Capítulo 1: Un codiciado objeto

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Desde el fondo del largo y estrecho pasillo a través del cual se accedía a la sala de audiencias del palacio, llegaron, de pronto, los ecos de unos pasos lentos pero firmes. Al observador que en ese momento hubiese permanecido en el lugar, los candiles de las paredes le habrían mostrado una figura aparentemente menuda bajo la túnica del color del fuego, un rojo oscuro que no llamaba demasiado la atención a pesar de la viveza del color y del extraño brillo que emanaba de la buena tela de la que estaba tejida. Cada mano se encontraba escondida en el interior de la manga contraria, apoyadas en el vientre, así como la capucha se encargaba de ocultar cualquier rastro de la cabeza. Ni la larga melena rubia ni la pequeña nariz, en claro contraste con los redondeados y grandes ojos azules o los largos y finos labios, se dejaban ver bajo la tenue luz del pasillo. Sin embargo, eran elementos que ya conocía perfectamente la persona que iba a recibir a esta misteriosa sombra que deambulaba a tan altas horas de la noche por un acceso prohibido a la mayoría de los habitantes de Góset.

Una vez que llegó hasta el final del pasillo, se acercó sin vacilar, como otras tantas veces hubiera hecho ya, hasta la voluminosa mesa frente a la que le esperaba sentado un hombre de unos cuarenta años, de barba y cabellos cortos y negros como el tizón y un cuerpo que triplicaba el de la recién llegada.

—Sabes de sobra que no me gusta que me hagan esperar.

—Le ruego que perdone mi tardanza, pero me fue imposible venir antes.

—Espero, al menos, que haya merecido la pena aguardar tu llegada. No faltarán más de tres o cuatro horas para que salga el sol y tengo un par de citas importantes por la mañana.

—Sin duda alguna. Creo que las noticias que le traigo le harán olvidar al instante las horas de sueño perdidas.

—¿Quiere eso decir que lo has conseguido? —preguntó cambiando por completo la expresión de su rostro, de ceñudo a expectante, echándose rápidamente sobre la mesa.

—Exacto. Esa es, precisamente, la razón por la que me demoré tanto.

La mujer se acercó un poco más e introdujo una mano en el interior de unos de los bolsillos de su túnica. Del mismo sacó una brillante gema de color verde y del tamaño de una nuez que dejó sobre la mesa bajo la atenta mirada de su observador.

—¿Es de verdad?

—Lo es.

—¿Hay forma de demostrarlo?

La encapuchada giró a la derecha y se alejó en busca de una jarra de barro que había sobre una pequeña mesita cerca de la única ventana de la habitación, un enorme agujero cuadrado practicado en la pared que ofrecía una fabulosa vista de la ciudad, a tantos metros por encima de esta. Una vez comprobado que había agua dentro, volvió sobre sus pasos hasta su posición anterior y comenzó a verter el contenido de la jarra sobre la esmeralda. Ante la perplejidad del hombre, el chorrillo de agua que iba cayendo sobre el brillante objeto empezó a evaporarse al contacto con este, formando, en dirección al abovedado techo, danzarinas figuras hechas de vapor que simulaban multitud de dragones que zigzagueaban de un lado a otro sobre sus cabezas

—Pero, ¿cómo lo has hecho?

—Usted me lo pidió.

—No fue así exactamente, Saguia. Yo necesitaba de algo con lo que lograr la ayuda de los dragones y fuiste tú quien me habló de estas gemas. Sin embargo, se supone que ellos mismos las han estado buscando durante siglos sin que nadie hubiese logrado aún dar con su paradero. Entonces, de pronto, me traes una de las perdidas esmeraldas.

—Tampoco es que le contara absolutamente todo lo que sabía. He dedicado unos cuantos años de mi vida a buscarlas, pero comencé a hacerlo a raíz de un tremendo golpe de suerte.

El murmullo de la batalla (Saga Ojos de reptil #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora