11. La hora de la verdad (pt. 1)

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Carlos iba a ver a Mariel nuevamente, y eso lo hacía muy feliz. Sólo habían pasado tres días sin verse, pero la había extrañado en sobremanera, mucho más de lo que alguna vez se había imaginado que podría llegar a extrañar a una persona.

Había decidido que llegaría a su casa en forma sorpresiva, sabiendo que ella estaría más que contenta de verlo. Se habían estado enviando mensajes de texto desde el día que ella pensaba que él se había marchado, y ella le repetía una y otra vez que se moría de ganas de volver a verlo. Carlos también se moría de ganas de verla a ella, aunque había hecho lo posible para soportar tener que estar lejos de ella.

A las tres de la tarde, subió a su moto y manejó hasta Villa Rita, estacionando su querido vehículo bajo el árbol de paraíso que había frente la casa de Mariel. Esta vez el gato de Vanesa no se encontraba a la vista. Ninguno de los dos se sentía cómodo en la cercanía del otro.

Carlos caminó hasta la puerta y tocó timbre, esperando a ser atendido. Luis Gleim fue quien abrió la puerta, mirándolo seriamente.

–Buenas tardes –lo saludó el padre de su novia.

–Buenas tardes –contestó Carlos–. ¿Se encuentra Mariel?

–Sí –dijo Luis, su semblante todavía serio–, pero tiene que estudiar, hacer su tarea, y otras cosas. No puede atenderte.

Carlos estaba empezando a ponerse impaciente. Nada le impediría ver a Mariel, pero primero debería razonar con su celoso padre. No podía forzar las cosas.

–Ya sé –le contestó–, pero yo estuve en la casa de mi abuela por unos días, y necesito ponerme al día con la escuela… Estaba esperando que ella tal vez pudiese ayudarme.

Luis lo pensó por unos instantes, sin estar demasiado de lo que iba a hacer, pero finalmente se abrió paso, y lo invitó a Carlos a pasar.

–Está bien, pasa. Pero no pueden salir a ninguna parte. Se quedan aquí dentro… Ya te la llamo a Mariel.

Carlos entró a la casa, caminó hasta un cómodo sillón, y tomó asiento, mientras su suegro se iba a llamar a su querida Mariel.

Mariel estaba segura que ése era Carlos ni bien oyó el timbre. Podía sentir como su corazón saltaba de alegría dentro de su pecho, y grandes mariposas invadían su estómago. Salió rápidamente de su habitación, tropezándose con su padre en el medio del oscuro y largo pasillo que llevaba a la sala de estar.

–¡Hey! ¡¿A dónde vas tan rápido vos?! –exclamó su padre.

–Perdón, pá. Iba a atender la puerta, pensé que ya te habías ido a trabajar –mintió Mariel, sabiendo que su padre no se iría hasta dentro de unos diez minutos.

–Bueno, pero no andes corriendo dentro de la casa, –le reprochó tu padre–. Ah, y te está esperando tu noviecito en la puerta, viene para ponerse al día con la escuela. Después de eso, que se vaya, tenés que ayudar a tu hermana también. No te olvidés.

–Bueno, no hay problema –le dijo Mariel aunque odiaba tener que ayudar a su hermana; mas ése era el precio que debía pagar si quería salir los fines de semana.

Antes que su padre pudiese decirle más nada, Mariel corrió hasta la sala. Carlos se levantó del sillón al verla corriendo hacia él. Mariel saltó a sus brazos, sin importarle que pudiesen verlos sus padres y su hermana, y le dio un beso apasionado, antes que Carlos pudiese reaccionar.

Carlos la tomó de la cintura mientras la besaba con entusiasmo. Ninguno de los dos deseaba separarse. Ninguno de los dos oyó cuando la hermana de Mariel entró por la puerta.

Mi Luna CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora