Prefacio

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Después del verano en el que su abuelo falleció, a Mía la perspectiva de comenzar las clases no le parecía tan mala. Era su primer año en el instituto, pero ya conocía a casi todos los alumnos. A los que no conocía porque habían sido sus compañeros en la primaria, los conocía de la infancia. El pueblo en el que vivía con su familia era muy pequeño, se conocían entre todos y cada generación tenía su propia historia.

El año anterior había cursado el primer año de instituto en la capital. El grave estado de salud de su abuelo, había llevado a que su padre, su madre y sus dos hermanos menores se mudaran a vivir con él. Cuando falleció, dos meses atrás, ya iniciado el verano y terminada las clases, no había motivos para seguir viviendo en la capital, por lo tanto volvieron al pueblo.

Mía nunca había sido muy apegada a su abuelo, pero la muerte de este había afectado mucho a su familia. Cuando se iba a dormir escuchaba las discusiones de sus padres. La madre de Mia nunca había tenido una muy buena relación con el padre, abuelo de Mia, ya que este había engañado a su madre cuando esta era una niña. Cordelia, la abuela de Mia, había perdonado a su esposo, pero Andrea, su hija, jamás. Cuando tuvo edad suficiente para irse de casa, no volvió a ver a su padre. Se encontraba con su madre en algún café o la invitaba a su casa. Pero el panorama cambió cuando Cordelia falleció, en ese tiempo su padre hizo lo posible por contactarse con Andrea. Esta decidió darle una oportunidad, lo visitaba sola una vez al mes. Según lo que Andrea le había contado a su hija, hablaban sobre el pasado, sobre la vida que se habían perdido mientras estaban separados. Los niños y su padre, solo veían a Robert, el abuelo en las épocas festivas. Cuando al abuelo le diagnosticaron Alzheimer, los padres de Mía no habían dudado en mudarse a la capital para apoyarlo. La enfermedad terminó siendo su lecho de muerte. Desde el diagnostico a su muerte, solo transcurrieron 9 meses. Tanto como demora la gestación de una vida, había pensado Mía "Una muerte por cada vida, una vida por cada muerte".

La realidad era que Andrea se culpaba por los años de rencor, por los años en los que el orgullo había sido más fuerte que el amor, o la sangre. Siempre había pensado que podía llegar a ocurrir, pero su fría coraza le había dicho que eso no era posible, que la parte de su corazón que amaba a su padre era tan pequeña que nada de lo que a él le sucediera le iba a afectar. Pero no había sido así. Desde que habían vuelto al pueblo no podía levantar su cuerpo del sillón. No tenía energías para comer, apenas se levantaba para ir al baño. Tomás su esposo estaba preocupado, se iba a trabajar cada mañana, no sin antes hacerle prometer que se levantaría, que cocinaría para sus hijos, que se bañaría. Cuando Tomás llegaba a la casa y se encontraba a su mujer aplastada en el sillón y a sus hijos comiendo productos de cocción rápida comprados en el supermercado de la esquina, se enfadaba tanto que su rostro se tornaba rojo.

-¡Tienes que superarlo!- le gritaba a su mujer, cuando los niños se iban a dormir.

Andrea se limitaba a dejar que las lágrimas corrieran por su cara.

-Lo haré- prometía- Mañana me levantaré, buscaré un nuevo trabajo. Iré al parque con Rick y Nick.

Aquella noche Tomás asintió, rezando en su interior porque la promesa de su esposa fuera real esta vez.

-Ya no tengo familia y cuando la tuve no la supe cuidar- sollozó Andrea aquel día.

-Claro que la tienes, yo siempre voy a estar para ti, y tenemos a los niños. Tus padres, dónde quiera que estén quieren que seas feliz. Si no lo haces por ti, hazlo por ellos.

Su padre se acercó a su madre y la abrazó con fuerza, prestándole su hombro, mientras ella lloraba.

Aquella noche Mía se durmió con una media sonrisa en el rostro. Quizás las cosas se fueran a arreglar después de todo.

Del amor a la obsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora