Observo su rostro desaseado y ojeroso de labios blancos y barba descuidada.

No son del ejército, Damien.

Imposible. Mira las pruebas. ¿Qué me dices de las armas? ¿Las latas? Tenían el sello oficial de la Armada. ¿Y la ropa? Aún manchada de sangre parece totalmente nueva. ¿Quién podría tener todo eso sino ellos? Siempre están mejor surtidos de todo que el resto.

Pero ha pasado tanto tiempo... hace años que nadie los ha visto. Os retirasteis una vez quedó claro que la situación estaba perdida. ¿Por qué volver ahora? Y más cuando la gente los odia tanto...

Quién sabe. Sus objetivos nunca trascienden a los civiles, ya lo sabes.

Suelto la cabeza y ésta vuelve a caer sobre el pecho del cuerpo con otro crujido. Me levando, estirándome, pensando mucho y muy rápido. Las últimas brisas del verano se han convertido en susurros fríos sobre la copa de los pinos.

No tiene sentido, Damien. Por muchas vueltas que le de. No parece que-

¿Vas a empezar a cuestionar mi criterio? ¿En este tema, precisamente? Si te digo que pertenecen al ejército, es porque es verdad. Y tú sólo tienes que creerme. Yo jamás te mentiría.

Sí, claro que no. Guardo silencio, porque cuando se pone así no hay quien le lleve la contraria. Pero todo sigue pareciéndome fuera de lugar. Suspiro haciendo visera con la mano, retomando la pista. Sólo dura unos metros hasta que las huellas en la tierra blanda se pierden al adentrarse un terreno más duro y rocoso.

Sean quienes sean van directos hacia el Bosque, con el mayor descaro del mundo. Hago saltar la mochila a mi espalda, calibrando su peso mientras aprieto las cinchas y emprendo un trote suave, calculando distancias y teorías.

Con un poco de suerte alcanzaré al grupo, o lo que quede de él, para mañana por la mañana.

Con un poco de suerte ya no habrá grupo mañana por la tarde.

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⏰ Last updated: Mar 29, 2017 ⏰

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