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—Por que me encanta.

Su rostro se iluminó y sonrió aun más, intentaba esconder  el efecto que le provocaban mis palabras retomando su compostura.

—Dime algo que no sepa—bromeó.

Regresamos a casa después de la cena. Fue perfecto; la cena exquisita, la charla reconfortante y  mi cita... fue lo más bello de todo. Me sentía tan plena con él, cuando lo miraba era como si todo alrededor desapareciera y las luces solo lo enfocaran a el. El ruido del lugar se perdía y lo único que mis odios escuchaban era su voz, de solo verlo ahí, frente a mi hablando de lo que más le gusta hacer me hacía sentirme tan feliz y querer ponerle toda la atención de este mundo.

Era demasiado pronto pero sentía algo que nunca sentí por nadie más.

Pablo era mi expectativa, y nunca me di cuenta.

Por que tooodo con él se sentía cómodo.

Seguíamos dentro  del auto recién estacionado frente a casa, Pablo no me dejaba abrir la puerta, decía que desde ahora lo haría él. Sonreí al verlo rodear el auto hasta llegar a mi puerta y abrirla, no bajé al instante, me permití apreciar la escena de él frente a mi siendo un caballero entre tantos hombres.

—No te conocía tan caballeroso—murmuré sonriendo.

—Yo siempre he sido así, Kat—me guiñó un ojo.

Me giré para quedar frente a él, con mis piernas colgando fuera del auto, ahora ya lo veía más alto.

—Mentiroso—reí después de verlo llevarse una mano al pecho dramáticamente.—Eras muy grosero conmigo, Pablito.

En parte era broma, pero por otra era un poco cierto.

—Bueeeno, tal vez no te llenaba de alagos pero, siempre he estado cuando me necesitas.

Eso también era cierto. Pablo siempre ha estado cuando lo necesito, por más que según el me odiara siempre terminaba ayudándome o resolviendo el desastre que yo provocaba. Recuerdo cuando teníamos diez años: habíamos ido de visita a casa de Ximena como todos los años, era San Valentín. En eso tiempos me parecía lindo un amigo de Pablo.

Así que tome la arriesgada decisión de entregarle una carta—no lo pensé muy bien—el niño me rechazó y yo lloré. Pablo me consoló ese día, dijo que ese niño era un tonto.

Fue algo muy infantil, pero es uno de los innumerables ejemplos de como siempre terminaba siendo Pablo.

—¿Es normal que dos adolescentes regresen de una fiesta a las 11 de la noche?.

—Deberíamos hacer tiempo—dijo pasando su manos por mi cintura esbozando una sonrisa traviesa en su rostro.

Pasé mis manos sobre sus hombros empezando un tierno beso, tierno por mi parte porque el empezó a besarme de manera más intensa, no me molestaba en lo absoluto. Una de las manos de Pablo que reposaban en mi cintura bajaba con lentitud hasta llegar a mi muslo—justo donde acababa el borde mi vestido—lo sentí sonreír un poco mientras su mano subía de nuevo ahora por debajo de la tela.

Mi piel se erizó ante su tacto, entendía a donde iba la cosa.

Puse una mano en su pecho y le di un leve empujón hacía atrás frenando sus planes.

—No será así—no necesitaba especificar para que el entendiera a que me refería. Por mucho que lo quisiera me negaba a que nuestra primera vez fuera tan rápido, y mucho menos frente a su casa dentro de un auto.

—De acuerdo—me dió una pequeña sonrisa cerrada antes de ofrecerme su mano ayudándome a bajar.

No era que no lo quisiese, sino que no era el momento ni el lugar apropiado. No era mi primera vez; de hecho mi primera vez fue un desastre, pero si era mi primera vez con él y no permitiría arruinarlo otra vez.

Un verano con mi enemigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora