Capitulo 7

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  • Dedicado a Kelly DreamsEscritora
                                    

Emi estaba nerviosa, sin saber aún el motivo, lo único que sabía era que esta tarde quería ver el cuadro y asegurarse de que tenía todo lo necesario. No podía estar desperdiciando tiempo porque le gustase Cristian… Se paró en seco delante del retrato de la fuente, no… a ella no le gustaba nadie… ¿Cristian? Era solo que le había dejado conducir su descapotable, y estaba embelesada, sólo eso.

— Señorita Goltes, la comida está servida en la salita pequeña.

— ¿En la mesa redonda?— interrogó perpleja.

Lina sonrió asintiendo.

— ¿Sabe dónde es?

— Eh… sí, claro…. Creo… — dudó.

— La guiaré, no se preocupe.

Salieron del gran salón, caminaron a través de la estancia siguiente, rodeándola, y llegando a la habitación en la que estaba todo preparado sobre la mesa camilla.

— ¿Por qué aquí? Creí que el comedor era esa mesa grande…

— Y lo es, la cocina pilla muy cerquita y este sitio es más acogedor, ¿no te parece?

Acogedor… Emi observó la salita de tres paredes rectas y una semicircular con un gran ventanal, forradas de madera hasta la altura de su nariz; una chimenea pequeña ocupaba la pared lateral; había cuadros familiares colgando y un par de paisajes, una tele de 22 pulgadas, la mesa redonda con cuatro sillas alrededor, un estante con libros y, justo al lado de la ventana, una mecedora. Sí, era acogedor.

— El señorito Cristian suele venir a menudo aquí para relajarse.— le informó Lina.— Siéntese, señorita… digo… Emi.— recordó con una nueva sonrisa.

La sopa estaba sobre la mesa humeando, un servicio al lado del otro, a la luz de la ventana y con vista a la televisión.

— ¿Tardará mucho Cristian?

— No, no lo creo, Rosa ha ido a llamarle.— le contestó.— Voy a ir a por la jarra de agua, me olvidé ponerla.

Emi asintió, tomando asiento frente a la ventana, observando sin querer la mecedora… aquí era donde se relajaba. Podía imaginarse perfectamente la mecedora moviéndose, la estufa encendida y a Cristian leyendo algo ahí sentado.

— La sopa huele de maravilla, ¿no crees?— oyó que le decían a su lado.

Emi parpadeó estupefacta, saliendo de la ensoñación. Cristian estaba sentado y probando la sopa. Sintió como sus carrillos se arrebolaban, reaccionó tomando la cuchara, metiéndola en el líquido caliente y espeso, disimulando.

— Mumm… es cierto… y está deliciosa.

Cristian sonrió divinamente a sus ojos. Notó que se había cambiado, ¿y echado perfume? Él sí que olía de maravilla.

— (No, no… concéntrate, Emi, estas comiendo con un viejo amigo, y tan solo llevas un día y medio… has venido a trabajar, a trabajar…)— se repitió mentalmente como un mantra.

El muchacho siguió su ejemplo de comer, asintiendo ante el sabor.

— Y dime,— le habló de nuevo cuando acabó.— ¿cómo es que no tienes novio?— Emi lo miró en una mueca, ¿por qué aquella pregunta precisamente?— Siento curiosidad, mi primo empezó con eso y… aún recuerdo tus desventuras con los chicos.

Ella resopló su flequillo.

— Eso es algo que deberías no recordar, — tomó otra cucharada distraída.— sigo teniendo esa mala suerte.— le contestó.

Las nubes no son de algodónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora