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(Narrado en tercera persona porque sí. Porque me apetecía. Porque puedo. Y porque diva se nace.)

Las farolas se encendieron cuando Luca salió del coche. Todavía no era noche cerrada, pero estaba en proceso. El cielo tenía ese color tan característico, como un degradado de tonos azules con matices cálidos.

La típica noche de verano, vaya.

Un grupo de niños pasó velozmente a su lado. Se reían sonoramente los unos de los otros. Imitaban movimientos de kárate de forma exagerada, lo cual hizo que Luca sonriera. Parecían tan ajenos al mundo, encerrados en su propia burbuja.

A podía permitirse no ser la persona más simpática. Al menos hoy. Y más teniendo en cuenta que había sido una mierda de día. Se lo había pasado encerrado en su despacho, revisando el caso de Eros Teller. De arriba a abajo. De puertas para fuera, estaba trabajando en su defensa, pero la realidad es que estaba ocupado pensando en todas las formas de destruirle la vida. Pero tenía que ser discreto si no quería que él se enterara. O que Zeus lo hiciera y le apartara del caso.

La cuestión era que contaba con muy pocas opciones. Nadie se atrevía a hablar, los testigos no habían trabajado directamente con él y las pruebas no eran suficientes. Todo el caso era un castillo en el aire.

Fue caminando hacia la puerta del centro cultural, esquivando a niños con sobredosis de azúcar y a padres despreocupados. Iba sumido en sus propios pensamientos, con la cabeza agachada, pisando las líneas que quedaban entre las baldosas del suelo.

El mensaje de Dafne le había animado. Al fin y al cabo, ella sí tenía un plan. Y quería incluirle en él. De ahí que hubiera acudido tan rápidamente a su llamada. Necesitaba hablar con ella.

Un destello dorado captó su mirada. Giró bruscamente la cabeza, tras parar en seco en mitad de la escalera que adornaba la entrada. A su derecha, sentada en un escalón, se encontraba Helena. Esta vez llevaba el pelo suelto y un peto vaquero. Tenía las piernas estiradas y jugaba a darse palmaditas en ellas al ritmo de una canción que tarareaba.

A Luca no dejaba de sorprenderle lo mucho que se parecía a Dafne. No creía que pudiera parar algún día.

La niña, al notar que la miraba, cruzó su mirada con la de Luca. Algo cálido recorrió su interior cuando vio a la pequeña fruncir el ceño, confusa. Aquel hombre le sonaba, pero no sabía de qué.

-Hola, Helena. ¿Te acuerdas de mí?

Helena no contestó. Su padre le había enseñado a no hablar con desconocidos. Pero no había dicho nada de mirarlos fijamente. Como estaba haciendo con Luca. Casi sin pestañear.

-Me llamo Luca Apollo.

Algo en la expresión de la niña cambió. Parecía aún más confusa. E incluso enfadada.

Era la misma expresión con la que Dafne había mirado miles de veces a A.

-¿Opolo? -preguntó.

-Apollo -corrigió él.

-Opolo.

Cabezona, tal como su madre.

-De acuerdo. Seré Opolo. Pero solo para ti -contestó guiñándole un ojo.

Helena no sonrió. Sus labios pasaron a ser una fina línea y sus mejillas se sonrojaron.

-Opolo es malo.

-¿Qué?

Helena parecía dispuesta a montarle una pataleta ahí mismo. Luca no sabía qué hacer.

Por suerte, un carraspeo sonó a su espalda. Tras ellos se encontraba Dafne. Al igual que la niña, tenía el pelo suelto y desordenado. Y, aunque no llevaba un peto, sí unos vaqueros ajustados con una camiseta de Nirvana.

Luca recordaba esa camiseta. Se la había visto más de una vez. En el instituto, de fiesta, en la universidad... Algo se retorció en su estómago.

-Te dije que no vinieras.

Su voz era diferente. No sonaba segura, como de costumbre. Ni enfadada. Estaba nerviosa y parecía hacer grandes esfuerzos porque no se le quebrara la voz.

-También que teníamos que hablar.

-Podríamos haberlo hecho mañana. Hubiera sido mejor.

Algo se movió tras ella. O más bien alguien.

Un niño asomó la cabeza tras sus piernas.

Luca entendió entonces por qué Dafne se refería a ellos como los mellizos. No era porque fueran chico y chica. Era porque eran totalmente diferentes.

El niño sonrió a Luca. Su pelo era un auténtico desastre, despeinado y castaño. Sus mofletitos estaban adornados por una pequeña constelación de pecas. Llevaba unos vaqueros con parches en las rodillas, seguramente por alguna rotura. Y una camiseta de Green Day.

Pero lo que más llamó la atención de Luca fueron los ojos del pequeño. Grandes, del color de la miel y adornados por unas tupidas pestañas negras como el carbón. Brillaban con inocencia, con el brillo de una felicidad que solo un niño podría tener.

-Te presento a Héctor Teller.

Las piezas encajaron como si de un puzzle se tratara. Y algo se rompió dentro de él. Porque se reconoció en cada uno de los rasgos de Héctor.

Miró a Dafne, sin entender nada. Ella contenía las lágrimas.

-Siento que te hayas enterado así -susurró.

Otp | ✓Where stories live. Discover now