Capítulo 8. Gato

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Un puñetazo contundente cruzó la cara de Ahmed. Su cabeza rebotó como si se tratara de un saco de boxeo.

—¿Qué es lo que estás haciendo? —gritó Raúl, oculto en algún lugar tras la máscara.

—¿Qué ocurre Raúl? —Gato sonrió— ¿Mis métodos no los aprobarían en el cuerpo? Hace demasiado tiempo que dejaste de ser mosso d’esquadra.

—¡Por Dios, solo es un ladrón!

—Que yo recuerde, tus formas solo eran ligeramente más suaves.

La voz de Raúl se calló mientras agarraba y alzaba del suelo al hombre inconsciente.

—Vaya ejemplo a seguir que eres, ya no recuerdas a tu puta rumana…

—Estás loco.

Gato soltó una carcajada estridente.

—Soy el espíritu que vive en el fondo de la botella. Tu maldito yo oscuro. Llevas tanto tiempo conmigo que ya no recuerdas cómo empezó todo.

Hundió la cabeza de Ahmed en el agua.

El magrebí recuperó la consciencia. Su cabeza se encontraba sumergida por completo en el lavabo. Intentó sacarla para respirar, pero Gato lo sujetaba, imperturbable. Cuando estaba a punto de ahogarse, tiró de él por el pelo y le dio unos segundos de respiro. Ahmed tosió escupiendo agua y sangre.

—¿Cómo se llama tu jefe? Me vas a decir cómo se llama el cabrón de las cerillitas…

—Una mierda —le respondió, tosiendo, justo antes de que Gato volviera a sumergirlo.

El ladrón forcejeó, agarrándose con fuerza al borde de porcelana mientras trataba de sacar la cara del líquido teñido de rojo. Gato siguió inmovilizándolo, aguantando los forcejeos el tiempo suficiente como para que el magrebí creyera que iba a morir. Tiró de su pelo otra vez.

—¡Tu jefe!

Repitió la macabra operación durante varios minutos, pero Ahmed aguantó. Gato terminó arrastrándolo fuera del baño, hasta la cocina. Lo lanzó sobre el suelo de gres y empezó a patearle con fuerza las costillas. El otro tosió sangre y luego vomitó; su cara se tiñó de un escarlata intenso. Mientras se revolcaba por el suelo, presa del dolor, el ex policía registró los cajones de la cocina. Uno de ellos, casi vacío, se balanceó a causa de un peso anormal.

—Vaya, ¿qué es lo que tienes aquí escondido, Ahmed?

Deslizó la mano por debajo del cajón para arrancar de este una pistola envuelta en cinta americana, junto a un par de cargadores. Gato le quitó el lazo a su regalo y lo desenvolvió.

—Ahora sí que vas a hablar, pedazo de mierda, como una cotorra. ¿Qué es lo que robasteis anoche del hospital? ¿Qué fueron, golosinas para los niños? ¿Solo para los moritos o también para todos los demás?

Ahmed, con los párpados cerrados, intentando contener el ardor que le quemaba el tórax, oyó a duras penas como se insertaba el cargador en un arma, mientras su atacante desaparecía por la puerta de la cocina. Desesperado, se arrastró por las baldosas, con el rostro velado por su propia careta de sangre procedente de la herida en la frente. Se deslizó como pudo hasta la cajonera que había junto a los fogones, alzó la mano, luchando con sus propios músculos hasta que pudo alcanzar el asidero del cajón superior. Gato volvió a aparecer. Le aplastó la espalda con el tacón de madera de su bota, retorciéndolo, como si estuviera eliminando un insecto.

—Sí, grita. Vamos, grita. Duele, ¿verdad? Eso es. Retuércete como el gusano que eres.

Levantó la automática, a la vez que la cubría con un pequeño cojín que había recogido del sofá en el salón. Luego hundió el cañón en él mientras lo apoyaba en la rodilla de Ahmed.

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⏰ Última actualización: Sep 10, 2013 ⏰

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