CAPITULO|21

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"Hay algo que va más allá del perdón, se trata de cambiar incluso, si te duele aceptar que no eres perfecto y también te puedes equivocar". 

21| Te perdono.

Aunque muchas veces recibimos el perdón que necesitamos para poder seguir, somos ignorantes y despistados a la hora de percibir los síntomas contradictorios entre la culpa y la sanación interior. 

Somos como árboles, creados para dar frutos que ayuden a otros a poder vivir. Somos esa semilla plantada por el espíritu santo de Dios. Él nos riega con su palabra, amor y comprensión. Poco a poco, crecemos con el entendimiento y gracia. Debido a esto, nos multiplicamos en la tierra, Dios nos permite compartir su palabra; a otras semillas para que queden en su cuidado. 

Hay situaciones de la vida humana que nos limita a dar ese perdón que muchas veces otras personas como nosotros necesitan para poder seguir. Tenemos por dentro tantas emociones contradictorias que incluso por dentro no podemos perdonarnos a nosotros mismos para poder seguir. 

Jesús en medio de la oscuridad me perdonó. Pero un día en el que el sol brillaba a su máximo esplendor me preguntó ¿cuándo vas a perdonarte tú? 

¿Cuándo fue la última vez que tu alma se sintió perdonada?

No lo entendía, pero entonces me tomó por los hombros abrazándome como si nunca nadie lo hubiera hecho y miró con ojos de padre. 

Sanaste con Dios, pero... ¿Te diste ese perdón que es crucial para poder seguir? 

La necesidad no se encuentra en perdón que das y como lo das, sino a quién y con qué intención. 

Es verdad, no puedes perdonar a nadie si no has conocido el perdón de Dios, pero tampoco puedes perdonar a nadie, cuando tú mismo te juzgas sin perdonar tus mismos errores. 

Suéltalo, suelta esa carga que por años has tenido en tus hombros. Si tú no pones empeño y constancia en sanar tu interior, el fruto que darás estará completamente podrido. Porque nada qué esté contaminado puede ayudar a dar frutos que no tengan el mismo resultado: contaminación. 

Detallo mi aspecto en el espejo, antes de dirigirme a la cárcel. Miro muy fijamente mi reflejo, pero no veo más allá de aquella niña que sufrió desde muy pequeña una serie de cosas que desencadenaron para mal, un trauma tras otro.

Observo aquellas lágrimas que nadie limpiaba, percibo cada moretón, chupetón y maltrato psicológico que recibió y está grabado a fuego en su piel como si fuera imposible borrar aquellas marcas. Detallo cada una de las marcas en sus muñecas y puedo sentir cada una de las emociones ahogantes que por años la llevaron a navegar por aguas demasiado profundas para salir de ellas. 

En esa agua, esa pequeña, buscaba perdón; buscaba con creces dar un perdón, que la hiciera sanar, para volver a volar en los cielos, para volver a ser esa niña que nunca se le permitió. 

Ahora, puedo verla reflejada en mí. 

Es una versión despiadada que el mundo me formó a ser. 

Posiciono la mano en el espejo dividiendo mis dos versiones. La que quería ser y la que quería dejar. En una estaba la luz de Cristo, Sara, en la otra veía reflejadas las tinieblas del maligno, Juliette. 

»Perdón. No debí ser tan dura conmigo.

»Perdón. Ni debí creer que todo era mi culpa.

»Perdón. Nunca tuve el derecho de aguantar todo mi proceso sola.

UN LLAMADO PARA VOLVER A CREER [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora