5. La pequeña Lucy.

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Habían pasado veinte minutos desde qué la señora Maryse se había marchado dejando a Elizabeth sola con su nieta, la pequeña Lucy. Por lo qué Elizabeth pudo entender, debía irse pues iba a visitar a una amiga que recién había sufrido un infarto y se encontraba en el hospital. No sabía ni tenía con quién dejar a su nieta mientras iba y visitaba a su amiga hasta que recordó el pequeño pedazo de papel color beige el cual le habían entregado al salir del supermercado. Las palabras niñera y a domicilio en el aviso fueron suficientes para la señora Maryse y fue ahí cuando decidió llamar a Elizabeth.

Regresando al tema anterior, habían pasado veinte minutos desde que la señora Maryse se había ido. Y habían pasado veinte minutos desde que Lucy había abierto la boca, y sólo lo hizo para despedirse de su abuela. Elizabeth se sentía un poco incómoda. La chica no tenía ni idea del porqué Lucy parecía haberse quedado muda. Completamente muda. No obstante era la única vez, desde que había entregado los ridículos carteles con Katherine, que la habían llamado y no iba a quedarse de brazos atados.

Decidió que era hora de hacer hablar a la pequeña niña de gélidos y preciosos ojos azules.

-Y...¿que sueles ver en la televisión? -preguntó por tercera vez. Nada. Ni siquiera volteó a mirar a Elizabeth quién suspiró-. Está bien, ¿Y te gusta escuchar música? -Nada.

La pequeña Lucy tenía cinco años, le había dicho Maryse mientras iba hacía la puerta, cogía las llaves y se marchaba. Lucy tenía el cabello de un hermoso rubio cobrizo envidiable hasta por la mismísima Elizabeth. Era una niña preciosa, sin embargo, por más que Beth lo intentara no lograba obtener la atención de Lucy quién estaba absorta en su mundo mientras veía My little ponny. Elizabeth la comprendió. Aún con sus diecinueve casi veinte años Beth veía My little ponny y no era por ser inmadura, en realidad el programa era bueno. De hecho, el programa tenía temas qué, según Elizabeth, no eran muy apropiados para niños pequeños.

Demonios tiene que haber algo que haga hablar a Lucy.

- ¿No tienes hambre?-Y fue ahí cuando Lucy volteó a mirarla. Mierda, pensó, todo éste tiempo la niña no hablaba porque tenía hambre. ¡Lucy estaba muda del hambre!. Elizabeth sintió su corazón encogerse de la culpa. ¡Pedazo de niñera soy!

-¿Tienes hambre? -volvió a preguntar con un hilo de voz. Lo que vio a continuación fue como un golpe en su nariz. Lucy asintió varias veces-. Está bien, está bien, ¿qué quieres comer? -No obtuvo respuesta. Decidió que le nombraría toda la comida que se le ocurriera y esperaría a que ella escogiera una-. ¿Hot cakes? -negó con la cabeza-, ¿Huevos? -volvió a negar.

Y así fue hasta que Elizabeth decidió revisar los gabinetes de la cocina mostrándole cada una de las cosas que se encontraban en ellos y luego lo vio a él. Lo vio a él como siempre: tan irresistible. Con su penetrante mirada y ésos ojos negros tan cálidos cómo las innumerables tazas de chocolate caliente que su madre le preparaba en los fríos días de invierno en Oklahoma, con su sensual nariz, que, aunque era un poco grande, Elizabeth amaba. Y, como las incontables veces que Beth lo veía, estaba desnudo. Completamente desnudo. Y ahí estaba, su amado Sam. Sam el tucán.

-¿Tienes froot loops? -preguntó Beth con bastante ilusión, tanto así que su voz salió como la de Tiffanny, chillona y molesta. Su reserva de froot loops se había terminado y Elizabeth había pasado veinticuatro horas sin ingerir nada de su tan amada adicción. Una vez intentó inscribirse en Froot loops adictos y anónimos pero no lo hizo por dos razones: uno, no existía ésa organización, y dos, aunque ésa organización existiera Elizabeth no lo haría, no podría. No era posible controlar su adicción al mejor y perfecto cereal del mundo. Y gracias al mejor y perfecto cereal del mundo Lucy habló.

Propuesta tentadora(CANCELADA).Where stories live. Discover now