B: I.

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Desperté alterada, respirando aceleradamente al sentarme en la cama. Estaba sudando. Ese sueño sí que había sido extraño.

—Buenos días, señorita —saludó mi hermano mayor, Mikey.

—Sí... buenos días —dije, limpiando el sudor de mi frente y cuello con mi mano izquierda.

Se escuchaba el alboroto desde abajo; Aaron y Keila veían de seguro su caricatura favorita en la televisión y como siempre, no se callaban. Mamá de seguro hacía el desayuno para los cuatro. Y Mikey de seguro limpiaba sus dientes con hilo dental frente al espejo del baño en calzoncillos.

Me levanté al fin, estirándome y colocando mi sandalias.

Caminé a mi armario y descolgué mi uniforme de la escuela, para después ir a mi cajón y agarrar ropa interior y un brazier para bañarme.

Me acerqué al marco de la puerta del baño, para ver cómo Mikey miraba sus músculos en el espejo.

—¡Ah! —gritó asustado—. Carajo, tus ojeras se ven enormes. Pareces un fantasma.

—Ha. Ha. Que chistoso. Ahora vete para bañarme, Mikey —dije, adentrándome al baño.

—Sí señora —hizo un gesto de soldado, aún en calzoncillos, y se fue.

—¡Y ponte el maldito uniforme de una vez! —le grité, rodando mis ojos.

Para todas mis hermanas mayores lectoras; ser la hermana mayor en una familia grande o hasta incluso pequeña es una enorme carga, y ustedes lo saben. Pero estos niños, incluso Mikey, un adolescente de catorce años, eran una bola de extrovertidos, mientras que yo, era la más introvertida de los cinco, incluyendo a mi madre. Yo tenía que cuidarlos a todos, junto a mi madre. Eran una bola de remolinos imperativos, Dios mío, era aún peor cuando los dos más pequeños comían dulces o chocolate.

Terminé de bañarme y cambiarme y bajé las escaleras apurada, poniéndome mi abrigo.

—Buenos días —saludó mi mamá, peinando el cabello castaño de Keila, sonriéndome.

—¡Brook! —exclamó mi hermanita, sonriéndome sin sus dos dientes frontales.

Keila era la que más se parecía a papá. Me recordaba muchísimo a él. Cabello castaño y ojos miel. Con una tierna sonrisa enorme que se asomaba cada vez que nos veía o cuando mentía.

Mientras que yo, Mikey y Aaron nos parecíamos más a mamá y a la abuela, rubios con ojos azules.

Aunque, a Aaron, después del año, se le notaron unas manchas realmente blancas en la cara, que se esparcieron y parecen destellos. Eso le digo, porque casi nunca le gustaron. Decía que parecía una vaca rara. Pero yo le decía que ese era su encanto, y que lo hacía ver más precioso. Eso le encantó, y siempre les presume a sus compañeros sus manchas.

—Buenos días a ambas.

—¡Brook! —sonó detrás de mí, revelando a Aaron, quien sostenía a nuestra tortuga, Kelly.

—Mete a esa tortuga a su tanque, kiddo —le dije, revolviendo su pelo agresivamente, sonriendo.

Aaron corrió a meterla bruscamente, y volvió con nosotras tres.

—¡Mikey, ven acá! ¡Reunión familiar! —anuncié, haciendo que se escucharan unos fuertes pisotones viniendo hacia acá.

—Bien, ya que estamos todos aquí, quería decirles que compórtense, por el amor de Dios.

El contexto de todo esto es que una chica de intercambio coreana vendría a quedarse aquí por nueve meses, si es que le gustaba la casa.

A mamá le encantaba traer a gente de intercambio acá, decía que era mejor para nosotros, así convivíamos con gente de otros países y así.

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