Prólogo

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Diez años atrás...

Aunque mi padre era Rey, sus poderes sobre el gran océano iban menguando a medida que pasaba el tiempo. Nosotros no contábamos los años como los humanos, puesto que nuestra vida era larga... Supongo que vivíamos 200 años aproximadamente. Los más antiguos tritones y sirenas eran los que pertenecían al consejo de mi padre. Y desde que tengo conciencia, puedo afirmar que nunca nadie había quebrado nuestra más suprema ley: nunca, jamás subir a la superficie y menos ver a los humanos. Estaba totalmente prohibido. Nadie debía saber de nuestra existencia, pues sabíamos muy bien el mal que habitaba en sus pensamientos. Sencillamente, conocíamos la naturaleza destructiva de ellos. Y de solo pensar que alguno de nosotros cayéramos en sus manos... No quería ni pensarlo. 

Cuando no podía estar con Níria, mi mejor amiga, nadaba sigilosamente a las afueras del reino. Mi pasatiempo era buscar piedras y objetos que llegaban desde arriba. Me divertía coleccionarlos. 

Siempre con la regla de prohibición en mi mente cuando me alejaba del reino, nadé un poco más arriba de lo que nunca había nadado. Por una vez, no iba a pasar nada malo. Notaba que la luz de la luna era lo único que brillaba. Nada ni nadie iba a poder verme. Muy despacio, casi sin provocar burbujas, nadé hasta que noté algo muy oscuro que tapaba mi visión. Ladeé mi cabeza.  Parecía... eso que llamaban barco... y tenía prisa pero de ir a la dirección contraria al mar. Nadé con rapidez hacia el barco, quería acercarme un poco más y verlos. Estaba justo debajo del barco y éste se sacudía constantemente por las grandes olas. Salí muy lentamente a la superficie y asomé mi cabeza. Parecía que había muchos humanos en él, ya que se escuchaban gritos. 

-¡Todos a estribor!- Gritaba un humano alto. No podía verlo bien, ya que las olas movían el barco y la lluvia me borraba la visión. 

-¡Cuidado...!- Escuché que gritaron. Un cuerpo calló al mar. Parecía pequeño, casi de mi estatura en ese momento y por lo visto no sabía nadar. Sacudía los brazos pero no era suficiente, se estaba hundiendo. 

-¡Jonathan, hijo!- Una mujer gritó en el idioma humano.  Nosotros no podíamos entender otros idiomas, así que no sabía lo que decía. 

Nadé hacia él, era mi única oportunidad de verlo de cerca. El humano parecía inconsciente. Golpeé varias veces su cara con mi mano pero no respondía. Definitivamente estaba inconsciente. Apoyé mis labios en los suyos pero no porque me gustara si no porque había oído que les daba oxígeno a los humanos, él abrió los ojos. Lo solté y sonreí. Él parecía muy asustado de mí, ya que empezó a patalear con fuerza. 

-No te esfuerces- Le dije suavemente. 

-Eres... eres... eres...- Trataba de decir. Se tapó la boca con las manos. -¿Puedo hablar bajo el agua? ¿Como?- Se sorprendió. 

-Es porque te di mi aire. Por eso estás respirando bajo el agua. 

Él abrió los ojos muy grandes. Apenas podía distinguir que tenía ojos marrones. Toqué su mejilla con mis dedos pero él retrocedió. 

-¿Me tienes miedo?- Ladeé la cabeza. Él asintió. -No lo tengas. Nunca te haría daño.- Le toqué el hombro y fui subiendo hasta tocar otra vez su mejilla. 

-No me harás daño.- Repitió como hipnotizado. -Eres una sirena- Me dijo y no fue una pregunta si no una afirmación.  

Yo abrí los ojos, sorprendida. Estaba intrigada por él. 

-Mi familia bajará a buscarme, no pueden verte.- Me dijo preocupado. 

-De acuerdo. ¿Te veré otra vez?- Le pregunté. 

-No creo. Pero te prometo que nunca te olvidaré. Guardaré tu secreto pero debes irte de aquí. No pueden encontrarte o...- Se quedó callado y no pudo continuar. 

-¿O qué?- Quería saber que me harían si me veían. 

-O pueden matarte...- me dijo. 

Me asusté. -Pero tú no me hiciste daño y yo tampoco a ti. ¿Por qué ellos me lo harían?

-Porque no son como yo. Ellos son malos y yo no. Por eso, vete. Jamás te olvidaré. Y gracias por salvar mi vida.- Me abrazó. Estaba a punto de nadar hacia el barco pero lo detuve y lo besé. Mi primer beso y con un humano. Fue muy dulce y raro ya que todo sucedió bajo el mar. 

Él cerró los ojos y yo también. Luego, sentí que sus brazos separaban los míos. -Debo irme.- Me dijo. -Nunca te olvidaré.- Y empezó a nadar hacia la superficie. 

-Marina.- Le grité. Él se giró. -Me llamo Marina.

-Marina.- Repitió. Vi que nadó como pudo hacia arriba, luego una cuerda fue arrojada y subió al barco. 

Estaba escondida debajo del barco, esperando confundida. Había visto, hablado y besado, todo a un humano. Me sentía extraña. Me toqué los labios con los dedos y sonreí. Nadé hasta el reino. Estaba demasiado contenta para quedarme por aquí con esta tormenta. 

Ojala pueda volver a verlo, algún día... 

La Magia de la Noche (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora