Sollozo a medianoche [✔]

TheSphinx- által

259K 32.3K 28.4K

Su novio está obsesionado. Ella es víctima de sus manipulaciones. La hiere, la destruye, pero ella continúa c... Több

[EXTRA] Booktrailer + Playlist
Sollozo a Medianoche
1 - Lánguidos acordes
2 - Delicia
3 - Bruno
4 - Florencia
5 - Desastre
6 - Cálido y enfermizo
7 - Sollozo a medianoche
8 - Encuentro repulsivo
9 - Desenmascarar
10 - Papá
11 - Tanteo
12 - Acendrado
13 - Irene Damiani
14 - Matar
15 - Mala compañía
16 - Depresión maníaca
17 - El cielo en el infierno
18 - Memoria agridulce
19 - Ya no es lo mismo
20 - El inicio de la primavera
21 - Tu risa
22 - La confesión
23 - Estrecho
24 - Tormenta calma
25 - Formas de decir «te quiero»
26 - Eres importante
27 - Lo siento
28 - Cotilleo ruidoso (Doble Actualización)
29 - Si hubiera (Doble Actualización)
30 - Todos los caminos conducen a Roma
31 - Katerine Greco
32 - Barrera
33 - Ausencia
34 - Quietud, temblor
35 - Humo
36 - Entre dolores intensos y besos precavidos
37 - Los planes de continuar
38 - Hueco
39 - El crew (Doble Act.)
40 - El crew II (Doble Actualización)
41 - Comer
42 - Resguardar tu nombre
43 - Solo
44 - Pasarse de la línea
45 - Gris
46 - Azul
47 - Rosa
48 - Amarillo
49 - Negro
50 - Ahogo
51 - Los ángeles también hieren
52 - ¿Qué tipo de tortura es ésta?
53 - Délicatesse: el primer problema
54 - Cómo romper un corazón
55 - Todo estará bien
56 - Venia
57 - Desasosiego
58 - Incompatibles
59 - Lo que «pasar» implica
60 - Katerine Grey
62 - Los Greco son extraños
63 - El chico perfecto que se hace llamar mi novio
64 - Bajo presión
65 - Esta vez los d'Aramitz son extraños
66 - Las oscuras nubes de una tormenta
67 - Llamado
68 - Diversas voces, única historia
69 - Un último adiós
Epílogo
Nota de autor + proyectos
I. Hermano
II. Papá
III. Conexión

61 - El fantasma de un olvidado

2.9K 313 437
TheSphinx- által


eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeoo

buenas

La casi permanente sonrisa gigante de Sam se desvaneció cuando mi semblante se petrificó.

Apreté la sábana en mi puño, pronto la misma presión se condujo a mi mandíbula. Todo mi cuerpo se endureció como piedra, sin embargo, un sólo golpe podría haberme roto en múltiples piezas. Era una roca a punto de desquebrajarse.

A pesar de estar sentada, sentí que perdí el equilibrio entero de mi cuerpo, como si un simple soplido podría derrumbarme.

—¿Kat?

Bruno. Jodido Bruno.

Mis dientes se apretaron entre ellos, causando un óseo ruido preocupante. La tensión me hacía temblar las manos.

Alcé mis ojos a Sam, quien yacía expectante por un atisbo de palabra mía para saber qué sucedía.

La única pista que tenía de lo que sucedía en mi cabeza era el incesable temblor en mis manos que con esfuerzo intentaba parar.

Realmente no estaba del todo segura cuáles eran mis sentimientos sobre Bruno. No lo amaba. Ni le dirigía odio. Pero cuando oí su voz, cuando oí su voz... la sangre me hirvió... 

Se trataba de resentimiento. Podría jurarlo.

—¿Estás bien? —preguntó Sam a mi lado, con una mueca consternada.

—Sí —musité.

—Lamento si interrumpo algo. —La voz de Bruno fue áspera, aunque un tanto cargada con un leve pesar. Como si su garganta se hubiera gastado—. Kat, yo...

—¿Qué quieres? —articulé severa, intentando sacar confianza de donde menguaba—. Es Bruno —le aclaré poco después a mi novio.

Samuel frunció el ceño y noté cómo su vista divagó entre mirarme a mí o a un punto en la pared.

—Iré a la cocina —soltó en un tono lo suficientemente fuerte y claro como para que Bruno le oiga. Luego de irse, cerró la puerta de un portazo, lo que me extrañó; él no se comportaba así.

Apreté mis labios sumergida en nervios. Jodido Bruno. ¿Qué mierda quería?

No comprendía cómo tenía los cojones de llamarme tan casual incluso después de haberme dejado de esa forma. Ni siquiera me «dejó», sólo desapareció de manera repentina. Sin explicaciones ni despedidas. Era un descarado.

—No volveré contigo —aclaré con la voz teñida un poco de enfado.

—No quiero hacerlo —respondió en voz baja, casi susurrando—. Sólo necesitaba...

Sus palabras flotaron en el aire y apreté mi móvil.

—¿Necesitabas?

Tosió un poco y escuché el sonido de su sonrisa.

—Necesi... Necesitaba... —Su voz se oyó difusa, como si se hubiera debilitado.

—¿Estás bien? —Fruncí el ceño.

—Sí. —Una risa raquítica huyó de su boca, con la misma intensidad de un triste suspiro—. Esta mañana he oído las noticias, me preocupé por ti, ¿sabes?, no sabía si te encontrabas bien. Creo que... después de todo soy quien peor lo ha llevado —lo último lo dijo con un tono un tanto risueño, como si se burlara de su propia situación.

—Bruno...

Antes de que diga otra cosa me cortó:

—Eso es todo, Katerine.

Volvió a reír de aquella forma tan deprimente y sentí escozor en todo mi cuerpo.

—Fue extraño. Todas las veces que te pedí que renunciaras te negaste. Ferre... ¿Ferre te ha hecho algo?, ¿algo que provocó tu denuncia? —Su voz, oscura, áspera y ronca se oyó entristecida, repleta de dolor.

Apreté mis labios. La tensión fluía por mi sangre. Bruno se oía lastimado, como un animal agonizando en la soledad de un solitario bosque.

No tenía aquel tono alegre y dulce que le caracterizaba. Su voz era un hilo a punto de quebrarse.

—Yo no he sido quien denunció.

Cuando otra carcajada sardónica abandonó sus labios mi corazón se compungió.

—¿Has bebido?

—Tal vez —murmuró risueño—. Tal vez no.

Permaneció en silencio durante unos segundos y oí un traqueteo poco lejano.

—¿Bruno?

—Adiós. Cuídate.

Y cortó.

Cortó sin más.

Mis labios temblaron por unos largos segundos.

Había oído su voz. Después de meses. Se sentía lejana, como si hubiera sido guardada en alguna parte de mi cerebro encerrada con un seguro candado. El recuerdo había sido liberado, y cual lluvia de estrellas cada memoria transitó mi mente.

Su sonrisa. Su aroma. La forma en que vestía y cómo despertaba. El tono con el que solía hablarme... El tono. ¿Cómo había cambiado tal ese tono? Su voz se oyó como una débil imitación de lo que una vez fue, sobre mi frente, mis labios u oído, murmurando con dulzura y felicidad palabras de amor.

Palabras de amor vacías.

Tomé del dobladillo mi camiseta. Bueno, no era literalmente mía. Era una camiseta que le robé a Sam. Lo que explicaría lo grande y holgada que me quedaba.

Sentí el olor de mi novio y sonreí débilmente. Había algo especial en aquel sutil perfume.

Puse mis pies descalzos sobre el caliente suelo. Tenía la mirada decaída, lo sabía. Incluso sin verme al espejo podía notar lo mal que me puso pensar en Bruno.

Caminé fuera de mi cuarto y divisé la espalda de Sam a través del arco de la cocina. Ordenaba algo con tranquilidad, aunque sus hombros yacían tensos. Su camiseta negra hacía que su espalda se vea más ancha.

Llegué al sepia umbral del arco de la cocina y él volteó, observándome por arriba del hombro para luego enseñarme una tranquilizadora sonrisa soslaya.

Casi corrí hacia mi pelinegro, para que éste me envuelva en sus brazos. Mis pies temblaron sobre las pulcras y resbaladizas baldosas. Perdía fuerza al recordar a Bruno.

Pero no debía caerme.

—¿No estás cabreado?

Él acarició mi espalda sobre la camiseta y suspiró.

—¿Por qué lo estaría?

—Bruno me ha llamado... ¿No quieres explicaciones?

—Sólo quiero saber qué te dijo —murmuró en el espacio hueco entre mi cuello y hombro—. Es obvio que no estás hablando con Bruno a escondidas, Kate, no tengo porqué cabrearme. No soy un idiota paranoico.

Sonreí suavemente contra su pecho.

—Él... vio las noticias de Délicatesse. Se preocupó por mí, por eso llamó. Creyó que algo me había sucedido.

—Se preocupó por ti —repitió con un susurro—. Vaya.

—Lo sé. —Me abracé más a él. Los ojos se me cristalizaron de sólo recordar sus palabras. Había disipado a Bruno de mi cabeza, pero regresaba cual tsunami a destruir lo poco que había logrado construir—. ¿Por qué... por qué no puedo simplemente olvidarlo? Quisiera poder borrarlo de mi cabeza. Como un archivo. Hacer que simplemente... desaparezca.

—Lo olvidarás. Y estaré contigo para ayudarte. —Su voz estaba llena de ternura y cariño—. Te apoyaré.

Se apartó de mi cuello para encararme. Sus ojos de la tonalidad de las nubes antes de una tormenta me contemplaron. Parecía buscarme detalles.

—Sé que superarás todo, Katerine.

Una sonrisa debilucha atravesó mis labios.

—Te amo —solté reforzando mi sonrisa.

—Yo también te amo. Demasiado.

Subí mis brazos a su cuello y una de mis manos acarició el cabello de su nuca. Sus ojos se entrecerraron ante la sensación.

—Éste es el momento en que me besas, tontito.

Expandió su sonrisa y se acercó con calma a mi boca. Aunque el beso no se lo tomó con calma. Una de mis manos fue a su pecho y tomé la camiseta en mi puño. Mi cuerpo entero tembló ante la entrega que su beso profesaba. Me sumergí en él, huyendo de aquel doloroso pasado para sólo pensar en Sam. Lo único que transitó en mi cabeza en aquel instante.

Retrocedimos al mismo ritmo y me hizo chocar contra la encimera. Un gemido mío se ahogó en su boca y nos separamos con un jadeo. Nuestras bocas buscaban algo de oxígeno tras el fogoso beso.

—Dios... Cuánto has mejorado —alabé extasiada.

Sonrió orgulloso y antes de que pudiera observarle un segundo más me beso una vez más, arrancándome vergonzosos sonidos. Esperaba que mi humedad no se notara en mis bragas, de lo contrario, sería difícil despegarme de él. Si notaba mi excitación no me soltaría.

Sus manos fueron a mis costillas, luego una bajó a mi trasero y me apretó un glúteo. Sabía que disfrutaba los gemidos que soltaba cuando me hacía cosas así.

—¿Mojada? —preguntó contra mis labios y mi rostro ardió de vergüenza.

Su mirada bajó a mi intimidad y notó las manchas de humedad en la tela de mis bragas. Una pequeña sonrisa le iluminó el rostro.

—No lo haremos —solté antes de que abra la boca.

Me hizo un mohín decepcionado. ¡No me iba a dar lástima!

—¿Por qué no?

—Tienes trabajo. Y yo debo visitar a tus suegros.

—Será rápido.

Arqueé una ceja.

—¿Rápido en qué sentido?

Soltó una carcajada genuina, provocándome una curva en los labios.

—Hagamos un trato.

Alcé ambas cejas, sorprendidas.

—¿Ahora haces tratos para echar un polvo?

—Te propongo que  —Me señaló con su índice— me organices una cena con mis suegros. Si es así, dejaré de pedirte esto.

Realmente le había gustado lo de ayer.

Pasé mi mano por su mejilla, para luego acariciar su mandíbula tensa por su sonrisa.

—Ponte guapo. Verás a Adela y Ciro Greco.

Se abalanzó a mí con un beso desesperado y que delataba su euforia. Me uní a él frotando el cabello de su nuca, hasta que conduje una de mis manos hacia abdomen hasta deslizarla lentamente a su sutil bulto.

Separó sus labios de los míos y me sentí abandonada. Su sonrisa estaba intacta.

—Oye... Dijiste que no haríamos nada.

—He cambiado de idea —murmuré—. Trae un condón. Con gorrito no hay hijito.

Lo vi reír antes de abandonar la cocina. Esperé pacientemente con mis ojos cerrados, para luego cruzar mis piernas la una sobre la otra.

Mi novio apareció en el arco de la cocina y le sonreí, esperando a que se acerque.

—¿Quieres que te ayude a ponerlo?

Negó con su cabeza —la de arriba—, e intentó quitarle el envoltorio al condón.

—No lo abras con los dientes.

Él hizo caso y finalmente abrió el preservativo.

—Oye... Ven aquí —murmuré desde mi sitio.

Sonreí cuando se aproximó a mí. Tomé el condón y lo dejé a un lado. Sam me miró confundido.

—Aún no —solté. Le di un vistazo al reloj. Teníamos media hora. Debería ser suficiente—. Primero va el juego previo, Samuel.

—Vaale —contestó animado—. Dame algo de espacio, burrito.

—¿Burrito? —Fruncí mi ceño.

—Ujum.

—Me vuelves a llamar así y te diré Alphi mientras lo hacemos.

—No, por favor...

Le señalé con el dedo, poniendo la mirada más intimidante que podía hacer.

—Estás amenazado.

Soltó una risa que me enamoró aún más y llevó sus labios a mi cuello. Me besuqueó con lentitud y pasión, para luego conducir sus manos a mi camiseta y levantarla sobre mis senos. El frío de la habitación me endureció aún más y Sam me arrancó un jadeo con su masaje, para luego volverme loca con sus pulgares dándole placer a mis pezones.

Estaba mejorando a la hora de tocarme.

Su cabeza abandonó mi cuello y bajó a mis pechos, lamiendo el borde de una de mis aureolas, causándome un cosquilleo en mi intimidad. Ahogué un gemido apenas su boca se apoderó de aquel punto de placer.

—Samuel...

Sus manos volaron a mis bragas y me las bajaron de un tirón. Abrí mis piernas para él y casi apoyé mi espalda en la encimera. Uno de mis codos me sirvió de soporte mientras mi otra mano tomaba del cabello a Sam para pedirle más.

Uno de sus dedos me frotó los labios, para luego abrirme suavemente y recorrer mis pliegues con un jugueteo curioso. Lo quería en mi centro. Con muchas ansias. Hasta que por fin su índice tocó mi clítoris.

Mis jadeos hicieron presencia. Joder, ¿cómo podía hacer algo tan pequeño y causarme, literalmente, una explosión? No sabía qué era lo que Sam tenía que lograba hacerme sentir satisfecha y atendida.

Lo observé. Estaba concentrado, con los ojos cerrados y el ceño levemente fruncido.

Su pulgar se encargó de mi hinchado bulto y sus dedos se dirigieron a mi entrada. Separó su boca de mi seno y me contempló, agitado.

Mordió su labio inferior apenas sus ojos hicieron contacto con los míos.

—Lamento no poder hacerlo sin previa, Sam. Pero creo que te sería difícil entrar sin esto —mascullé avergonzada.

—¿Por qué pides disculpas? —Entrecerró sus ojos—. Me gusta mucho hacer esto contigo. —Noté su rubor y cómo la voz le temblaba por la vergüenza—. ¿A ti te gusta?

Asentí con mi cabeza con una sonrisa. Aunque se desvaneció cuando retiró sus dedos de mi interior.

—¿Qué sucede?

Apretó los labios y me percaté de su inseguridad. Ladeé mi cabeza, confundida.

Pero, no pasó mucho tiempo para que me quede boquiabierta al verlo bajar su rostro a mi entrepierna.

—Quiero intentarlo de nuevo.

Subí mis muslos a sus hombros y le sonreí de forma tenue.

—Adelante.

Un quejido extasiado salió de mi boca cuando comenzó a tantear mi intimidad con sus cálidos y húmedos labios, sin llegar a mi clítoris. Hice una mueca de dolor cuando chupó el interior de mis muslos, dejando una marca entre mis piernas.

Rodeó mi clítoris con su lengua, produciendo un cosquilleo que fue a mi cabeza como una gran ola, para luego succionarlo y aproximar dos de sus dedos a mi cavidad. Mis paredes apretaron sus largas falanges y liberé un chillido cuando presionó dentro mío.

Otra de sus manos me tomó de uno de mis glúteos para masajearlo lentamente.

Sus ojos se levantaron y ahogué un gemido al hacer contacto visual con él. Su cabello me acariciaba la piel de las piernas, y cuando se separaba de mí para soplarme con su cálido hálito algo en mi interior se retorcía.

Al poco tiempo ya sentía lo tan cerca que me encontraba de correrme.

—Ahora, Sam. Hagámoslo ahora.

Se levantó y limpié con el dorso de mi mano su boca asimismo él parecía luchar un poco con ponerse el condón. Le ayudé a deslizarlo por su erecta hombría y terminé de bajarle la ropa interior.

—Tomátelo con calma, ¿sí?

Asintió con un sonido. Me incorporé de forma que le sea fácil entrar y envolví su cuello entre mis brazos. Su rostro permaneció cerca del mío y su mano sostuvo su miembro para alcanzar mi entrada. El glande de Sam, excitado y probablemente palpitando, ingresó con lentitud por mis paredes. Me tomó de la cintura para poder tener mejor precisión. Jadeé. Lo había metido entero.

—¿Puedo moverme? —murmuró cerca de mi boca.

Aferré mis piernas a su cuerpo y ahogué un quejido de placer, extasiada por la íntima unión.

Un beso calló mi gemido cuando volvió a penetrarme, lo hacía con cuidado y buscaba alguna zona que me haga sentir bien. Me moví con él, formando un meneo lento entre ambos.

Casi me recostó sobre la encimera y su presión en mi cintura y caderas aumentó, tomándome con mejor ritmo. Las piernas me temblaban de gozo. Su virilidad se abría paso entre mis paredes a un ritmo progresivo. Cuando lo apreté, Sam ahogó un gemido extasiado.

—¿Así? —jadeó cerca de mi boca, dándome una estocada desalentadora.

—Sí... —casi susurré—. Lo estás haciendo bi-bien.

Su mano bajó por mi abdomen hasta que halló mi clítoris y lo masajeó en intensos círculos con su pulgar.

Eché un chillido cuando me dio una estocada cortante y desestabilizadora.

Mis gemidos aumentaron y pronto mi cabeza se mareó. La vista me era difusa y sólo podía ver una confusa silueta de Sam desnudo haciéndome suya en la cocina.

—Estoy cerca —gemí echando mi cabeza hacia atrás, con mis ojos vidriosos.

Su boca tomó mi cuello y no paró de introducirse en mí con una velocidad calmada, aunque no lenta. Un largo gemido que mantuve en mi garganta salió de mí como punto final. Apreté su miembro y me dejé caer en la encimera, sin parar de jadear.

Sam frunció su rostro al correrse y permaneció dentro, mientras se agachaba un poco hasta estar cerca de mí. Acaricié su cabello y él se aproximó a mi cara para dejar un beso en mi frente.

—Kate —canturreó—. Pude hacer que te corras —volvió a cantar.

Reí suavemente y envolví su cuello entre mis brazos con una gran sonrisa en mi rostro.

Estaba profundamente enamorada de aquel chico.


Cuando llegué a la villa sólo pude pensar en lo mucho que me había puesto de buen humor ese polvo. A pesar de que no fue un orgasmo muy potente, aún así estaba satisfecha y enorgullecida del esfuerzo de Sam.

Sonreí al recordar la felicidad de mi novio después de su logro. Luego de hacerlo me trató como princesa, aunque no me extrañaba que lo hiciera. Acostumbraba a darme mucha atención.

Llegué a casa de mis padres bajo una agónica y achicharrante caminata bajo el jodido sol de verano. Siempre he detestado el verano.

Cuando mamá me abrió la puerta, chilló horrorizada al verme como chocolate derretido y corrió a la cocina a llenar un vaso con agua. Entré a pasos aletargados y me desplomé sobre una silla mientras sólo veía estrellitas frente a mis ojos.

—¡Katerine!, ¡Dios!, ¡toma algo de agua!

Estiré mi brazo con lentitud hasta tomar el vaso y llevarlo a mi boca para beber el agua de un único trago.

—Casi te deshidratas.

—Ajá —asentí vagamente, para luego cerrar mis ojos y jadear con fuerza—. ¿Papá?

—En el trabajo, cielo. Llegará en una hora o dos.

—Uuh.

Eché un sonido de frustración y me incorporé correctamente en la fría silla.

—Mamá. Samuel vendrá esta noche.

Frunció su ceño. Sus ojos eran dos platos redondos.

—¿Cómo? —casi chilló.

—Síp. He perdido una apuesta.

Mentira.

Pero no le podía decir a mi madre lo que en verdad sucedió.

—Vaya. No sé qué decir. Dios... No he ordenado la casa.

Le di un vistazo al comedor de lado a lado y entorné los ojos cuando noté que todo estaba en perfecto estado.

—Ma..., las paredes casi brillan —murmuré—. No te preocupes, si hay algo fuera de lugar a Sam no le importará ni un poco.

Sus dientes temblaron luego de pasar un dedo debajo de la repisa de un mueble y repleta de consternación miró el leve tinte grisáceo en su yema.

—Ni siquiera notará esas cosas —añadí con una apretada sonrisa.

Pero mamá era un caso severo de obsesión. Adoraba la pulcritud. Cosa que eventualmente me heredó en la crianza. Así que sin perder ni siquiera milésimas de segundo fue hacia su cuarto donde alojaba los productos de limpieza para poder deshacerse de aquellos mínimos rastros de polvo ocultos en los recónditos rincones de los muebles.

Eché un suspiro, ciertamente frustrada. Aunque, si algo había aprendido desde el momento en que nací es que contradecir a mi madre era algo que se podría penar con sentencia a muerte. Sin metáforas ni analogías. Era algo real.

Bueno, en mi cabeza. Lo cierto es que la gran sentencia que lograbas conseguir era el temible odio de Adela Greco; una mujer con una lengua muy afilada y cachetadas que se sentían como látigos. Sin olvidar los chanclazos dignos de pertenecer a alguna tortura medieval.

Por lo que, nope, no seguiría insistiendo ni estando loca.

Subí a la primera planta con tal de dirigirme a mi cuarto. Las escaleras causaban un rechinido con cada paso. Abrí la puerta del mismo y sonreí levemente. Estaba limpio y ordenado.

Tomé un viejo peluche de un cachorro que yacía sobre mi mesa de luz de tono flamenco. Tenía algunas cosas descosidas, aunque por lo general se veía en buen estado.

Sonreí suavemente. Abril me lo había regalado cuando era pequeña. El recuerdo era vívido, como si hubiera sucedido hace un par de días. Aunque no lograba rememorar el nombre que le había puesto al perro.

Era divertido ponerlo junto a mis muñecas y suponer que él era su mascota. Mis papás nunca toleraron a los animales, así que sólo me quedaba imaginar. Aunque era inevitable que eventualmente me compararan con un perro, ya que siempre entraba a casa repleta de polvo y tierra. Lo de trepar árboles era un problema serio.

A pesar de todos sus regaños, continuaría trepando. Una lástima que en ese momento ya no era tan activa como antes, al menos conservaba el hábito de hacer ejercicio.

Me acerqué a un mueble y dejé el peluche ahí, para luego tomar una foto del bachillerato. En la fotografía Bruno me abrazaba con su brazo rodeando mis hombros, ambos sonreíamos mientras nuestros ojos yacían conectados. Nuestros compañeros no parecían darse cuenta de nuestro obvio gesto romántico.

Encerré la imagen enmarcada dentro de un cajón. No era algo que me apetecía ver.

Un mensaje hizo vibrar mi móvil y revisé la notificación. Era Rocío mensajeando cosas incoherentes. Luego envió un audio. Entorné mis ojos cuando lo oí y me di cuenta que se trataba de ella hablando sobre invasiones alienígenas. En ese momento me pregunté si Sam le habría contado algo de anoche, aunque, bueno, de ser así ella me habría llenado de preguntas y probablemente haría chistes sobre la difunta virginidad de Samuel.

Que descanse en paz, virginidad de Sam.

Como si los dioses me hubieran oído, un mensaje de mi pobre novio brutalmente desvirgado arribó a mi móvil. Era una imagen. Mmm, rico, nudes.

Pobre de mí.

No eran nudes.

Era una selfie. Aunque, oye, ver la carita de Sam era suficiente motivo para agradecer el estar vivo.

Tenía el cabello amarrado con una liga con pompones rosados, una cara de culo tremenda, la lengua hacia afuera y una mano de largas uñas verdes colocándole polvos en el rostro. Celos asesinos.

«Házme lugar en la mesa. Tengo hambre», decía la descripción.

Él siempre tenía hambre, aún así no engordaba. Suertudo.

En dos horas papá llegó a casa con una sonrisa enorme al verme. Me aplastó con sus brazos y por tres segundos me quedé sin aire. Tanto cariño me asfixiaba.

El gran gesto risueño de mi padre se desvaneció cuando oyó a través de las palabras de mi madre que Sam cenaría con nosotros. Ciro ni siquiera conocía a mi novio y ya le tenía bastante desconfianza. No podía esperar menos. Después de que se enterara de mi desastrosa relación con Bruno su mirada hacia mí cambió. Comenzó a creer que mi gusto por los hombres estaba muy mal. Pero yo nunca imaginé que las cosas saldrían así cuando empecé a salir con él.

El aire fresco de La Fresneda me agradaba, pero éste se tornó tensó cuando Ciro Greco fijó sus ojos en mí y me punzó.

—Así que tu novio.

Asentí con mi cabeza lentamente.

—Así que su novio —le repitió a mi madre mientras la miraba.

—Sam —le sonrió ella—. Es un buen chico.

—No lo creo —arremetió él—. Es otro gilipollas, seguramente.

Mi garganta se anudó. Vaya lío.

—Aún no lo conoces. —Intenté sonreír—. Sólo... sólo dale una chance. Es majo, te agradará.

Me dio una mirada severa, como si intentara hallar mentira en mis ojos.

—Esta vez dices la verdad, ¿no? —Tenía la vista caída.

—Esta vez digo la verdad.

Se sentía horrible que tus padres te pierdan confianza. Pero en parte me lo merecía. Era un castigo, creía.

Cuando papá desapareció por las escaleras, mi madre me mostró un entusiasta gesto.

—¿Qué? —solté, confundida y algo contenta.

—Sam. —Su nombre sonó en su boca como una alegre canción—. Espero que la comida alcance, no quiero espantar a ese tipazo en la primera cena. —Hizo un signo de OK con sus manos y luego contuvo un chillido de emoción, mientras apretaba el puño—. Yo lo sabía, Katty, ¡lo sabía! Es que os vi, os vi bien mimositos y desde ese momento supe que vuestro noviazgo duraría.

—¿Cuándo nos has visto bien mimositos?

—En tu piso, duh. —Puso los ojos en blanco y yo sólo achiqué los míos por su expresión—. Ahora, irás a la mesa y me contarás absolutamente todo sobre tu relación con ese tío guapísimo tuyo.

Vaya madre babosa. Aunque, yo también era así. De tal palo tal astilla, supongo.

Cuando me senté junto a ella, organizó un complejo interrogatorio sobre cómo era Sam, cuáles eran sus intereses y preguntó una que otra cosa extraña. Como si no fuera suficiente, no faltó el clásico recordatorio de usar condón. No necesitaba recordarme eso.

Horas después de charlar con mi familia me llegó un mensaje de Samuel. Me informaba que estaba llegando a la entrada de la villa. Le avisé a mamá que saldría y me dirigí al inicio de La Fresneda, por donde entraban los buses.

Tardé un par de minutos, en los que me distraje observando las casas del sitio. La villa lucía como algún lugar atrapado en el tiempo, con arquitectura propia de muchos años atrás.

Busqué entre el puñado de personas alguna cabeza negra. No fue mucho trabajo cuando un bus paró enfrente mío y un chorro de personas fue liberado por la salida. Entre ellos, noté un muy somnoliento Sam que bajaba por los escalones dando ligeros saltitos, acompañado de un enorme bostezo.

—¡Samuel! —exclamé desde la cera, levantando mis brazos para que él gire en busca del sonido.

Luego se dirigió a mi a paso apresurado, con una sonrisa pintando alegremente su rostro.

—Hola, Katerine.

Se agachó hasta dejar un beso en mi frente y sonreí. Lucía bien, con su cabello hecho hacia atrás, con unos pocos mechones escabulléndose en su frente, y ropa bastante formal. Tenía una camisa blanca junto a una corbata negra ligeramente desordenada. Sus pantalones oscuros combinaban con su calzado.

—Anda, Sam, verás a mis padres, no al Rey de España.

Bajó la mirada y se repasó con las comisuras estiradas.

—Pues... hay que dar buena imagen, ¿no? —Se encogió de hombros.

Meneé mi cabeza, riendo con la sonrisa apretada y tomé de la mano a mi novio para guiarlo por las polvorientas calles calurosas de La Fresneda. Afortunadamente, la noche enseñaba sus primeros colores y el clima lentamente se enfriaba un poco. El aire frío y fresco recorría la villa, soplándome el cabello.

Sam hacía muchas preguntas sobre el sitio y de vez en cuando optaba por escucharme hablar de anécdotas por los sitios que pasábamos conforme nos dirigíamos a casa de mis padres.

Él se quedó boquiabierto al notar la cantidad de plantas que yacían en la entrada de mi casa. Parecía enteramente verde.

—Vaya —tal era su asombro que eso sonó como un balbuceo.

Una ligera sonrisa se me formó en los labios y conduje a mi novio hasta la puerta principal, pasando por el pequeño y estrecho camino de piedras grisáceas.

Abrí la puerta y dejé que Sam pasara. Aunque se detuvo a limpiar sus zapatos en el suelo exterior.

Noté a mi madre asomando su cabeza por el pasillo de la sala y apreté la mandíbula. Le hice un sutil gesto con los dedos para que se acercara. Tenía el caminar precavido, como si calculara la magnitud y sonido de sus pasos.

—Buenas noches —saludó ella, con una indisimulable sonrisa gentil.

—Buen día —contestó con cierto entusiasmo.

Se quedó en blanco unos cuantos segundos y me miró como si gritara: «¡¡ya no es de día!!».

Aún así, a mi madre no pareció importarle, estaba muy ensimismada en tratar de no cometer ningún error.

—¿Beber un quieres poco de té?

Parpadeé múltiples veces, mirando atónita a mi madre, quien, en pocos segundos se dio cuenta de su error.

Aún así, a mi novio no pareció importarle.

Entorné mis ojos, ciertamente desconcertada. Los nervios parecían jugarle muy mal a ambos.

—Eeh... Aah... —titubeó Sam y volteó a verme, como si me pidiera permiso—. Sí, ¿no? —preguntó—. Sí.

Fruncí mi ceño. ¿Qué coño?

—Ajá.

Regresé mi mirada hacia Adela. Ambos estaban un poco avergonzados e incómodos.

—A Sam le gusta la chocolatada —le comenté a mi madre, ladeando mi cabeza.

—¿Fría?

La sonrisa de mi novio fue enorme.

—Cualquiera está bien.

Ella asintió, emocionada, y desapareció por la puerta hacia la cocina.

—Tu madre me agrada —murmuró Sam, con un tono alegre.

Eché un suspiro liviano y caminé hacia la cocina, sentándome en un silla frente a la mesa caoba. Samuel me siguió y palpé un sitio a mi lado.

—¿Cuánto tiempo lleváis juntos?

Estiré mis labios. ¿Cuánto tiempo llevábamos juntos? ¿El mes sin hablarnos contaba? ¿En qué fecha comenzamos a salir? O peor aún: ¿alguna vez establecimos formalmente que estábamos saliendo?

—Casi tres meses, pero nos conocemos desde noviembre del año pasado más o menos —respondió risueño y muy contento.

—Ooh, ¿y en qué fecha comenzasteis a salir?

—La verdad es que...

—28 de abril —respondió Sam, interrumpiéndome.

Mi boca se arrugó más. ¿Qué pasó el 28 de abril?

Volteé a verlo y alzó su pulgar como si me dijera: «calma, tengo todo bajo control».

—¿Eres feliz con Katty?

Mi mirada intensificó su peso y pareció molestarle a Sam, ya que bajó su cabeza.

—Ella es tierna —murmuró— y amable. A veces un poco tonta. Pero... no da problemas. Al menos ya no.

—¿Ya no?

—Hemos tenido un par de problemas. Katerine se separó hace poco tiempo de Bruno y... eso ha afectado nuestra relación. —Su mano fue a mi pierna, para tomar mis dedos con suavidad y acariciarme—. Pero sé que no volverá a suceder.

Mi madre me observó por arriba del hombro, con un semblante decepcionado recubriendo todo su rostro. Cierto pesar me pobló el corazón.

Qué doloroso.

Me encogí ligeramente, sin poder mantener el contacto visual. Aunque mis nervios aumentaron cuando divisé la figura de mi padre asomar por la puerta.

—Él es Samuel, cariño. —Sonrió mi madre hacia papá.

Mi novio se levantó de la silla y se encaminó hacia Ciro. Le superaba en estatura por media cabeza, por lo que papá levantó su cabeza levemente y observó fijamente a Sam.

—Encantado —soltó el pelinegro.

Cuando estrecharon sus manos, el agarre de papá fue firme y un tanto agresivo, lo que le hizo torcer ligeramente el gesto a Sam.

—El placer es mío.

Mi padre también podía mentir de vez en cuando. Y, cuando noté la sequedad en sus ojos oscuros, me di cuenta de que esa cena no sería del todo agradable.

oa

mientras bruno de seguro estaba llorando kate y sam andaban realizando sus cosas lol

gracias por leer, se los quiere, muac muac, nos leemos pronto

uwu

—The Sphinx.

Olvasás folytatása

You'll Also Like

148K 7.7K 55
Mei era una de las chicas del montón, la típica adolescente feliz con sus amigos y que le iba bien en la escuela. Quien sabría que la vida de Mei ca...
Ouroboros Sofi által

Rejtély / Thriller

34.2K 3.7K 6
Requisitos para ser un agente: -Ser atento -Ser observador -Aprobar la práctica de entrenamiento -No cometer errores Cosas es las que soy bueno: -Nad...
286K 18.8K 35
[SEGUNDO LIBRO] Segundo libro de la Duología [Dominantes] Damon. Él hombre que era frío y calculador. Ese hombre, desapareció. O al menos lo hace cu...
46.9K 4.4K 27
Me estuvo observando desde lo alto y decidió renunciar al cielo ,solo para estar conmigo☁️ Peroo Otro me est...