Capítulo 1

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Eran las siete de la mañana de un frío día de noviembre, el sol empezaba a aparecer semioculto por el mar de Vinaròs. La ciudad se encontraba prácticamente desierta, salvo por el paso de algún que otro vinarocense que se dirigía al trabajo con su vehículo. La mañana era más oscura de lo normal a causa de las nubes que comenzaban a aparecer por la sierra del Puig.

El padre Joaquín Lasala, caminaba a paso ligero por las calles de Vinaròs. Pese al frío de esa mañana, el sudor resbalaba por su frente.

Don Joaquín, que era como le conocían sus feligreses de la parroquia de Santa Magdalena, era un hombre delgado y de estatura media; a sus cincuenta y cuatro años lucía un pelo totalmente blanco y tenía las facciones de la cara abundantemente pronunciadas. Vestía un pantalón negro y una camisa gris en la que destacaba el típico alzacuellos blanco, pese a que hoy en día la mayoría de sacerdotes no lo llevaban cuando iban por la calle; llevaba también una chaqueta de lana negra, que tenía desabrochada a causa del calor que sentía, pues a cada momento aceleraba el paso más y más.

Don Joaquín había nacido y pasado su infancia en Vinaròs, aunque a muy temprana edad descubrió su vocación hacia Dios, teniendo entonces que marchar al seminario y posteriormente recorriendo diversos pueblos de la Comunidad Valenciana para hacerse cargo de sus respectivas iglesias; había regresado a su ciudad natal hacía apenas un par de años, para hacerse cargo de la parroquia de Santa Magdalena. Aunque la Iglesia le proporcionaba una vivienda, él prefirió instalarse en la antigua casa de sus padres, en la que había vivido su hermana con su marido hasta que ambos murieron en un trágico accidente en la carretera de Vinaròs a Ulldecona.

El padre Joaquín había intentado no mirar hacia atrás durante todo el camino, sabía que alguien le estaba siguiendo; probablemente la misma persona que le había llamado al móvil momentos antes. Al llegar frente a su casa miró con reticencia hacia atrás, sin ver el menor rastro de su perseguidor. Subió uno de los dos escalones que se encontraban frente a su puerta, con el fin de alcanzarla. Sin previo aviso sintió un fuerte golpe en su espalda, perdiendo así el equilibrio y estampándose contra la puerta; giró la cabeza para percatarse de qué había sucedido, viendo detrás de sí a la persona que lo había estado siguiendo, quien sacó un cuchillo y con gran rapidez se lo clavó en el costado izquierdo. El párroco sintió un fuerte escalofrío por todo el cuerpo, sus dedos se debilitaron y su mano se abrió, dejando caer el maletín. El agresor recogió el maletín y salió corriendo, desapareciendo de la vista de don Joaquín.

El cura se encontraba apoyado contra la puerta de su casa, con la mano presionando sobre su costado lleno de sangre. Metió la otra mano en el bolsillo y sacó una llave. Con gran esfuerzo logró introducirla en la cerradura y abrir la puerta. Pese al terrible dolor que sentía y prácticamente a gatas fue subiendo, como pudo, las escaleras. Mientras la sangre seguía brotando de entre sus costillas. Al fin logró llegar al primer piso, abrió la puerta de su despacho y se internó en él.

Tambaleándose se dirigió hacia el escritorio, cogió un lápiz y un papel y, temblándole el pulso, escribió en él. Rendido por el esfuerzo cayó al suelo, quedándose boca arriba, mientras sentía cómo la vida se le escapaba. Se quedó allí, sin ni siquiera intentar moverse; con el papel medio arrugado en su mano izquierda, que descansaba sobre un pequeño charco de sangre.

El secreto de la MisericordiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora