Capítulo 3 "El Titánic se hunde dos veces más"

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Necesité de todo mi autocontrol para no cerrarle la puerta en la cara y echarme a correr. Me miró con sorpresa, como si no esperara encontrarme ahí. Al parecer el imbécil había olvidado que ésta era mi casa y que él era el intruso.

Tratando de evitar su mirada, dirigí la vista hacia la mejor amiga de mi madre, quien portaba una expresión muy diferente a la que recordaba. Ahora se presentaba ante mí con los ojos un poco perdidos, tristes, sin esa chispa que siempre la había caracterizado. Me dedicó una leve sonrisa que nunca llegó a sus ojos. ¿Qué le ocurría? Le sonreí de vuelta y miré a Stephanie, quien seguía tan hermosa como siempre. Rubia, alta, con un cuerpo envidiable y los ojos verdes más letales que había conocido en mi vida. Los únicos ojos en el mundo que hacían honor a la frase de "si las miradas pudieran matar...", porque sus ojos sí que mataban.

Por último, volteé a mirar a la chica que estaba parada al lado de Christopher, de la cual no me había percatado antes. Me sorprendí muchísimo al notar lo parecida que era a Stephanie en cuestión de estilo. Las dos eran altas y tenían un cuerpo que yo, ni en mis doce años de ser bailarina, había logrado obtener. Lo que las diferenciaba era que ésta otra chica tenía el pelo oscuro y los ojos azules... Ojos que también parecían querer desollarme en vida.

"Stephanie Dos" se veía un par de años mayor, su rostro era un poco más afilado y su nariz demasiado puntiaguda para ser natural, pero fuera de eso, era como si ambas hubieran salido del mismo desfile de modas.

Muy tarde me di cuenta de que no había dicho ni una sola palabra desde que había abierto la puerta, y cuando sentí que el Titanic había chocado y se había hundido dos veces más, Anna habló:

— Jessica, cielo. ¡Qué hermosa estás!

— Hola, Ana. Muchas gracias, tú también te ves muy guapa.

Intenté que mi tono fuera casual. Era claro que no había pasado tanto tiempo como pensaba y que realmente me había tomado tan solo unos segundos escanear con la mirada a las personas que tenía enfrente.

Jessica, deberías aprender a ser menos grosera. No es de buena educación examinar así a las personas.

— ¿Y Bianca? Esperaba que ella nos abriera la puerta, justo hace unos minutos estábamos hablando por teléfono. Se escuchaba muy emocionada, al igual que nosotros. ¿No es cierto, chicos?

Las integrantes del Clan Perfecto voltearon a verla, pero Christopher me miró a mí.

— Sí, estamos muy emocionados — dijo con asco.

Y habiendo dicho aquello, pasó a mi lado y entró a mi casa. ¿Qué no conocía lo que era el respeto? ¿Acaso no tenía modales? ¿Sus padres no le habían enseñado?

Ese pensamiento me hizo notar algo muy importante. Algo en lo que no me había fijado antes: sí, eran cuatro personas las que habían estado allí cuando abrí la puerta, pero una de ellas era una chica a la que yo nunca había visto en mi vida. Lo que dejaba un total de tres personas conocidas frente a mí (ahora dos, ya que el señor Irrespetuoso había entrado como Juana por su casa), ¿dónde estaba Francesco?

Yo, siendo la señorita Impertinente, iba a preguntarle a Ana qué había pasado con su esposo, cuando mi mamá llegó y me puso una mano en el hombro. Volteé a verla y vi a una mujer hermosa, se había maquillado y se veía increíble.

En un abrir y cerrar de ojos, pasó a mi lado y se lanzó a los brazos de su mejor amiga.

— ¡Ana! ¡Qué gusto que estés aquí!

— Bianca, tú sabes que no tengo a dónde ir.

¿Qué?

Por lo que yo recordaba, la casa de los Veltroni era enorme. Los abuelos de Christopher habían acumulado una fortuna inconmensurable y habían decidido heredarle una gran mansión a su hijo, Christian. Sin embargo, cuando éste había muerto de una terrible y repentina enfermedad, justo antes de que Christopher naciera, la familia había decidido dejar la propiedad a nombre de Ana, quien habría sido la esposa de Christian si tan solo la vida le hubiera dado una segunda oportunidad. Mi madre me había dicho que los abuelos de Christopher no tenían en muy buena estima a Ana, pero que al ver cómo ella había cuidado de Christian hasta su último respiro y tras saber que Christopher sería el único nieto que les concedería la vida, habían decidido que mientras ellos vivieran, jamás les faltaría nada.

El perder a su futuro esposo tan solo unos meses antes de que naciera su hijo debió haber sido un golpe muy duro para Ana, quien no tenía familia cercana, pues sus padres habían fallecido cuando ella era adolescente. Sin embargo, tenía a dos personas que no la dejaron sola en ningún momento y la acompañaron en cada paso del camino. Una de esas personas era mi madre. La otra era Francesco Veltroni, su mejor amigo. Ellos fueron quienes evitaron que Ana se cayera en pedazos.

Con el paso del tiempo, su relación con Francesco creció, pues él era quien no se despegaba de su lado. Le ayudaba con las labores del hogar, la acompañaba a todas partes, le compraba comida, la llevaba a dar paseos y procuraba que no le faltase nada. Las cosas fluyeron de la manera más natural posible y para el día del nacimiento de Christopher, Ana y Francesco se habían enamorado el uno del otro. Ana pidió que nunca la dejase sola. Francesco le dijo que jamás se alejaría, porque el bebé necesitaría una figura paterna y él no planeaba ir a ningún lado. Le otorgó su apellido a Christopher y unos meses después, también se lo dio a Ana. Vivieron un año más de matrimonio feliz, un matrimonio que mi mamá juraba había visto venir desde el inicio, y al poco tiempo, Ana quedó embarazada nuevamente.

Los Veltroni siempre habían sido una familia unida, sin duda una familia mucho más estable que la mía (y con más dinero), así que la ausencia de Francesco y las palabras que acababan de salir de la boca de Ana para mí no tenían sentido alguno.

Cuando miré de nuevo a mi madre y a su amiga, noté que el abrazo que compartían momentos antes se había convertido en algo más. Ana lloraba y mi madre la estaba consolando.

— Ana, no llores, todo va a estar bien.

— ¡Es que no lo entiendo! ¿Cómo pudo hacerme esto?

Vi que Stephanie se removía incómoda en su lugar, hasta que decidió tomar la mano de "Stephanie Dos" y ambas se adentraron en la casa, también como si fuera suya.

— ¿Sabes qué? Vamos a olvidarnos de todo esto y empecemos ahora. ¿Qué te parece ir a comer y luego al karaoke esta noche? — dijo mamá en intentando animarla con un codazo juguetón en el estómago.

Ana sonrió ligeramente antes de asentir.

— Entonces ya está, hoy seremos jóvenes otra vez. Ven, los ayudaré a instalarse.

***

Había unas cuantas cosas de las que estaba segura y que no paraban de dar vueltas en mi cabeza:

Primera: no tenía ni la más mínima idea de por qué Ana había venido tres meses antes de la boda y mucho menos por qué no había buscado un departamento o un hotel. ¡Eran tres meses!

Segunda: no sabía qué había pasado con Francesco.

Tercera: seguía sin saber quién era la chica que había venido con ellos.

Y, por último, una cuarta cosa: si mi madre salía con Ana esta noche, me quedaría sola en casa con el Clan Perfecto y sus perfecciones. Al menos hasta que mi hermano o mi padre se dignaran en llegar.

Hablemos de una velada encantadora. 

Nuestra Traviesa MentiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora