15. Salvando al lobo

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Mariel estaba recostada contra la gruesa pared invisible, llorando desconsoladamente. Temía haber perdido a Carlos para siempre. Ya habían pasado algunos minutos después de las doce, y era posible que no pudieran hacer más nada para salvarlo. La bruja ya podría haber acabado con él.

Abrió los ojos sorprendida cuando Gisela tomó el atizador que estaba tirado en el suelo, a su lado.

–Voy a probar algo –le comunicó Gisela, antes de embestir el atizador contra de gran pared transparente. Gisela parecía toda una experta en lo que estaba haciendo.

Mariel sintió como la pared se deshacía detrás de sí. Había funcionado, y Mariel volvía a recobrar las esperanzas.

Rápidamente se levantó y tomó el atizador de las manos de Gisela.

–Vos encárgate de distraerla, yo voy a encargarme de esto. –Gisela asintió.

–Pero dejáme entrar a mí primero, y no permitás que vea que traés eso; o no podremos sorprenderla.

Gisela entró primero, tal como habían planeado; Mariel la siguió llevando el atizador detrás de su espalda. Lo que vieron al entrar a la habitación las dejó petrificadas.

El cuerpo de Carlos yacía en el suelo, encadenado, parecía que la vida le hubiera sido arrebatada. Mariel rogaba que todavía estuviese vivo, que ya no fuera demasiado tarde para salvarlo.

Parada al costado de Carlos, se encontraba una mujer vestida de rojo. Ella aparentaba alrededor de unos cuarenta años. Mariel se sorprendió ya que estaba esperando  ver una anciana. Luego se dio cuenta que esa mujer era en realidad la anciana, debía de serlo. Tenía las manos extendidas hacia Carlos, y estaba alimentándose de él, de su energía, de su vida.

Mariel estaba furiosa, y se prometió que esa mujer sufriría la muerte más dolorosa posible. Ella misma se la impondría.

Antes de que la bruja pudiese percatarse de su intrusión y hacer algo al respecto, Gisela estaba usando sus poderes telekinéticos en contra de esa malvada. La había tomado por sorpresa y en un estado vulnerable, justo cuando se estaba alimentando. Esa era una gran ventaja para las amigas.

La bruja voló por el aire y se golpeó contra una estantería, rompiéndola con el impacto. Su rostro se llenó de furia cuando las vio.

–¡Tú! –le gritó furiosa a Gisela–. A ella la pude ver venir, ¡pero no a ti!

Estaba terriblemente enojada por la interrupción, pero Mariel supo que la bruja también les tenía cierto miedo. Habían sido capaces de derribar las defensas que ella había construido a su alrededor, y le habían encontrado en el momento en el que se encontraba vulnerable. Ese era el momento oportuno para actuar, y la bruja sabía que ellas realmente tenían posibilidades de acabar con ella.

Cuando la malvada se disponía a lanzar un ataque en contra de Gisela, Mariel, con mucha decisión y sin perder el tiempo, se abalanzó contra ella y le clavó el atizador en su costado, empujándolo bien adentro con la intención de que éste se incrustase en lo más profundo de sus entrañas.

La bruja la miró horrorizada, abriendo la boca como para decir algo; mas no alcanzó a pronunciar una sola palabra. En vez de eso, dejó salir un chillido escalofriante. Su cuerpo comenzó a transformarse, envejeciéndose con rapidez, tornándose gris y luego convirtiéndose en puro polvo. Sus huesos cayeron al suelo. La que nunca había considerado a la muerte como una opción, ahora estaba muerta. Para siempre.

En ese momento, Mariel miró a la puerta, Marcos estaba parado allí. Lo había visto todo, y su cara se había llenado de horror.

Cuando los ojos de Mariel se posaron en él, Marcos se dio la vuelta y salió corriendo con todo lo que daban sus piernas. Gisela estaba a punto de seguirlo, pero Mariel la detuvo.

Mi Luna CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora