Un Duro Golpe

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Un duro golpe

De camino a la cafetería nos mantuvimos en silencio, a mi no me gustaba mucho hablar mientras conducía y él no parecía demasiado comunicativo.                       

La zona en la que vivía no era muy extravagante. No había seguido los pasos de aquellos famosos que se iban a vivir a grandes urbanizaciones y se olvidaban de sus orígenes, prefería permanecer en mi pueblecito con la panadería de siempre, los bares de siempre y los amigos de toda la vida. Llegamos a una cafetería. Era pequeña, parecía acogedora y  muy luminosa. Tenía  toda la decoración en blanco, exceptuando las sillas que habían en la barra que eran de un color naranja. Era lo más llamativo de la cafetería.

La prensa ya no me seguía o por lo menos no a la vista. Estaba segura de que antes o después publicarían una foto de los dos.

Nos sentamos y empezamos a charlar. Hablamos de todo y de nada. Me moría de ganas de preguntarle por qué estaba en la consulta del psicólogo, pero no quería que se fuera así que deje que él llevara la conversión por donde quisiera.

Miré el reloj y habían pasado más de dos horas y casi sin darnos cuenta era la hora de comer. Me tenía de marchar, aunque albergaba la esperanza de que quisiera volver a quedar. Nos intercambiamos los números de teléfono.

Me encantaba su forma de pensar. Cómo entendía de música, de arte, de flores de… teníamos mucho en común.

Ya en casa fui al salón en busca de mi madre. La llame y la busqué por toda la casa. Era imposible que no estuviera, habíamos quedado para hablar de cómo me había ido mi primer día en el psicólogo.                         

 Entre en su cuarto. No podía creerme lo que estaba viendo, se encontraba en el suelo, llena de sangre y la habitación toda revuelta. Salí corriendo, cogí el teléfono y llame a la policía. Media hora después mi casa estaba llena de policías, forenses, prensa, todo era un caos.                           

Unos médicos se acercaron, me decían algo, pero no podía escuchar con claridad, mi mente estaba en estado de shock y no era capaz de reaccionar.  Un policía intentaba decirme una y otra vez que tenía que acompañarlos para poner la denuncia por el asesinato de mi madre, pero no me sentía con fuerzas ni para respirar. Uno de los agentes dijo que sería mejor hacerme la declaración en mi casa y así evitar que todos los periodistas fueran también a la comisaría. Hice un esfuerzo inmenso por levantarme. Me dirigí a la cocina y allí firme los papeles que necesitaba la policía e hice la declaración. Fueron muy amables conmigo. Pero debía marcharme de allí, era el escenario de un crimen y la policía tenía que investigar con tranquilidad. Subí a mi habitación acompañada de un policía para coger algo de ropa y cuando bajé las escaleras, allí estaba él esperándome en la puerta.

― ¿Qué haces aquí?― pregunté asombrada de verle. Hacía meses que no sabía nada de él.

Aitor, había sido mi novio durante cinco años. Un día desapareció y no supe nada de él, y lo que nunca me hubiera imaginado, era verle allí plantado con su cabello negro, sus ojos marrones brillantes y su tez morena esperando a que bajara.

―Escuché en las noticias que tú hermana había muerto y creí que necesitarías apoyo. Cuando venía de camino escuché que tu madre acababa de ser asesinada también. Lo siento mucho.

―Aitor, ahora tengo que irme a un hotel, no puedo atenderte, no tenías que haber venido― dije con soberbia.

― Te acompaño, así estaremos en el mismo hotel― se ofreció.

―No quiero que me acompañes― Le lancé una mirada asesina.

Lo que menos me apetecía ahora era tener que cargar con él.

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