6. Dice "Te amo" solo escucha

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La pelota pasó mucho más arriba del alcance de Mateo y Rocío le dedicó un puchero.

—Oh, no. No recogeré el balón. ¡Lo lanzaste mal tú! –se quejó él al ver las intenciones de la rubia.

—Pero ya he ido a recogerlo "x" veces, Mateo. Es justo y necesario.

—¿Necesario? —inquirió, incrédulo.

—Si –afirmó Rocío—. Tu cuerpo después te lo agradecerá.

—¿Estás diciendo que tengo sobrepeso? Porque...

—¡Ya basta! Estamos a mitad de camino y cada uno de sus compañeros está acalorado e irritado —intervino Edgar con tono fatigoso. No estaba hablando de los chicos que estaban en la salida pedagógica, en realidad, solo hablaba de sí mismo.

Desde el inicio del recorrido para ir a las montañas de la ciudad con el grupo que iba a participar de diferentes formas en el concurso ofrecido por la academia, Mateo y Rocío (quienes habían traído un balón sin autorización del director), habían estado jugando sin cansarse; haciendo que cada tanto Rocío se quejara de ir a recoger la pelota y todo el grupo aguardara su regreso.

A Sharon le parecía entretenido, mientras que a Elías no le importaba, solo observaba el paisaje verde para tratar de encontrar inspiración para su próximo trabajo. Edgar había organizado el viaje con la intención de alejar a los chicos de la ciudad, en donde hay tantos ruidos ajenos, para que cada uno en su interior se formara una idea de lo que podría ser su presentación el día del concurso. No obstante, también pensó en que sería una buena forma para fraternizar con sus pupilos y que entre ellos se forjaran lazos de confianza que se hicieran centellar con la música.

Rocío sonrió al director quien le devolvió una mueca llena de resentimiento. Ellos dos sabían cómo sacarle canas a una calavera. O al menos eso pensaba.

—¿Deseas agua? —preguntó Sharon a Rocío, y ella casi le arrebató la tetera de las manos y con una cara de real alivio, lo agradeció.

—También tengo sed —reclamó Mateo y la rubia le tiró la tetera en un gesto descortés—. No hay nadie en el mundo que se pueda enamorar de ti ¿No puedes ser más femenina? —le alegó burlándose.

—¡No pedí tu opinión!

—Tranquilos —los calmó Sharon con una sonrisa cálida como el sol en la mañana y Albert puso su mano sobre los hombros de la pianista.

—No hay caso, Sharon, ese par de tortolitos siempre pelean —le susurró al oído con el volumen adecuado para que ellos escucharan.

—¡No somos pareja! —aseguraron al unísono.

Lo restante del camino fue una pelea sin frutos para callar a los dos convictos del desorden. Y cuando llegaron a las cabañas compartidas, Edgar pidió hacer grupos de cuatro personas para cada cuarto. En cada habitación había dos camas de tamaño considerable, por lo que las compartirían en grupos de a dos.

—Solo quiero advertirte que pateo en las noches —le mencionó Rocío a Sharon tirándose a la cama con gesto exhausto. Sin ducharse.

—Si Sharon quiere dormir conmigo, no hay problema —dijo Camila, una chica menuda, mientras halaba la mejilla de Sharon. Al ver la pianista con su aspecto normal y recobrando el color de sus mejillas, suscitaba una sensación de ternura difícil de ignorar.

—Dormiré con Rocío. Aunque me cueste una costilla —corroboró Sharon, riéndose de la rubia. Miró los hilos de oro colgando en su cabeza y le dedicó una expresión llena de terneza—. Es como una niña. Lidiaré con ella.

Acordes del silencioWhere stories live. Discover now