Prólogo.

3.4K 254 47
                                    

STALIN SOKOLOV

AÑO 1995. ESTADOS UNIDOS.

Crecí sabiendo que provenía de una mujer, que mi madre había dado a luz también a dos mujeres antes que a mí y que mi propio padre también nació de una, sin embargo el que me dieran el puesto de Boss a mí y no a mis hermanas mayores me hizo comprender una sola cosa: Las mujeres no sirven para mandar.

Los hombres hemos mantenido a raya a las mujeres durante generaciones. Lo vi a mi padre golpear a mi madre para educarla, vi a mi hermana siendo abusada por su propio esposo y yo tuve que golpear a mi esposa de vez en cuando para mantenerla a raya. Ahí comprendí otra cosa: la mujer es como una pelota de ping pong, cuanto más fuertes las golpeas, más rápido regresan a ti.

Nunca vi a mi padre disculparse por cómo trataba a mi madre, o a mi cuñado darle un voto a su esposa y yo mismo no permití que mi propia esposa tuviera voz o voto en nuestra vida, nuestro matrimonio y mucho menos en la crianza de nuestras hijas así que comprendo al hombre que está frente a mí rogando por su asquerosa vida entregándome a su esposa como forma de pago por todas las drogas que se llevó y no pudo costear.

—¿Se supone que tengo que creer lo que me dices?—alzo una ceja.

El sonido de la música al menos disipa el horrible sonido de su llanto y los ruegos de la puta que está tirada en el suelo. Es un despojo humano, ambos se ven como la mierda. Ni siquiera necesito que me diga dónde fueron a parar las drogas porque se nota que están dando vueltas en el cuerpo de ambos ahora mismo.

—¡Conseguiré el dinero, señor, se lo prometo! Solo pido... pido tiempo, necesito tiempo para juntarlo todo y...

—¿Y me dejas a esta puta como garantía?—no puedo impedir que la risa abandone mi garganta.

Los ojos verdes de la mujer conectan con los míos ganándose una patada directo a la cara que la lleva hacia atrás golpeándose con el suelo.

—No sabe las reglas—gruño—¿Quieres que le pegue un tiro ahora? Dile que nadie puede mirarme a la cara sin mi permiso.

Observo con desagrado la sangre que salpicó la puta en mis botas, me ha contagiado de toda la mierda que carga encima, ni siquiera hago el intento de acercarme por que quién sabe lo que pueda inhalar al estar cerca.

—Lo siente, señor Sokolov, ella lo siente—se lamenta.—Le... le prometo que será una buena chica ¿no es así amor? Será una buena chica hasta que yo pueda juntar el dinero, se lo prometo.

La mujer en el suelo se arrastra hasta su esposo tomándolo por las piernas.

—Quiero ir a casa—dice por lo bajo. —Llévame a casa.

—¿No sabe que la estás dejando aquí?—sonrío acercándome. La mujer a mis pies tiembla al verme sobre ella, si la miro bien no está tan mal, es obvio que las drogas se han vuelto su pan de cada día y también se nota que es mamá, tiene los senos hinchados y amoratados por la falta de succión de su hijo. Es una perra en todo el sentido de la palabra. —¿Acaso no sabes lo que tu esposo está haciendo para cuidarse el trasero ahora? Te entrega como a un pedazo de carne, un trozo de carne arrojado directamente a los lobos hambrientos.

—Yo... no quiero que le pase nada malo.

Mis hombres se burlan.

—¿Crees que somos un maldito hotel hijo de puta? ¿Qué crees que va a pasar si la dejas aquí?—veo cómo sus ojos denotan la sorpresa que siente—Déjala y tu esposa será tomada por cada hombre que quiera tocar su sucio y podrido coño, se la meterán por donde quieran, le harán lo que quieran y no voy a intervenir porque está aquí para saldar su deuda. O bien puedes llevártela y morir abrazados juntos.

Pecados Mortales.Where stories live. Discover now