Capítulo 12

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    Harry se revolvió en su cama de nuevo, incapaz de conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en Louis, a quien había esperado ver aquella noche en la discoteca como todos los viernes, pero que, sin embargo; no había aparecido. El castaño había ido a recogerle el miércoles anterior también, tras el embarazoso encuentro del ojiazul con la familia del rizado.

    Bueno, embarazoso para Harry al menos, pues tanto su madre como el muchacho de negro parecían haber disfrutado la situación. Y, a pesar de que Louis no le había dicho nada de que no podría verle aquel viernes, el castaño no había aparecido por la discoteca a la que Harry iba con sus amigos.

    «Para ser sinceros, tampoco me dijo que vendría» pensó el ojiverde. Sin embargo, el chico había esperado verle allí y había vuelto a casa decepcionado cuando comprobó que se había equivocado.

    Harry rodó por la cama hasta quedar justo en el borde, por el lado donde estaba la ruda. Extendió un vacilante dedo en su dirección pero no sucedió nada cuando acarició el áspero tallo. Volvió a recordar la tarea de buscar información sobre la planta, que tenía aún pendiente, para averiguar por qué se le habían caído tantas hojas en tan poco tiempo.

    Algo golpeó el cristal de la ventana en aquel momento, sobresaltando al rizado, que se levantó de la cama y se dirigió hacia ésta. Harry paseó la mirada por la calle sumida en sombras al otro lado de la ventana y descubrió al causante del ruido, de pie frente a su casa.

    -Te veo, principito-dijo Louis, con su característica media sonrisa, apreciable a pesar de la distancia y la falta de luz.

    -Lou, ¿qué haces aquí?-preguntó Harry confundido, tras abrir la ventana.

    -He venido a enseñarte una cosa.

    -¿El qué?

    -Baja y te lo digo-contestó el castaño.

    Harry se apartó del cristal, cambió los pantalones de pijama por unos vaqueros, se puso una sudadera azul sobre la camiseta holgada con la que dormía y se calzó unas deportivas negras. Cuando terminó, menos de un minuto después, abandonó el dormitorio, bajó las escaleras y salió de la casa.

    -Bueno, aquí estoy-dijo el ojiverde a modo de saludo, cuando cerró la puerta tras él.

    -¿Te cambias deprisa  o duermes así vestido?-preguntó divertido Louis, señalando los vaqueros del rizado.

    Harry ignoró la broma del mayor, metió las manos en los bolsillos de la sudadera y dijo a su vez:

    -Creí que ibas a enseñarme algo.

    La sonrisa del ojiazul se ensanchó e indicó con un gesto al menor que entrara en el reluciente audi negro aparcado detrás de él.

    -Está lejos para ir andando pero llegaremos deprisa si vamos en coche-explicó.

    El ojiverde rodeó el coche, abrió la puerta del copiloto y entró sin preguntar nada más. Louis lo imitó y condujo sin dudar por una serie de calles estrechas y oscuras, algunas de las cuales completamente sumidas en sombras y otras iluminadas apenas por la temblorosa luz de una alta farola solitaria. A pesar de no conocer la zona por la que el mayor lo llevaba, Harry sí se dio cuenta de que se estaban internando en Londres, abandonando las afueras para dirigirse al centro de la ciudad.

    -¿A dónde vamos?-preguntó el menor con curiosidad.

    -Lo más importante de una sorpresa es el misterio-respondió el ojiazul-. Si no fuera por eso, se llamaría regalo a secas.

    Consciente de que no iba a conseguir sonsacarle nada más al castaño, Harry se giró de nuevo hacia la ventanilla para contemplar las luces que rasgaban la noche, las cuales se hacían más abundantes conforme se internaban en la ciudad.

    Afortunadamente, tardaron menos de diez minutos en llegar a su destino, un oscuro parque situado tras un bloque de edificios idéntico a los que se levantaban a ambos lados. Louis aparcó cerca de la entrada y se bajó del coche mientras Harry lo imitaba.

    -Vamos, ya estamos cerca-dijo el castaño acercándose a la verja verde que rodeaba el parque.

    -Pero está cerrado-contestó Harry señalando a un cartel blanco atado a la valla que avisaba de que el recinto había sido cerrado temporalmente.

    -No te preocupes principito, no te pasará nada-prometió el mayor mientras saltaba la verja.

    Harry pasó al otro lado también y siguió a Louis por el parque sumido en sombras con la luna y las estrellas como única fuente de luz. Caminaron durante unos cinco minutos, en silencio, hasta que el ojiazul se volvió sonriente hacia el rizado cuando un muro de setos se interpuso en su camino.

    -Ahora no puedes ver-dijo el castaño mientras se colocaba tras el menor y le tapaba los ojos con las manos.

    -¿Hasta cuándo?-preguntó nervioso Harry.

    -Enseguida te dejaré ver de nuevo-prometió el muchacho de negro mientras reemprendía la marcha, atravesando el muro de setos.

    Unos sietes pasos después, el rizado sintió las manos del mayor descubrir sus ojos y los abrió curioso. Frente a él se extendía una pequeña extensión de hierba corta que descendía suavemente para terminar en una laguna de aguas tranquilas y negras. La brisa nocturna le trajo el aroma dulce de las flores que se abrían durante la madrugada y el tenue susurro de las hojas al ser mecidas por el suave viento que corría entre los árboles del otro lado del estanque.

    Pero la razón o, mejor dicho, razones; por las que Louis le había traído allí revoloteaban sobre el negro espejo que formaban las tranquilas aguas de la laguna, brillando con una delicada luz dorada en medio de la noche.

    Luciérnagas.

    -Lou esto es precioso-musitó Harry casi sin voz.

    -Pensé que te gustaría-contestó el castaño tras él.

    El rizado se acercó un paso al estanque, pero pisó sin querer una rama que crujió al quebrarse. De inmediato, las luciérnagas más próximas apagaron su luz, volviéndose invisibles en la oscuridad.

    -Se asustan con facilidad-susurró Louis-por eso no debemos hacer ningún ruido.

    Harry asintió en silencio y siguió contemplando el tranquilo vuelo de los insectos, que parecían estrellas caídas, flotando sobre aquel lago azabache. Poco después, las luciérnagas asustadas volvieron a brillar, uniéndose a sus compañeras en aquella mágica danza.

    -Gracias por traerme aquí Lou-dijo Harry al cabo de un rato, volviéndose hacia el mayor.

    El muchacho de negro lo observaba con intensidad, ajeno al baile de las luciérnagas. El rizado vio algo distinto en sus ojos azules y dio un paso hacia el mayor sin pensar, quedándose a pocos centímetros de él. Harry sentía su respiración acariciarle el rostro con suavidad y, por primera vez, su instinto coincidió con su corazón. Obedeciendo a ambos, el ojiverde se puso de puntillas y besó al castaño en los labios.

    Por un segundo Louis no correspondió al gesto.

    Sólo por un segundo.

    Harry sintió los suaves y cálidos labios del mayor presionar los suyos y una corriente eléctrica recorrió cada célula de su cuerpo, haciéndole sentir más vivo de lo que se había sentido nunca. Sus brazos se levantaron sin orden alguna para rodear el cuello del ojiazul mientras notaba las manos de éste acercarlo más a él por la cintura.

    Un minuto más tarde los chicos separaron sus labios, cortando el beso, pero sin despegar ni un milímetro sus cuerpos. Durante un momento ambos permanecieron en silencio, con el recuerdo de aquel primer beso ardiendo aún sobre la piel. Las luciérnagas se habían congregado a su alrededor, formando una delicada burbuja de luz dorada que los aislaba del mundo.

-De nada Harry.

Magic (Larry Stylinson) {TERMINADA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora