10. Melodías contando quereres

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Cuando Sharon salió del edificio estaba lloviendo. Había dejado la pianola en recepción con una buena excusa, y con la cara mirando hacia el cielo dejó que el agua viajara libremente y se llevara todo lo malo.

Deseaba que la lluvia hurtara aquel extraño sentimiento de correr sin mirar atrás. Solo quería encontrar de nuevo a Sam y darle un fin a su tormentosa historia, tan solo quería verlo una vez más. Solo una. Y sabía cómo tratar de encontrar el camino hacia donde él fue, lo sabía, aun así, tenía miedo.

Cuando vio donde se encontraba solo siguió adelante. Ya no tenía un sentido lo que estaba pasando. No podía solo quitarle la felicidad a una persona como Rocío, nunca se perdonaría.

Pasó por la parada de autobús de siempre, y dejó que su pensamiento cobrara vida sin mirar atrás.

Después de mucho tiempo persiguiendo la absoluta nada, llamó a la puerta que tantas veces había tocado, con cierta duda. Solo tocó una vez y la respuesta de Elías fue inmediata.

—¿Qué haces aquí? —inquirió extrañado. No era exagerado decir que estaba diluviando, el grisáceo brumoso de la lluvia hacia que las personas no pudieran ver más allá de un metro.

Sharon bajó su mirada, frunció el ceño y se sintió ridícula de encontrarse ahí.

—Dijiste que podría venir. También pensé que sería mala idea... pero yo...

—Necesitas hablar con alguien, lo sé. No te conozco hace poco, Sharon, hemos estado juntos por mucho tiempo—Elías bajó su mirada y su semblante se tornó nostálgico—. Solíamos ser una familia y eso nunca cambiará. Siempre serás bienvenida.

—Elías, ¿Quién es? —preguntó la señora Marta, madre de Elías, quien se asomó a ver quién llegaba en semejante lluvia. La miró por unos segundos aturdida y la cuchara que se resbalaba de sus manos estrepitó en el suelo—. Oh, Dios. ¡Eres tú! Cielo, ¡eres tú! Has vuelto... —la señora se abalanzó sobre ella y la abrazó con fuerza maternal, esa misma que Sharon no conseguía identificar.

—Señora Marta —susurró saludándola con gesto amable.

—Querida, llegué a pensar que jamás volvería a verte. Sharon... estos tiempos fue tan difíciles para todos... desde que Sam nos dejó...—comenzó a llorar, y de las lágrimas, emergió el sabor de la felicidad y de la condolencia.

—Mamá —la interrumpió Elías, y la señora miró una vez más a Sharon con unos ojos llenos de pasado y recuerdos que nunca volverán a ser realidad—. Pasa, te daré ropa de Elías... No te molesta, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza y entró en la casa sintiendo un calor de hogar que había olvidado. Esa casa guardaba muchos recuerdos, tan buenos y malos como se les puede imaginar de vivencias de tres amigos que la mitad de sus vidas eran sonrisas y la otra música.

Caminando por el vestíbulo, ojeó el piano con una foto de Sam. Tenía la tapa abajo y algo de polvo en el exterior.

Podía verlo allí sentado, con su cara en otro mundo y sus dedos largos y huesudos punzando cada tecla como si fuese la última vez que tocara el piano. Sharon cerró sus ojos, logró recordar con exactitud las notas que tocaba en las noches de lluvia mientras ella tomaba café, obsequiándole los últimos toques a la noche, como tantas veces repitió. Podía oler su esencia, saborear el sonido e incluso escuchar sus suspiros en medio de pequeñas pausas.

—No se ha tocado desde que no está aquí —la interrumpió Marta con semblante desolado— ¿Quieres tocarlo? —Sharon asintió.

Sus ojos escocían. Deseaba tocarlo con el alma.

Marta le prestó su cobija y Elías la observó desde lo lejos.

—Lo tocaré solo un momento —dijo su voz casi rompiéndose en mil pedazos, consumiéndole la ansiedad, buscando solo un respiro, un instante de locura total.

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⏰ Last updated: Aug 08, 2020 ⏰

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Acordes del silencioWhere stories live. Discover now