Parte Final

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Enver se encontraba reposado sobre el abrigo de sombras que proyectaba un gran árbol junto a él. Era la primera vez en mucho tiempo que se permitía «escaparse» de la cárcel de cuatro paredes impolutas y blancas, y un camastro con almohadas inusualmente cómodas en la habitación 206 del hospital.

Ya había pasado una semana del accidente que le había llevado a perder la memoria. Los doctores le habían informado que se había caído de un sitio muy alto, y que tuvo mucha suerte al poder ser llevado de urgencias. Apenas recordaba nada sobre su vida pasada, y de no haber tenido su identificación en el momento del impacto, ni siquiera sabría que su nombre era Enver Gaunt.

Había pasado un par de semanas en recuperación y finalmente llegaría el día en que le quitarían los vendajes que rodeaban su cabeza y le darían el alta.

Pero Enver ya estaba aburrido de esperar. Así que esa madrugada, decidió escaparse al patio central del hospital para disfrutar de un poco de aire fresco y libertad.

Al llegar, encontró un banco vacío en un rincón apartado del patio, donde nadie parecía pasar. Mientras se sentaba, notó una caja de cigarrillos casi vacía a su lado, con un último cigarro y un encendedor dentro. Enver dudó un momento, no sabía si fumar era lo suyo o no, apenas sabía algo de su vida, pero decidió probar. ¿Qué podía perder?

Encendió el cigarro y, al inhalar el humo, tosió inmediatamente. Entonces descubrió que fumar no era lo suyo, pero, aun así, por alguna razón, no podía resistirse a contemplar el fascinante espectáculo del humo blanquecino que ascendía del extremo del cigarro.

Algo en ello le resultaba familiar.

Se quedó allí, absorto, observando los detalles del velo de humo que se desvanecía en el aire de maneras impredecibles, hipnotizado por la elegancia de sus movimientos, hasta que decidió apagarlo y tirarlo a un cenicero junto al banco.

—¿Está libre? —preguntó una chica, refiriéndose al asiento junto a Enver.

Él le contempló durante un momento sin decir nada y le cedió el lugar. Ella tomó asiento.

—Veo que te has fumado mi último cigarro.

—¿Era tuyo? —Sus ojos se abrieron, incrédulos, su mandíbula cayó y un gesto de asombro se apoderó de su rostro.—. ¡No lo sabía! Pensé que lo habían abandonado.

—Bueno. En realidad era... el último —contestó ella, enfatizando en la palabra—. Quiero dejarlo.

—Oh... lo lamento.

—Está bien. En cierta forma me estás ayudando. —Ella le sonrió—. Me llamo Anne. ¿Tú?

—Enver.

—Bonito nombre.

—Lo mismo digo.

Ambos se sonrieron.

—¿Por qué estás aquí, Enver?

Él describió su complicada y extraña situación, relatando el accidente y su pérdida de memoria. Por su parte, ella explicó que se encontraba allí para ayudar a su madre y además le reveló que estaba a punto de graduarse de una carrera muy difícil, la cual había tenido problemas para seguir debido a los desafíos de la vida diaria.

A pesar de esto, recientemente había conseguido un trabajo mejor remunerado que le permitió a sus hermanas menores seguir con sus estudios en lugar de tener que trabajar para sostener el hogar.

Luego, le enseñó un collar que su madre le había regalado. Era un crucifijo de color dorado muy hermoso con pequeñas piedras de esmeraldas incrustadas en todos los extremos. A Enver le resultó muy llamativa y hermosa.

—Lamento lo de tu madre —dijo él.

—Ella es fuerte. Así que intento también serlo. Algún día debo contarte la historia de mi nacimiento. ¿Sabías que mi padre y mi madre eran estériles?

—No me digas... ¿Y cómo es fue que...?

—¿Tienes ganas de escuchar algo muy cursi?

—Perdí la memoria. Necesito recargarla de cosas cursis. Es una necesidad —bromeó Enver.

Ella dibujó una sonrisa y guardó silencio para aumentar el dramatismo.

—Mi madre dice que pidió un deseo.

—¿En serio? ¿Y se le concedió? ¿Así sin más?

Anne se encogió de hombros.

—Estoy viva, ¿no? Así que no puedo replicarle nada. Es lo que me dijo. Un día, estaba sola en su departamento, y pidió un deseo con mucha fuerza. Entonces, mi papá y ella se propusieron volver a intentar tener un hijo. ¡Y voila! —expandió sus palmas—. ¡Una Mary Anne para llevar!

—Y parece ser que no les bastó con una.

—No, tienes razón —dijo y echó una carcajada—. ¡Quisieron más!

Esa madrugada Enver y Anne conversaron de todo lo que dos completos extraños podían conversar. Y así empezó una hermosa amistad. Ambos mantuvieron un contacto muy estrecho. Era cómo si se conociesen de toda la vida. Hablaban sobre sus problemas, se ayudaban mutuamente y se divertían cada vez que tenían la oportunidad.

La madre de Anne falleció tras mes y medio de haber conocido a Enver. Él estuvo allí con ella en todo el proceso, conteniéndola, prestándole un hombro para sostenerse y un oído para escucharle. Le dio fuerzas, le dio cariño y le dio su amistad durante mucho tiempo.

Hasta que, finalmente, Enver se animó a hacer aquello que había estado elucubrando desde el día dos luego de haberla conocido...

Y le robó un beso.

Entonces, ocurrió la magia. Un torrente de alegría inundó sus corazones de repente, mientras una multitud de mariposas revoloteaba en sus estómagos. Cuando sus labios finalmente se separaron y sus miradas se volvieron a encontrar, un destello dorado brilló brevemente en sus ojos.

Ambos quedaron perplejos, con una expresión confusa en sus rostros. Pero entonces, ella le regaló una sonrisa amplia, iluminando su rostro con una dulzura y complicidad radiante.

—¡Sí que te tardaste!

—¿Qué...? ¿Me tardé para qué?

—Para cumplir mi deseo.

Enver lo recordó... lo recordó todo.

Sus años como un genio de la lámpara, después, el deseo de Mary que había cambiado por completo las reglas del juego. Recordó conocer a Anne y todo lo que habían pasado juntos.

Y recordó sus palabras...

—¡Ah! Es verdad. Querías que te robara un beso.

Ella asintió.

—Era lo que más deseaba.

Él sonrió.

—Muy bien, Anne... —dijo él dibujando una pícara sonrisa—. ¡Enhorabuena! De ahora en más, todos tus deseos... —Chasqueó los dedos—. Serán mi orden.





FIN.

El último deseoWhere stories live. Discover now