CAPÍTULO III

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Volver a su casa ya no era tan malo, como lo había sido hacía unas semanas. Su madre había encontrado un trabajo como publicista en una revista de la ciudad. Obviamente no se había recuperado de un día para el otro, seguía mal, a veces Mía la oía llorar desde su habitación. Pero lo que importaba era que lo estaba intentando ¿no?

Rick y Nick saltaban en la cama de su hermana mayor cuando a esta la sonó el celular. Era Callie, su novio haría una fiesta aquel sábado en su casa y quería que Mía fuera, así se conocían de una vez por todas. Aceptó sin dudarlo, unos meses atrás quizás lo hubiera duda, hubiera considerado cuanta tarea tenía pendiente para la semana entrante, cuantas páginas le quedaban del libro que estaba leyendo o cuantos capítulos para terminar la serie que estaba viendo. Ahora, una excusa para salir de su casa era algo que no se podía desaprovechar. Sí, las cosas estaban mejor, pero ¿quién quiere pasar demasiado rato  dentro en un castillo de arena? sólo es necesaria una brisa para que se derrumbe. Tenía que admitir que también la motivaba la idea de que quizás David estuviera en la fiesta, era amigo de Bruno, y si tenía alguna chance de verlo aunque fuera por unos minutos no iba a dejar pasar la oportunidad.

Mía miró su reflejo en el espejo y suspiró. Era linda, pensó. No la clase de linda que se roba el aliento de todos los chicos al pasar a su lado, no. Quizás ninguno de esos chicos se fijara en ella, pero si alguna vez lo hacían se iban a sorprender, porque no era solo una cara bonita, lo sabía, hasta el momento sólo ella lo hacía, pero algún día alguien más lo haría. Antes de una última mirada se aplicó máscara en sus pestañas, no le gustaba usar demasiado maquillaje, pero tenía que resaltar su mirada, sus ojos tenían que permitir que su alma se reflejara. Había elegido usar un vestido camisero de color celeste, con botas negras y una pashmina colorida. Era un look sencillo pero se sentía cómoda. De a poco estaba comenzando a ser esa joven que físicamente siempre creyó que sería. Lástima que sólo físicamente.

Bruno resultó ser súper simpático, la recibió con un abrazo y le dijo lo mucho que Callie hablaba de ella. Hasta conversaron un rato sin que Callie estuviera presente. Mía había estado tan preocupada por ella y por quién estaría en la fiesta que ni siquiera había pensado qué impresión le daría el novio de su amiga. La planta baja de la casa era dónde ocurría la fiesta, era muy acogedora, con las paredes de madera y cuadros en ellas. Para la alegría y la decepción de Mía no había demasiada gente, unas cincuenta personas aproximadamente y David no parecía estar por allí. Mientras Callie iba a saludar a todas las amigas de Bruno, Mía tomó una botella de cerveza de "la mesa del alcohol" -literal- y  se acomodó en uno de los sillones distribuidos por la habitación, observando el panorama, dejándose llevar por la música.  No era fan del alcohol, pero tampoco anti-fan. A veces tenía ganas de tomar y tomaba, otras veces no. Lo normal, suponía.

Estaba divagando sobre cuánto rato pasaría así sentada, cuando se vio distraída por una figura que pasaba rápidamente por delante de ella. Era Bruno, que iba a reunirse con los recién llegados; David y su amigo, el chico alto de los ojos verdes. Mía observó con los ojos dilatados la escena.

-¡Eey! -saludó el novio de su amiga- ¡David, Gabriel! -así que el chico de los ojos verdes se llamaba Gabriel anotó Mía mentalmente.

Los chicos se abrazaron y pasaron a sentarse en el alfeizar de la venta, luego de tomar un par de cervezas.

Cuando Callie regresó, acompañada por sus nuevas amigas, chicas que Mía no conocía y la invitaron a bailar, esta, por segunda vez en la noche no dudó. Estaba motivada y quería que David la viera, quería que se preguntara quién era ella, que la curiosidad lo llevara al punto en el que no tendría más remedio que ir hablarle. Y moría porque llegara ese momento.

Cuando los pies le dolieron de tanto sacudirse y decidió que otra cerveza la acompañaría en su descanso, se permitió por primera vez desde que él había entrado a la habitación, mirar a David. Y se sorprendió al darse cuenta que él la estaba mirando fijamente. A lo mejor era que el alcohol ya le había nublado los sentidos pero su mirada le pareció tan profunda e intensa que por la mejilla de Mía resbaló una lágrima, y eso que nadie supo el nudo que se le había formado en la garganta. Pero aquello no fue lo único que Mía ahogó aquella noche, también tuvo que ahogar las ganas de ir a abrazarlo y pedirle que la abrazara fuerte hasta que sus cuerpos se volvieran polvo de estrellas.

Del amor a la obsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora