Capítulo veinticinco.

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Por la noche, pasé por Megan. Cuando estuvo a unos centímetros de mí, la abracé. Tenía la cabeza llena de pensamientos aturdidos que no podía solucionarlos y necesitaba un poco de su calma para equilibrar mis tormentos.

—¿Estás bien? —preguntó, dándose cuenta de lo tenso que estaba mi cuerpo.

—Sí, no te preocupes —la besé, tomándome el tiempo de saborear la textura de sus labios antes de entrar al auto y llegar al gimnasio.

Tenía un asunto pendiente con Derek y Jay. Ellos seguían en el bar pero ésta vez, estaban acompañados de Marissa. Había olvidado que aparecería ésta noche. Lucía exactamente igual desde última vez que la vi, que fue cuando le grité lo mierda que era por haber dejado a Derek como a un perro. Nos llevábamos mal desde que recordaba. No sabía qué demonios había visto Derek para caer en sus encantos. Sí, tenía unas tetas increíbles y un trasero contorneado, pero su cuerpo había sido manoseado por todos. Afortunadamente yo no caí en esa tentación por respeto a mi amigo.

Ajusté mi agarré en la cintura de Megan, deseando no cruzar palabra con Marissa. Su presencia me ponía de mal humor y si se le ocurría hacer algún comentario ridículo, me marcharía de aquí.

—¿Qué hay, Dominic? Hola, Megan —saludó Jay.

Megan sonrió, y miré a Derek. Me devolvió la mirada y se removió incómodo cuando Marissa le dijo algo al oído. Los ignoré y en su lugar, pedí un vaso de whisky y una bebida sin alcohol para la dulce persona que estaba a mi lado.

—¿Quién es ella? —susurró Megan cuando Marissa se alejó para atender una llamada.

—Alguien que no vale la pena —dije lo suficiente alto para que Derek lograra escucharme.

—No puedo quitármela de encima —dijo él, apagando su cigarrillo—. Ya le expliqué que estoy con otra persona, pero parece que no es un problema para ella.

—Cecy vendrá en cualquier momento —comentó Megan un poco molesta—. Deberías decirle que se vaya.

—Como si fuera tan fácil —suspiró y se dejó caer contra el respaldo de la silla.

Me irritaba que Derek se comportara tan débil cuando Marissa estaba cerca. Si se tratara de otra persona, no dudaría en apartarla mediante palabras frías o indirectas específicas.

—Si no le dices que se vaya de nuestra mesa, lo haré yo —aclaré, antes de darle un trago a mi bebida. 

—Dominic, tienes suerte que no haya traído a Ashley —comenzó Jay, acomodando el brazo en la silla vacía que estaba a su izquierda—. Estaría restregándose en tu cara en este momento.

Megan se removió en el taburete y desvió la vista. Fulminé a Jay con la mirada y captó la advertencia. Más que indignado, me sentía avergonzado. Había follado con ella hace unos años. Era demasiado empalagosa y no dejaba de insinuarse cada vez que la encontraba por aquí. Le di el gusto de empotrarla contra la pared y regalarle algunos minutos de mi tiempo. Pude librarme de ella cuando se matriculó en alguna universidad prestigiada fuera de la ciudad.

Desde entonces no he sabido nada de su vida y la verdad, esperaba no verla de nuevo. No la necesitaba. De hecho, nunca la necesité. Sólo era una simple distracción. 

Mis propósitos era encargarme de mi padre y mantener la promesa de hacer las cosas bien con Megan. No iba a permitir que la única persona que realmente me importaba, se alejara. Se me revolvió el estómago al imaginarme los días sin mirarla. Sería un calvario insoportable para mí. Uno que no lograría sobrevivir.

Me incliné hacia a ella, inquietándome por su silencio. Veía el ring sin ningún entusiasmo y sabía que los engranes en su cabeza estaban formulando ideas desagradables en donde yo era el protagonista. Tomé su mano y se volvió hacia a mí. Pude notar que estaba preocupada a pesar de que mostró una pequeña sonrisa. Miró por encima de mí y mi oído se agudizó cuando escuché los tacones de Marissa aproximándose a la mesa.

Heridas Ocultas ✅ | editando |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora