Sonrisa Macabra

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Pum, pum, pum. Rachel Matherson notaba los incesantes golpes contra la puerta una y otra vez. Estaba sentada apoyada en ella, abrazando a su pequeña Penny, y con un gran cuchillo en la mano. La diminuta cocina cuadrada parecía un lugar enorme desde esa perspectiva. Los azulejos anaranjados y blancos y los muebles de color madera clara que antes le resultaban acogedores se habían vuelto aterradores ante lo que les acechaba afuera. La luz estaba apagada, y por la ventana situada a su derecha había un poco de claridad gracias a la luna llena que llenaba la habitación de sombras. Las cortinas color crema danzaban fantasmalmente con la brisa nocturna. Hacía mucho viento, y una rama arañaba la ventana.

—No te preocupes cielo, todo irá bien. —Cogió el rostro redondo de su pequeña entre sus manos y le acarició las mejillas. Un rayo de luz iluminó sus enormes ojos azules.

Rachel no estaba segura de que esa cosa, fuera lo que fuera, las dejara en paz. Penny reclinó su cabeza en el pecho de su madre, y Rachel le acarició su espeso pelo castaño. A diferencia de ella, su hija tenía el pelo más claro, y con sólo cinco años parecía una hermosa muñeca de porcelana.

Seguía notando los golpes en su espalda, cada vez más fuertes. Pum, pum, pum. Pum, pum, pum. Llevaban una media hora escondidas allí, pero ese ser las encontró sin problemas desde hacía ya tiempo. Rachel cerró los ojos deseando que todo aquello fuera sólo una pesadilla, pero sabía demasiado bien que era algo que llevaba tiempo espiándola, esperando su oportunidad; y ese momento había llegado. Estaban las dos solas. Peter, su marido, estaba fuera por trabajo.

Pum, pum, pum. «Maldita sea, ¿y ahora qué hago?», miró a su alrededor, no había escapatoria. La ventana era demasiado pequeña para poder salir por ella. Nada les iba a servir contra eso, ni el cuchillo que había cogido al atrincherarse allí, pero el notarlo en la palma de su mano le daba un sentimiento de falsa seguridad.

«Joder… Joder… ¡Joder!» Estaba desesperada. Miró al techo, la lámpara estaba justo en el centro, pero ya no funcionaba, como el resto de aparatos electrónicos de la casa. Los móviles no daban señal. Estaban aisladas del mundo.

Y todo ocurrió en un segundo, casi sin darse cuenta. Se encontraban en el dormitorio principal cuando todo empezó aquella noche. Las dos se habían tumbado en la cama, Rachel con unos viejos pantalones tejanos y una sudadera, y Penny con su pijama blanco de estrellas plateadas. Veían una película infantil en el televisor de la habitación principal y reían mientras un lobo cantaba una alegre canción. De pronto, tanto la televisión como las luces se apagaron y la oscuridad las engulló. Penny chilló asustada, como todo niño temía la oscuridad, pero a ella también le aterraba. Sabía lo que aquello significaba.

Desde hacía unos meses, todas las noches sentía unos ojos clavados en ella. Mientras dormía, cuando iba a ver a Penny a su cuarto, mientras cocinaba y su hija dibujaba a su lado... Siempre siguiéndola entre las sombras. El vello se le erizaba y miraba a la negrura de la habitación donde se encontrara en ese instante, y a pesar de no ver nada, sabía que allí había algo. Pero lo peor había llegado una noche de fuertes tormentas una semana antes de acabar encerradas en la cocina de su propia casa, donde acabaron durmiendo los tres juntos en la misma cama. Rachel se despertó en mitad de una pesadilla sobre tinieblas. Al acostumbrarse a la oscuridad de la habitación observó que algo negro y grande estaba sobre ella. Sus ojos, dos pozos rojos de sangre la miraban, y le mostró sus dientes afilados en una sonrisa macabra. El ambiente era frío incluso para ser otoño, y estaba cargado de un olor putrefacto que le provocaba arcadas. Esa cosa sacó una lengua viperina y se relamió los dientes mientras la contemplaba. A pesar de que parecía tener la consistencia del humo, su peso no la dejaba moverse. Rachel gritó de terror y Peter encendió la luz rápidamente, pero el ser había desaparecido. Penny se asustó y se puso a llorar, y su marido le dijo que se calmara, que seguramente era la continuación de la pesadilla que estaba teniendo, pero ella sabía que no era así. Los días siguientes a aquel incidente seguía sintiéndose vigilada a todas horas. Intentaba no quedarse nunca a oscuras, y empezó a dormir en el sofá o en la habitación de Penny para que su marido no le recriminara la luz encendida. Aun así nunca se sentina segura. Escuchaba ruidos en las paredes; golpes y susurros en cuanto el cielo se volvía negro. Estaba nerviosa, asustada, y nadie podía ayudarla.

Pum, pum, pum. Los constantes golpes contra la puerta no cesaban, y sabía que no lo harían hasta conseguir lo que quería. Las tenía atrapadas, y si recordaba lo ocurrido antes de encerrarse allí, sabía que el ser las había llevado hasta la cocina dirigiéndolas por toda la casa. Cuando las luces se habían apagado, escucharon arañazos detrás de las paredes. Se quedaron en silencio unos segundos, paralizadas por el miedo, y Rachel notó un aliento gélido contra su cuello. Cogió a Penny a toda prisa de la mano y fueron hacia el piso de abajo pisando los peldaños de la escalera lentamente. Cuando llegaron al último escalón, intentaron llegar a la puerta pero los muebles se movían a su paso, impidiéndolas llegar hasta la salida y empezaron a correr. Ese ser estaba jugando con ellas, y Rachel tenía miedo de sus intenciones. Y de pronto, se encontraban encerradas en la cocina, sin ninguna escapatoria. Pum, pum, pum. El ruido no la dejaba pensar y no sabía que hacer. Su pequeña seguía contra su pecho, y de tanto en tanto temblaba de miedo. Rachel sabía que debía ser fuerte y no demostrar miedo ante ella.

—Tengo miedo, mamá. —Penny sollozaba entre sus brazos.

—No debes tener miedo princesa, mami está aquí y no dejaré que te ocurra nada malo. —La abrazó con fuerza dejando el cuchillo en el suelo.

Pum pum, pum. El ambiente empezó a llenarse de ese desagradable olor que había notado la vez que vio a ese ser. La temperatura descendió y esa diferencia hacía que saliera humo de sus bocas. Los golpes cesaron súbitamente y Rachel dejó escapar una lágrima que recorrió toda su mejilla, sabía que estaba dentro. Sintió un fuerte escalofrío, debían de salir de allí y rápido. Penny seguía abrazada a ella.

—Cariño… —Rachel hablaba en susurros —. Tenemos que salir deprisa de aquí antes de…

—Me aburro —Penny cortó a su madre con tono burlón y la miró.

Rachel se quedó paralizada. La luz de la luna iluminó la estancia. El rostro de su hija, dulce e inocente, tenía ahora un aire de maldad. Penny se alejó de los brazos de su madre, se puso frente a ella y ladeó la cabeza.

—Al principio me he divertido, pero ya me aburre, todo el rato aquí fingiendo —su voz sonaba extraña, lejana.

—¿Qué? ¿Pero qué…? —Rachel no sabía que decir. Su pequeña, su niña, ya no era ella.

Apoyó una mano en la puerta para levantarse, no tenía fuerzas. La bombilla de la cocina se encendió e iluminó toda la habitación haciendo que Rachel parpadeara varias veces. Penny la miraba; sus ojos estaban perdiendo su color azul y se tornaban rojos.

—Hahahaha pensabas que eras tú todo éste tiempo, ¿eh? Me lo he pasado bien acechando a tu hija y viendo como tú estabas cada vez más asustada. Ella ni se daba cuenta de lo que quería, pensaba que era su amigo imaginario. Pero tú, tú me tenías auténtico terror. Hasta me presenté ante ti, para que vieras a lo que te enfrentabas.

—¡¿Qué eres tu?! ¡¡Deja a mi hija en paz!! —Rachel la zarandeó y Penny empezó a reír histéricamente.

—¿Acaso crees que me intimidas, mujer? Soy un demonio y ella ya no está aquí. —Se apartó de Rachel y dibujó una siniestra sonrisa con sus labios rosados—. Gracias por la diversión, pero el juego ha terminado.

Rachel notó un fuerte dolor en su estómago. No sabía cuando hacía que Penny había cogido el cuchillo. Puso sus manos sobre su vientre para detener la sangre, pero su hija le dio cuatro puñaladas más. Rachel estaba atónita, siempre pensó que era a ella a quién vigilaban, a quién acechaban, pero no había caído hasta ese momento que siempre que sentía esa presencia, Penny estaba a su lado.

—Lo has comprendido bien ahora, ¿eh zorra? Ella es mía, su alma es mía, y tú…tú estás muerta. Salúdala de mi parte en el infierno.

Rachel estaba ya sentada en el suelo cuando Penny le dio una última puñalada directamente en el corazón. La sangre manó con fuerza, y la que antaño había sido su hija sonreía mientras ella se desangraba ante sus ojos.

El Sótano MalditoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora