Capítulo 4: Bajo la luz de la Luna

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La cena concluyó, y Violeta, tras salir del bullicio del comedor, se encaminó hacia la proa del barco. La luna pintaba destellos plateados sobre el océano, y allí, apoyada en la barandilla, encontró a Chiara. El cuerpo de Violeta, sin saber por qué, la guio hacia la figura de la joven marinera. La curiosidad, al menos eso se decía a sí misma, parecía ser la fuerza impulsora.

Aproximándose desde atrás, Violeta creía que Chiara no se había percatado de su presencia, pero antes de que pudiera decir algo, ésta la saludó sin darse la vuelta. 

- Hace frío señorita Márquez, debería abrigarse un poco más.

Violeta, observando la silueta de Chiara contrastando con el azul brillante del mar, respondió: - Sí, parece que la brisa marina se intensifica por la noche.

Chiara continuó mirando al horizonte. - ¿Qué haces aquí realmente, Isabel?-, preguntó, curiosa.

Violeta, con una sonrisa enigmática, respondió: - Bueno, al igual que todos busco labrarme un camino en estas aguas. ¿Por qué tendría que haber intenciones más allá de lo que ves?

- Le ruego que disculpe mi descaro, pero no tienes el aspecto de un marinero usual, y tu entrada fue... cuanto menos curiosa. 

- ¿Y qué aspecto tengo que me haga tan distinta de usted o de cualquier otro marinero?- dijo Violeta burlonamente.

- Creo que las dos sabemos bien la respuesta a esa pregunta. Sin embargo, no te preocupes, no tengo interés en descubrir esas posibles intenciones.- Chiara susurró con complicidad. - Al menos no de momento.

Chiara mantenía un equilibrio intrigante entre la cortesía y la curiosidad, respetando la privacidad de Violeta pero dejando entrever que el misterio de su llegada no había pasado desapercibido.

La conversación, envuelta en el aire salado del océano, continuó con Violeta preguntando: - ¿Y qué hay de usted, Chiara? Tampoco parece una marinera corriente.

Chiara, con una mirada distante, respondió: - Es una larga historia, señorita. Llena de giros y vueltas que el mar me ha enseñado a sortear.

- Parece que todos guardamos secretos.-, sugirió Violeta, con una mirada comprensiva.

Chiara, con una sonrisa pícara, preguntó: - ¿Admite guardar algo, señorita Márquez?

Violeta, después de una breve pausa, confesó: - Tal vez. De hecho permítame confiarle que mi destino me ha traído aquí contra mi voluntad. Aunque no estoy del todo segura de lo que me depara, confío en que esta experiencia me enseñará algo nuevo.

Chiara, con ternura en sus ojos, ofreció un consejo: - A veces, la verdadera travesía comienza cuando nos rendimos ante la incertidumbre. Deje que el océano le revele sus secretos, señorita Márquez, y puede que encuentre más de lo que espera.

Violeta, sorprendentemente aliviada por su confesión, asintió agradecida. La brisa nocturna llevó consigo un sentimiento de complicidad entre ambas mujeres, cuyos destinos se entrelazaban en las aguas inexploradas del océano.

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A la mañana siguiente, la tripulación se reunió alrededor del capitán Guix, quien acababa de colgar la lista con las tareas semanales en el tablón del barco. Violeta leyó su nombre junto a la primera tarea: limpiar la proa. Después de recoger el material necesario, se dispuso a comenzar su labor de manera desordenada y con torpeza.

Chiara, desde la cofa del navío, observaba la escena con una expresión divertida. Violeta, sintiéndose molesta por la mirada burlona, finalmente preguntó: - ¿De qué te ríes?

Chiara, descendiendo con gracia para llegar a su nivel, respondió con una sonrisa: - Parece que nunca hubieras cogido un mocho en tu vida.

Violeta boqueó, sin saber muy bien cómo reaccionar. Ante la falta de respuesta, Chiara abandonó su actitud burlona y, comprendiendo la situación, decidió ayudar. Le explicó algunas nociones básicas, y entre risas, ambas se sumergieron en la tarea.

Con el sol brillando sobre ellas, la limpieza de la proa se convirtió en un esfuerzo compartido. Chiara guiaba a Violeta, enseñándole los movimientos adecuados y ofreciéndole consejos útiles. A medida que avanzaban, la torpeza inicial de Violeta se transformó en una colaboración eficiente.

Al finalizar la tarea, Violeta, con mejillas sonrojadas, agradeció la ayuda. Chiara, con una sonrisa amistosa, respondió: - No es problema. Es de buena educación ayudar a una señorita en apuros.

Después de un guiño que desconcertó a Violeta, Chiara abandonó la escena, dejando a la joven con una mezcla de gratitud y confusión.

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Violeta regresó exhausta a su camarote después de un día agotador lleno de tareas bajo el sol inclemente. La sensación del calor quemándole la nuca se desvanecía lentamente mientras cerraba la puerta detrás de ella. Se dejó caer pesadamente sobre la cama, dejando escapar un suspiro de cansancio.

La joven reflexionaba sobre las experiencias del día. Chiara, quien ayer cuestionó sus intenciones, la había sorprendido al ofrecerle ayuda sin preguntar nada cuando se percató de que entre sus dotes no se encontraba la habilidad para la limpieza. Fue un gesto que, de alguna manera, suavizó el desconcierto inicial.

La intensidad de su nueva vida a bordo resultaba agotadora. Las tareas, el sol inclemente y las interacciones con la tripulación la sumieron en una fatiga física y mental. Sin embargo, mientras reflexionaba sobre el día, la imagen de aquellos ojos verdosos y el guiño cómplice que Chiara le dedicó esa misma mañana se convirtieron en protagonistas de sus pensamientos.

La joven se dejó llevar por la sensación reconfortante de la cama y, finalmente, la agotadora jornada cedió ante el peso del sueño. Pronto, Violeta se sumió en un profundo descanso, donde los parpadeos de aquellos ojos verdosos se entrelazaron con los susurros del mar, llevándola a un mundo donde la intriga y la complicidad flotaban en la bruma de los sueños.

Destinos a la deriva / KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora