5. Las rosas algún día fueron escarlata

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Mirian había estado antes en ese auditorio, pero nunca antes había asistido a un concierto de gala. Era esa clase de situaciones que una persona nunca imagina antes, y en el momento se llega a sentir incomoda. Se podría decir que así se encontraba ella.

Estaba en medio de un chico desconocido para ella, Elías quien no se había presentado a ella todavía, y Sharon. Se padecía una tensión en el ambiente bastante incomoda, aun así decidió ignorarla. Observaba las sillas al tiempo que se iban llenando, sintiendo el aire seco y pequeñas pruebas de sonido finales. Las personas entraban con trajes elegantes y en ese instante se percató que era la única que no vestía acorde a la situación.

El recinto se llenó de silencio, un eco inmenso de suspiros se oía al final y las personas aplaudieron al entrar el primer intérprete, quien los deleitó con kreutzer. Mirian no sabía muy bien cómo comportarse, de lo único que se daba por enterada era de que se estaba aburriendo, mientras sus dos acompañantes estaban concentrados escuchando como si les estuvieran presentando la noticia del año.

En el momento en que entró Rocío en compañía de mateo y la acompañante, sus ojos se abrieron como platos. Se veían hermosos, vestidos de forma elegante y pulcra, como una pintura vieja en óleo que le relataba una historia donde la música era el rey y los demás sus súbditos que le adoraban con deleites pincelados en los sonidos más gloriosos, disfrutando de caricias de la esencia. 

La acompañante empezó a tocar y Rocío le siguió. El sonido de su violín era profundamente calmado y al mismo tiempo elegante; y el violín de Mateo, aunque no parecía tener algún color definido, era tocado a la perfección. Sin embargo, la naturaleza de Rocío no era calmada ni dedicada a la elegancia, algo que no tardó en mostrar. Ella era un torbellino de sensaciones en el escenario, desconsiderada cuando se entregaba a amar al violín, juntos se ceñían en una relación que no dejaba agujeros entre los sentimientos y el sonido, ella entregaba su cuerpo y alma a su instrumento, y sin quererlo, opacaba a aquel que dudaba.

Mateo cada vez que la canción avanzaba, sus nervios crecían de manera paralela, haciendo que su arco se endureciera y destacando cada vez menos. El objetivo de una gala para ellos, cada vez se le hacía más difuso, convirtiendo su actuación en un acompañamiento más, espejos de una partitura en blanco y negro, donde él no existía. Reflejos manchados de tinta sobre una historia no cantada.

Cuando Rocío tocaba parecía perderse a sí misma, tocaba con entrega, resolución y lo más importante; es que disfrutaba la música y de la libertad que esta le ofrecía. Todo su cuerpo interpretaba y sus ojos los abría cada tanto para expresar con la mirada al público, la unión de ellos en su espíritu. Sin sentirlo, con sus manos temblando de la emoción, terminó la canción, y fue entonces cuando mirando al suelo se dio cuenta de lo terrible que le había hecho a él.

El público aplaudió exultante, y algunos decían admirar a la violinista. Se despidieron de los espectadores y entraron a los camerinos dándole la bienvenida a la violinista que cerraría la gala. Era alta, como una modelo, y luciendo un vestido largo y rojo. Tal y como los recuerdos de la persona más temida por Sharon. Sabía que no era ella, estaba segura, aun así tuvo que ver unas cuantas veces la sonrisa de la chica para que la repulsiva sensación que cargaba encima, se disipara.

Al escuchar la sonata Op. 30 No. De Beethoven. Una ola de recuerdos la inundó. Su cuerpo no lo soportó y su mente la abandonó. Todo su alrededor desapareció para ser de un gris intenso que la cegaba, sus ojos se centraban en aquel vestido pintado con rosas escarlatas tan marchitas y vivas, como las heridas después de que las espinas, mancharan la piel blanca y hermosa como la porcelana. Elías la miró, tenía el rostro aterrado. La llamó pero ella solo se levantó de su silla y casi corrió al baño.

Acordes del silencioWhere stories live. Discover now