La Casa.

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 El pueblo no resultó ser exactamente como me lo esperaba, en ningún sentido. Contaba con una librería, un único centro escolar -genial, eso implicaba que iba a tener que conocer a todo ser viviente de este pueblo menor de 18 años, sí o sí- tres bares, dos parques, una capilla, un ayuntamiento con su plaza principal, una gasolinera, un taller, una tienda de ultramarinos, y una pequeña biblioteca. Parecía un lugar tranquilo. Tan tranquilo que daba la impresión de que nunca pasaba nada interesante en él.  Miré a mi alrededor, buscando algún tipo de consuelo. Las calles estaban desiertas, y no se oía ni el canto de un grillo.

   Nuestra nueva casa estaba situada un poco más allá de toda esa pequeña civilización, sobre un acantilado, en lo alto de la colina. Una ráfaga de viento húmedo y lleno de salitre fue lo primero que me dio la bienvenida cuando bajé de la furgoneta. La fachada de la vivienda, de un tono verde parduzco, tenía un “no-se-qué” elegante y antiguo que por alguna razón me infundió cierto respeto. Unas bonitas escaleras llevaban a un porche amplio y completamente vacío, en donde se encontraba la entrada principal. Por lo demás, no era una cosa del otro mundo. Veamos: Una puerta principal, dos pisos, siete ventanas, cuatro paredes... y un techo. Sí, sin lugar a dudas era todo un edificio.

   Mientras ayudaba a mi padre a descargar el equipaje y a esperar a que los de la mudanza llegasen, empecé a divagar. ¿Y si me inventase una nueva identidad? Podría resultar divertido. Al fin y al cabo después de un tiempo probablemente me tendría que ir, y nunca descubrirían la verdad. Esbocé una sonrisa con disimulo. Había que reconocer que la idea era muy tentadora. Pero no, no merecía la pena. Lo mejor era que me conociesen tal y como era realmente. Quién sabe, a lo mejor me hacía famosa. “Henna Sharp, la nómada” ; no, no sonaba bien. “Henna Sharp, la aventurera”. “Henna, la que no paraba quieta” , “Henna...”

- ... Henna, ¿Me estás prestando atención?- pegué un brinco, despertando de mi ensimismamiento. Mi salto a la fama tendría que esperar.

-¿Qué... qué dijiste, papá?

-Te dije que fueses entrando -John hablaba con cierto esfuerzo mientras dejaba otra caja en el suelo- si quieres puedes ir escogiendo habitación. Ya me ocupo yo de lo que queda.

Asentí levemente y me sequé el sudor de la frente antes de subir las escaleras principales. La puerta, pintada en cálidos y desgastados tonos caoba , emitió un horrible chirrido al abrirse. Me giré para mirar a mi padre y hacerle entender que teníamos que arreglar eso cuanto antes. Éste asintió y me indicó por señas que ya lo solucionaría en cuanto pudiese.

   El interior de la casa era lúgubre y frío, como si nadie hubiese ni respirado en esta dirección desde hacía décadas. ¡Coff, coff! vale, mejordicho desde hacía siglos. El suelo, en su gran totalidad de madera, se veía maltratado por el paso del tiempo. Me adentré un poco más, de pronto bastante interesada. A la izquierda se encontraba la cocina. Era muy antigua, y no sólo porque la cocina en dónde se preparaba la comida fuese de leña, sino porque los pocos adornos todavía vigentes rezumaban encanto de otra época. A la derecha, pegadas a la pared, estaban las escaleras. Pasé la mano por encima de la cabeza de un precioso cisne esculpida en elcomienzo delpasamanos -también de madera- , arrastrando grandes cantidades de polvo. Me sacudí la suciedad con un par de palmadas y proseguí. Ya investigaría el segundo piso en otro momento.

   Al final del pasillo, una puerta corrediza y acristalada conducía a un amplio salón. Me quedé plantada en la entrada, incapaz de articular palabra. La luz del día entraba a través de unos imponentes ventanales y se reflejaba en el suelo de mármol color beige, iluminando las paredes de piedra caliza. Al fondo, tapada con una manta, se adivinaba la figura de una chimenea, probablemente del mismo estilo clásico que la cocina. Avancé tres pasos y estes resonaron por toda la habitación, acentuando su grandeza. Pensé en cómo quedaría un hermoso piano negro de cola en el medio de la estancia, y se me puso la carne de gallina. Lástima que esto último tuviese que quedar relegado sólo a un producto de mi imaginación.

   Dentro del mismo salón descubrí un baño, espacioso e impersonal -por el momento, claro- que me dejó encandilada. La bañera era blanca y tenía patas, como en las que siempre aparecía bañándose Betty Boo toda sexy. El lavabo poseía un toque sobrio y elegante a la vez, que conjuntaba a la perfección con el resto de la casa. Tiré de la cadena del WC, desconfiada. Casi me dio un ataque de risa al ver que, efectivamente, no podrucía música ni nada por el estilo. Salí del servicio, complacida. Como hubiese dicho mi amiga  Bea: “Todo muy cuco, sí señor”. Suspiré. Haría falta toda una vida para olvidar tantas sonrisas.

   Miré a un lado y al otro. Al parecer ahora tocaba el segundo piso. Con energías renovadas, me encaminé hacia las escaleras, preparada para cuaquier sorpresa nueva  que esta casa pudiese ofrecerme. Y tenía la impresión de que iban a ser unas cuantas...

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