Porcelana

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                                                                  -I-

Emma nunca supo porque le atrajo esa parada de antigüedades en medio del mercado. Era demasiado pequeña para entender que algo la llamaba. Tiró de su madre para ver las cosas que allí había. «Todas son viejas y sucias», pensó en un principio. Había libros polvorientos, marcos con fotos de gente de otro tiempo, juguetes de madera y varios objetos de decoración ajados, nada de lo que a Emma le gustaba. Un chico joven en bici chocó contra la parada y tiró unos frascos que antaño habían contenido algún líquido que ahora, al chocar contra el suelo, dejó escapar una fragancia a rosas.

—¡Lo siento! —dijo el chico deteniéndose.

—¿Qué lo siente? ¡Estos frascos son de los años 20! —le espetó el dependiente poniendo el grito en el cielo—. ¡Le toca pagarlo!

El chico, a regañadientes, sacó su cartera, y empezó con el dependiente un regateo que acabó sin contentar a ninguno de los dos.

Emma les observaba  curiosa, le resultaba divertido ver como los dos hombres intentaban ponerse de acuerdo. Volvió a mirar los objetos de la parada y esta vez algo captó pronto su atención. Como una polilla hacia una luz cegadora, se plantó delante de una vieja muñeca.

—Wooo mamá mira, es preciosa —dijo acercándosela.

La muñeca era antigua, de blanca porcelana. Llevaba un vestido azul apolillado, le faltaba el ojo izquierdo y partes de su pelo rubio pajizo. Tenía una expresión seria, amenazadora. A diferencia de la mayoría de muñecas, ésta no sonreía.

—¿Lo dices en serio Emma? —dijo su madre cogiendo la muñeca y mirándola detenidamente—. Está rota y sucia…  —Su madre dejó la muñeca sobre el mostrador y cogió un tren de madera—. Mira, esto es más bonito. —Se lo acercó.

—No me gustan los trenes —contestó Emma apartando el tren que le ofrecía su madre—. Pero la muñeca se puede arreglar ¿verdad mamá?  —Miró a su madre esperanzada—. Ooooh vamos mamá, la quiero. —Dibujó su mejor sonrisa y volvió a coger la muñeca.

—Ya veo, ya… —Su madre entornó los ojos y se dirigió al dueño de la parada—. Perdone, ¿Cuánto cuesta la muñeca?

—¿La muñeca? Veamos... se la dejo por 10 euros, está regalada señora. —Sonrió enseñando su dentadura desdentada.

Marie, la madre de Emma, miró a su hija.

—Está bien, nos la quedamos. —Le entregó el dinero al hombre.

—¡¡Ooooh  gracias mamá!! —Emma abrazó a su madre y le quitó la muñeca de las manos.

Su madre sonrió. Dieron un paseo por el mercado, su madre miraba las paradas de velas y decoración; después, una con llamativos vestidos veraniegos mientras que Emma no podía apartar los ojos de su muñeca. Estuvieron unos minutos más y al volver a la parada donde habían comprado la muñeca, decidieron marcharse a casa. Emma no dejaba de sonreír, le encantaba su nueva adquisición. Pronto se convertiría en su nueva mejor amiga.

                                                                 -II-

Volvieron a casa cansadas. Marie miró a su hija, tenía una radiante sonrisa mientras abrazaba a la andrajosa muñeca. «En fin, al menos está contenta». En cuanto llegó su marido Emma le enseñó la muñeca nada más entrar por la puerta.

—¿Otra más? Si tienes muchas, además es un poco… —Marie le miró con advertencia—. Está algo rota, pero es muy… bonita. —Su marido le sonrió y ella asintió con la cabeza.

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