Capítulo 7. Lucía

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Las puertas del vagón se cerraron tras la señal de aviso. El tren arrancó un instante después para seguir su ruta hacia Vic. Lucía cerró de nuevo la tapa del móvil. Había llamado a su padre una docena de veces y él ni siquiera se había molestado en descolgar el teléfono.

Miró a su alrededor. La estación estaba flanqueada a un lado por las montañas del parque natural del Montseny y, al otro, por las calles de La Garriga. Lucía resopló sin saber hacia dónde dirigirse. Odiaba tomar el metro, el autobús o el tren, depender de horarios y compartir ruta con centenares de otras personas. Echaba de menos su Vespa y, sin que las consecuencias le preocupasen demasiado, tomar la carretera con un vehículo que legalmente solo podía usar por ciudad… Pero, tras la última bronca con su madre, las llaves de la moto habían quedado clara e inamoviblemente confiscadas.  Esa fue la gota que colmó el vaso y por eso había tenido el arrebato de dejar Barcelona.

No sabía la dirección de la casa de su padre. Ni tan siquiera conocía aquel condenado pueblo. Sospechaba que iba a ser tan pequeño que ni aparecería un autobús para ahorrarle la caminata.

En el andén había tres personas de pie, al otro lado de las vías. Seguro que esperaban el tren de vuelta a Barcelona. Quizás no sería mala idea subirse y volver por donde había venido, después de todo. «No», se dijo a sí misma. Ya era casi una adulta y debía comportarse como tal. Si había tomado aquella decisión debía seguir con ella. No era momento de echarse atrás.

Una chica pasó andando muy cerca. Parecía tan solo un poco mayor que ella. Llevaba los cascos puestos y vestía con ropas góticas. No parecía para nada una pueblerina. Era atractiva tanto por sus formas opulentas como por su salvaje cabellera rubia. Lucía dudó en preguntarle. Si no era de los alrededores quizá no sabría donde se encontraba la masía en la que vivía su padre. Se decidió al fin y avanzó hasta ella, deteniéndola al tocarle el hombro. La desconocida se volvió y la miró extrañada, con unos intensos ojos azules que casi hicieron que se mareara.

Tras unos segundos de desconcierto, Lucía recuperó el habla y preguntó: 

—¿Perdona, eres de por aquí?

—Claro.

—Ah, bueno, así perfecto, quizá puedas ayudarme. Busco la masía Bota Negra.

—Gotanegra —la corrigió la chica, divertida—. Se llama Go-ta-ne-gra.

Lucía la miró extrañada. La otra le regaló una sonrisa encantadora y negó varias veces con la cabeza, como si no diese crédito a algún tipo de casualidad.

—Claro que sé dónde es. Al norte del pueblo. Si quieres puedo enseñarte cómo se llega. ¿Tienes familia allí?

Sonrió, más relajada, y respondió:

—La verdad es que sí. Por cierto, me llamo Lucía.

—A mí me puedes llamar Áurea. Encantada.

Tiempo de Héroes - Acto 1Where stories live. Discover now