Parte 4

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Las horas se volvieron días.

Los días se transformaron en semanas.

Las semanas se volvieron meses.

Enver había vivido durante casi toda la existencia de la humanidad, había experimentado todas y cada una de las guerras, todas y cada una de las revoluciones, todos y cada uno de los gobiernos de diversidad de países, sin embargo, era la primera vez que un periodo de tiempo tan insignificante le parecía eterno.

Como genio, había conocido cientos de miles de personas a lo largo de su vida, de su misión, de su destino... y si bien había algunas personas que permanecían en su mente a través del tiempo, quizás por diferenciarse del resto por algún que otro deseo creativo que pedían.

Anne había sido la primera persona en rechazar los tres deseos al completo.

Su mente intentó, durante todos estos días, volcarse en la única cosa que sabía hacer: cumplir los deseos de los demás. Abandonó el predio universitario. Ya no quería volver allí, así que entabló nuevas relaciones y conversaciones con diversa clase de personas. Viajó durante mucho tiempo y como siempre, fue cumpliendo los deseos de todos aquellos que eran capaces de robarle un beso.

—¡Deseo un millón de seguidores! —dijo Emilia, incrédula de las palabras de Enver.

Él chasqueó los dedos, indiferente, y de repente, en el celular de Emilia fueron apareciendo decenas de seguidores hasta completar el millón que había pedido.

—¡No... puede... ser! ¡Es verdad! ¡Sí, eres un genio! —espetó la muchacha. Saltó de emoción y el grito que echó al cielo fue un tanto aturdidor para Enver. Luego, inhaló apresurada tras manifestar una idea repentina—. ¿Sabes qué? ¡Deseo cincuenta millones de seguidores! ¡No! ¡Cien millones! ¿Cuántas personas hay en el planeta? ¡No importa! ¡Quiero que todos sean mis seguidores! ¡Todos!

La mirada de Enver fue severa y áspera. Apenas movió sus ojos, pero su semblante ya marcaba una fuerte opinión acerca de aquel deseo. Incluso el helado de Anne había sido un deseo infinitamente mejor.

Chistó. De nuevo estaba pensando en ella. Negó con indiferencia, chasqueó sus dedos, y cumplió el deseo de los seguidores.

Cuando terminó, decidió ser más selectivo con las próximas personas a seleccionar. Ya estaba harto de los deseos mundanos. Estaba cansado de la maldita clásica tríada. ¡Quería encontrar una persona como Anne... o como Mary, también! Personas con deseos genuinos que necesitasen una ayuda genuina y no llenar sus bolsillos de dinero, o sus egos de fama.

Enver empezó a ejercer otro tipo de trabajo como genio.

Empezó a esquivar los besos de las personas a las que no conocía bien. Primero quería saber si ellos eran dignos de que sus deseos se hiciesen realidad. Ahora que no vivía en una lámpara y podía moverse a libertad, la cantidad de personas que accedían a un genio había ascendido exponencialmente.

Así que podía darse el lujo de elegir un poco y ayudar a quienes realmente se lo mereciesen.

Fue difícil encontrar al primero, pero logró hacerlo tras un par de semanas metido en un equipo de futbol. Ahí conoció a Gabriel, un muchacho bastante sentimental que le robó un beso mientras estaban a solas en los vestuarios. Cuando Enver le reveló que tenía tres deseos a disposición, le sorprendió su reacción.

—Quizás es una pregunta tonta... —dijo Gabriel, sentado con la cabeza gacha—. No se puede devolver la vida a alguien... ¿No?

Enver negó, ya sabía por dónde iba todo.

—No. Lo siento. No vas a poder revivir a tu madre. Es contra la naturaleza. Una regla que no siempre explico, pero que es implícita.

—Oh... que mal —dijo Gabriel, esforzándose por entregarle una sonrisa a Enver, pero fallando en el intento.

Su madre había fallecido en un espantoso accidente automovilístico hacía cuatro años, y Gabriel ya empezaba a olvidarse de su rostro, de su voz, de su aroma... y deseaba con mucha fuerza poder volver a verla.

—Imagino que tampoco se puede volver en el tiempo. ¿Eh? —preguntó, también, intentando ser gracioso, pero con un color de voz muy apagado.

—Lo siento —dijo Enver, cabizbajo.

Lo cierto era que no podía hacer nada para ayudar a Gabriel a ver a su madre. Lo que deseaba era imposible hasta para un genio. La muerte y el tiempo son temas en extremo delicados y sus dones no alcanzaban a albergar esas fronteras.

Eso le hizo sentirse un poco inservible. Quería ayudar a Gabriel, era una excelente persona que solo quería volver a ver a su madre, pero los deseos que quería pedir no le servirían.

Sin embargo, con un poco de ayuda del ente mágico más experimentado sobre el arte de los deseos, quizás podría volver a ver a su madre... sin verla realmente.

Entonces Enver tuvo una idea.

Explicó a Gabriel que podría pedir otro tipo de deseo que no involucraba ni viajes temporales, ni resucitación, y por primera vez en su trayectoria, el genio ayudó a alguien ofreciéndole un deseo.

El deseo de volver a revivir los mejores momentos que Gabriel había pasado con su madre, dentro de su mente y de manera muy vívida, tal como si fuese una película inmersiva.

Gabriel se vio interesado en ello y aceptó la propuesta del genio. Entonces, todos sus recuerdos, mágicamente, se dibujaron frente a sus ojos con una definición impactante. Era tal como volver a vivir aquellos momentos, solo que se trataba de una serie de recuerdos que el genio proyectó cuál hologramas.

Cuando terminó, Gabriel pudo volver a sentir a su madre entre sus brazos, el aroma que desprendía su cabello, la caricia de sus manos y el calor de su respiración. El joven rompió en llantos y se abrazó a Enver como nunca antes lo había hecho una persona.

Fueron incontables aquellos agradecimientos que salieron de su boca. Enver se sintió extraño, como si hubiese algo en el interior de su pecho que se estrujase al ver a Gabriel tan... feliz.

Recordó esa misma sensación cuando ayudó a Mary.

¿Y lo más increíble?

Gabriel también renunció a los siguientes dos deseos. Ya no los necesitaba.

El último deseoWhere stories live. Discover now