Capitulo 4

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Se miró un instante en el espejo tras darse en su barbilla con el masaje de después del afeitado, comprobando que no se había dejado nada. Por alguna razón necesitaba sentirse atractivo. Al pensarlo, se hizo una mueca a él mismo en el espejo, desdeñando esa idea de bombero que había surgido. Además, tan solo era una amiga, con la que le gustaría hablar, eso no lo negaba.

Terminó de colocarse su camisa de manga larga verde claro, la abrochó y remangó los antebrazos hasta los codos. Volvió a mirar su reflejo, metiendo las manos en los bolsillos del vaquero haciendo una pose.

— ¿Qué diablos estoy haciendo?— se preguntó esta vez en voz alta.

Sacó las manos saliendo y bajando las escaleras, dirigiéndose hacia el salón principal, donde ya se oían voces, y una no le agradaba demasiado.

— … Entiendo señorita Goltes,— decía esa voz irritante.— usted sólo ha venido a trabajar, no es una de las amigas de mi querido primo.

— De hecho también soy… bueno…— la muchacha no sabía qué contestar, lo pensó bien.— nos conocemos.— finalizó y le sonrió, ese sujeto no le causaba buena impresión, y no era por sus modales caballerescos, sino porque la ponía de los nervios que la mirase tanto. Pero ella siempre era cortés con todos.— Fuimos… compañeros de clases.

— ¡Vaya! Qué increíble. Debió ser toda una sorpresa encontraros.

Ella sonrió.

— Desde luego que lo fue.— dijo Cristian haciendo aparición en la sala.— Hacía años que no nos veíamos y me reconoció enseguida.— los dos que hablaban lo miraron, Emi pareció suspirar aliviada, el gesto le hizo sonreír internamente. Observó a su primo.— ¿Qué te trae a estas horas? ¿Te quedas a cenar?

— No es nada grave, sólo quería descansar un poco de la abuela, últimamente no para de decir cosas sin sentido. Desde que le subieron la morfina, creo que tiene alucinaciones, al menos duerme como un bebé.

— Me llegaré a verla mañana cuando baje al pueblo.

— ¿Vas a bajar?— preguntó Emi de repente. Los dos hombres la miraron curiosos.— Es que necesito comprar algunas cosas para mi trabajo, y no sé dónde encontrarlo todo.

Los dos sonrieron, sí, lo hicieron ambos, y Emi los miró extrañada.

— Puedo acompañarte si quieres.— dijeron a la vez.

— Eh…

Los dos chicos se miraron retándose a los ojos del uno al otro.

— Simón, Cristian. ¿Cenamos? Si tenéis asuntos los dos en el pueblo, puedo bajar con los dos.— habló ella rápidamente para que no hubiese malentendidos.

Simón, aún bajo la mirada de su primo, tomó asiento al lado de Emi y le sonrió pícaramente. Enfadado, Cristian se sentó al otro lado de ella, ignorando donde tenía preparado su lugar. Lina entró, y sin decir nada, comenzó a cambiar los cubiertos y vajilla.

Emi suspiró, esto sí que no se lo esperaba. Simón era ese típico chico alto y atractivo, de ojos verdes y pelo negro alborotado, notaba que se cuidaba físicamente y que era refinado, pero también que le encantaban las mujeres, por lo que su instinto de peligro la había asaltado en cuanto posó los ojos en él.

Lina puso otro juego de cubiertos para Simón que no paraba de mirar a la invitada.

— ¿Cómo está la abuela?—preguntó Cristian a su primo.

Esa pregunta hizo que reaccionase y mirase cansado al recordar.

— Como siempre, ya te conté, la morfina la hace alucinar. Aunque a veces tiene concurrencias divertidas. ¡Ah! Ahora que hablamos de esas concurrencias, ¿adivina lo que me dijo hace unos días?

Las nubes no son de algodónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora