7. La bruja del monte (pt. 1)

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Mariel se despertó a las seis y media de la mañana. Lo primero que hizo fue mirar su móvil. Tenía un mensaje de Carlos. “Amor. Tuve que viajar a Corrientes. Mi abuela está enferma y decidí ir a ayudarle hasta que se mejore. Te llamo esta noche.”

Estaba confundida. ¿Cómo no le había contado antes sobre su abuela? ¿Recién se había enterado que estaba enferma y había planeado el viaje a último momento? Deseaba que Carlos volviese pronto, sabía que lo extrañaría muchísimo.

Le contestó el mensaje: “Buen viaje amor. Espero que tu abuela se recupere pronto. ¡Te voy a extrañar mucho!”

Luchó para no ponerse a llorar. Su corazón le decía que tal vez pasaría muchos días sin verlo, y no sabía si podría soportarlo. Le mandó un mensaje a Gisela para avisarle que caminarían juntas hasta la escuela, y fue a tomar su desayuno.

Carlos se levantó un rato antes para mirar la zona de Villa Rita y alrededores en el Google Earth. Quería decidir a qué lugar iría. Además, quería llevar provisiones y no podía permitir que sus padres lo vieran tomarlas. Luego de decidir que recorrería el arroyo Crespo, cargó una botella de agua y unas galletitas en su mochila. Estaba ansioso por conocer más sus alrededores, que todavía no había tenido tiempo para recorrer. Y aunque ese día extrañaría a Mariel, debía acostumbrarse a no verla tan seguido; por el bien de los dos.

Luego de desayunar, los mellizos partieron rumbo a la escuela. Después de recorrer un par de kilómetros, Carlos dobló para entrar a un camino que nunca recorrían. Se veía que prácticamente sólo las vacas lo transitaban; sería seguro bajar allí. Ni un alma los vería.

Luego de recorrer un kilómetro, y cuando ya estaba a unos metros del arroyo, Carlos detuvo la moto.

 –Bueno –le dijo a Felipe–. Acá es donde me bajo. Búscame en este mismo lugar al mediodía –Felipe solamente asintió–. Y cuídame la moto —le recomendó Carlos finalmente, antes de que su hermano se fuese rumbo a la escuela.

Caminó un par de metros, y llegó al lugar donde se suponía que debía haber un puente. No lo había, el puente que alguna vez había estado en pie ahora estaba derrumbado, seguramente producto de alguna creciente de las que solía haber en los arroyos de la zona. Carlos se sentó en las ruinas por unos minutos, simplemente mirando el agua correr, la cual surtía un efecto tranquilizante en él.

Mariel ya había llegado a la escuela cuando vio llegar a Felipe. Caminó hacia él sonriendo tímidamente. Nunca había hablado mucho con él y pensaba que tal vez él no querría dirigirle la palabra luego de lo sucedido con Gisela. Sin embargo, fue y le habló.

 –Hola Felipe. Lamento mucho lo de tu abuela, espero que se recupere rápido.

Felipe puso una cara confusa. Luego de un segundo o dos, pareció darse cuenta de lo que ella quería decir, y asintió.

–Sí. Esta muy enferma mi abuela en Corrientes. Carlos fue a visitarla.

Mariel pudo ver la duda en su cara, ¿Estaría diciendo la verdad? No pudo hacerle muchas más preguntas porque sonó el timbre y tuvo que entrar a clase. Más tarde intentaría volver a hablar con él.

Carlos había tomado un sendero que se encontraba exactamente al costado izquierdo del arroyo, el cual era bastante angosto, y poco profundo, el agua que corría por él era bien cristalina y se podía ver a unos pequeños peces coloridos nadando en ella. Los únicos demás animales alrededor eran unos pájaros, que él podía oír cantar sobre unos sauces. No podía sentir la presencia de humanos en los alrededores, lo cual era genial. No quería ser descubierto por alguien que pudiese reconocerle y decirle a Mariel, o alguien en la escuela que, en realidad, él no había viajado sino que estaba vagabundeando por la zona del arroyo. No sería nada bueno que eso sucediese.

Mi Luna CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora