Capítulo 3

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Tras bajar del coche Andrés vio cómo un guardia salía del cuartel, dirigiéndose hacia él.

—Señor, soy el sargento Agustín Alonso, sígame por favor.

El guardia que había traído a Andrés hasta el cuartel, se acercó al sargento y le entregó el pequeño bloc en el que había escrito momentos antes. Luego otro guardia salió del cuartel y ambos subieron al Megane para continuar con su quehacer diario.

El sargento cruzó la verja y se dirigió hacia el interior. Andrés le siguió. En la acera vio que había grabadas las palabras GUARDIA – CIVIL, una a cada lado de la entrada. Al adentrarse se fijó en una placa conmemorativa en la pared de su derecha otorgada por el Ayuntamiento en honor a la dedicación y los servicios de la Guardia Civil de Vinaròs. Siguió adelante y entró; a la izquierda había un mostrador protegido en la parte superior por un cristal irrompible, con una ventanilla como los de las cajas de ahorro. El interior del mostrador era una garita de un metro y medio cuadrado, en la pared del lateral y en la del fondo había varios monitores, cada uno de ellos se dividía en cuatro imágenes que correspondían tanto al interior como al exterior del cuartel. Tras el mostrador se encontraba un guardia que mantuvo una pequeña conversación con el sargento Alonso. El guardia del mostrador tenía un pronunciado acento andaluz.

El sargento se dio la vuelta hacia Andrés.

—Sígame, le llevaré hasta el capitán.

«¿El capitán?» —Andrés se preguntaba por qué le llevaban a ver al capitán, en vez de tomarle declaración directa cualquier otro guardia; el guardia de antes le había dicho: «pura rutina».

Llegaron hasta una puerta de color blanco. El sargento dio tres golpes en la puerta.

—Usted espere aquí —el sargento entró cerrando tras de sí.

Andrés comenzaba a ponerse cada vez más nervioso. «¿Qué hago yo aquí?» —se preguntaba—. «Han asesinado a mi tío; tendrían que ir en busca del culpable» —pensaba—, «y en vez de eso están aquí tan tranquilos, perdiendo el tiempo conmigo».

La puerta del despacho del capitán volvió a abrirse, pasados unos instantes.

—Ya puede pasar —dijo el sargento Alonso, asomándose por la puerta entreabierta.

Alonso se apartó dejando paso a Andrés, quien entró con disimulada cautela.

El despacho del capitán no era gran cosa, las paredes eran blancas, a la derecha había un archivador, a la izquierda una pequeña estantería y en el centro de aquel cuadrado despacho se encontraba una mesa rectangular, tras la que se hallaba uniformado un hombre alto y delgado; se trataba del capitán de la Guardia Civil de Vinaròs José Manuel Ramírez. En su rostro alargado, en el que destacaba un fino bigote, se reflejaba la experiencia de un hombre que había llegado donde estaba por sus propios méritos. Pese a tener solamente cuarenta y ocho años, en sus ojos se podía distinguir la capacidad de ese hombre.

El capitán Ramírez permanecía sentado, impasible, mirando los papeles que tenía sobre la mesa. Alzó la vista sin mover la cabeza, estudiando al sujeto que tenía delante.

—Siéntese —indicó el capitán con un ademán.

Andrés retiró una de las sillas que había frente a la mesa del capitán y posteriormente se sentó.

—Bien —dijo Ramírez—. ¿Es usted el señor Andrés Taída Lasala?

—Así es —respondió Andrés—. ¿Por qué me han traído hasta aquí? El guardia que me trajo dijo que se trataba sólo de tomarme declaración.

Ramírez alzó la cabeza y dejó caer el bolígrafo que tenía en la mano sobre la mesa. Se inclinó hacia delante,  apoyando los codos en la mesa.

—Le seré franco —dijo el capitán—, tenemos razones para creer que el asesinato de su tío guarda relación con usted.

—¿No creerá que fui yo quien...?

—Oh, no, por supuesto que no. Usted tiene una buena coartada.

—¿Yo?

—Así es. La chica que limpia las escaleras en el edificio de pisos en el que usted reside empieza su tarea a las siete de la mañana. Nos ha dicho que le vio a usted salir del piso sobre las ocho y media. Para ser usted sospechoso hubiera tenido que salir y volver a entrar entre las siete y las ocho, hora en la que al parecer fue asaltado su tío.

—Entonces, ¿qué relación tiene conmigo? —preguntó Andrés.

Ramírez miró el bloc que le había entregado el sargento Alonso; el mismo bloc de notas en el que media hora antes había escrito el agente encargado de ir a buscar a Andrés.

Aquí dice que han entrado a robar en su tienda. Lo más lógico sería sospechar que fue la misma persona.

—¿La misma persona? ¿Quién? —preguntó Andrés.

—Quien fuera que asesino a su tío para robarle un maletín.

—¿Un maletín?, ¿cómo saben que le robaron un maletín?

—Tenemos una testigo —respondió Ramírez—, una vecina que vive unas casas más allá. La mujer se encontraba limpiando los cristales de su casa cuando lo vio todo. Todo, salvo al agresor, ya que éste se encontraba de espaldas. No podrá hacer ningún reconocimiento.

Ramírez abrió un cajón de su mesa y metió la mano sacando un papel arrugado, lleno de manchas de un color granate, que estaba metido en una pequeña bolsa de plástico transparente. Volvió a mirar a Andrés mientras le alargaba el papel.

—Su tío fue asaltado en la calle, pero parece que tuvo suficiente fuerza para entrar en casa y subir al primer piso.

Andrés alargó la mano para coger el papel que le ofrecía Ramírez.

—Le encontramos —continuó Ramírez— en su despacho, con este papel en la mano, creemos que lo escribió antes de morir.

Andrés desplegó el papel y lo leyó:

Tras la Misericordia.

Donde se encuentra la cruz

Custodiado por el duc de Vendôme.

Entregar a mi sobrino Andrés.

Andrés alzó la vista y miró al capitán Ramírez, quien a su vez le observaba; tenía los codos clavados en su mesa y los dedos cruzados frente a su boca.

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⏰ Última actualización: Sep 07, 2013 ⏰

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El secreto de la MisericordiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora