XIX: Joder, mierda, joder

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Eife

Últimamente Eife estaba metida en un mundo de felicidad que solo existía en su cabeza, y en ese mundo estaba junto a su mayordomo Lissan, despreocupándose completamente de sus deberes como futura reina, como lo eran casarse en menos de un mes, por ejemplo, faltaba tan solo una semana y media aproximadamente.

No solía hablar mucho con su madre, solo cruzar palabras de vez en cuando, sin acercarse al tema de la boda claro, porque entonces la pequeña y cortés conversación llegaría a una discusión sin ningún tipo de solución. Aunque ya iba siendo hora de que tocaran el tema de una vez por todas, pues la boda estaba muy cerca y tenían que ir viendo los detalles de esta.

—¡Por favor! —suplicó por quinta vez Eife a su madre. Estaban en la habitación de la mujer, quien le había convocado para avisarle de que tendría que empezar a elegir el vestido y peinado que querría utilizar, además de las decoraciones. 

—Ya te he dicho que no voy a retrasar más la boda, Eife. —dijo Firai, su tono de voz firme que dejaba en claro que no había otra opción.

—Me voy a negar, no voy a dar el sí. No me puedes obligar a eso. —dijo furiosa antes de salir de allí dando un portazo. La reina suspiró y le dejó marchar. De verdad no sabía de dónde había sacado ese genio.

Caminaba con pasos furiosos, secando algunas lágrimas rebeldes que caían a causa de la rabia e impotencia por no poder hacer nada contra ello. Odiaba todo. Se había aislado y refugiado tanto estos días en Lissan y en que todo estaba bien... Y al final todo aquello le había caído como un jarro de agua fría. Porque entendió que no iba a poder ser feliz junto al chico que amaba, tendría que pasar su vida junto a Merilas.

Agarró su espada, la cual estaba en una esquina de su habitación, e hizo lo que hacía siempre que estaba frustrada y enfadada: golpear aquel mueble viejo, ya bastante magullado, para soltar su frustración. Lo golpeó y lo golpeó, soltando alguna mala palabra por lo bajo. No escuchó cuando llamaron a la puerta, y tampoco cuando esta se abrió un poco, estaba demasiado ocupada expulsando su odio a través de los golpes. 

Lissan había escuchado el portazo y los golpes que estaba dando la princesa, claro, su habitación estaba al lado así que era imposible no haberlo hecho. Mentalizado para tratar de calmarla fue hasta su habitación. Cuando vio a Eife dando esos golpes al mueble, agradecía ser un humano y no ser ese pobre mueble, que se estaba llevando una buena...

—Eife. —habló calmado Lissan desde la puerta porque, sí, no pensaba acercarse todavía. La chica paró de pronto, dejando caer su espada al suelo y girándose a verle. Lissan cerró la puertas tras de sí y se aproximó a la joven. 

—Odio todo, Lis. —dijo contra su pecho. En cuanto se aproximó se había lanzado a sus brazos. El mayor le correspondió inmediatamente, le acariciaba la espalda para intentar así consolarla de algún modo. 

—Sí, esto es injusto. —concordó Lissan dejando soltar un suspiro pesado. Se sentía culpable en cierto modo, porque no había hecho nada y tan solo había alimentado la ilusión de un futuro inexistente donde los dos podían estar juntos.

La guio hasta la cama, sentándose con ella al lado aún abrazada a él. Eife en realidad siempre se calmaba con Lissan. No solo porque estuviera enamorada de él, es que el chico transmitía paz y tranquilidad, tenía un aura muy serena, perfecta para Eife. Parecía que siempre estaba tranquilo y podía con cualquier situación donde estuviera incluso bajo presión.

Merilas

El pecoso iba dirección a la habitación de Joliven, un camino ya usual en su rutina en ese castillo. Había pensado que quizás podrían dar una vuelta por el pueblo o algo así, hacía mucho tiempo que no salía del castillo y quería cambiar un poco de ambiente, ¿y quién mejor que Joliven para acompañarle?

Love around the crownWhere stories live. Discover now