Olympo en Penumbra

Autorstwa BGSebastian

82.1K 8.7K 1.3K

✨Novela ganadora del Watty Misterio/Suspenso✨ La psiquiatra Claire Jillian Davenport vacaciona con su esposo... Więcej

Aviso
Preludio
Capítulo 1: El Hotel Olympo
Capítulo 2: Señor Mundo
Capítulo 3: Henry Preston Blackwood, el multimillonario
Capítulo 4: Dahlia Blackwood, la viuda
Capítulo 5: Tadashi Kurida, el director ejecutivo
Capítulo 6: El sello y la carta
Capítulo 7: Selin Akkuş, la heredera
Capítulo 8: Emilio Jacobo Santodomingo Borrás, el coronel
Capítulo 9: El discernimiento
Capítulo 10: Bruna Palmeiro Arantes, la estudiante
Capítulo 11: La segunda carta
Capítulo 12: Quon Ming, el empresario
Capítulo 13: María Paz Anaya Villareal, la monja
Capítulo 14: La confrontación
Capítulo 15: Los dioses olímpicos
Capítulo 16: Lars Schlüter, el profesor
Capítulo 18: El sello del sobre
Capítulo 19: Amelia Elizabeth Wilde, la actriz
Capítulo 20: Claire Jillian Davenport, la psiquiatra
Capítulo 21: Pietro di Marco Bartolini, el abogado
Capítulo 22: Hasin Bharat Mhaiskar, el gerente
Capítulo 23: El veredicto
Capítulo 24: Privados de la luz
Capítulo 25: La cima del Olympo
Capítulo 26: El sacro pacto de silencio
Epílogo

Capítulo 17: Olenka Vadimovna Komarova, la diplomática

1.4K 229 32
Autorstwa BGSebastian

Claire no podía dejar de pensar en cómo el tiempo se acababa con cada minuto que se iba sin que su siguiente entrevistada arribara y el desespero la empezaba a consumir. Mientras esperaba se hizo con el mapa para ver las habitaciones de todos los huéspedes. Cualquiera pudo haber sido el asesino y hasta el momento todos tenían motivos menos ella, incluso Pietro, a quien había perdido de vista durante el asesinato.

La nieve seguía cayendo con esmero y Claire no lograba acostumbrarse aún. Luego de que todo acabara, si era que acababa, tomaría un vuelo directo a Colombia, a la ciudad del general Jacobo Santodomingo. Necesitaba sol, alegría y novedad, y difícilmente encontraría aquello en una nevosa, fría e invernal Europa.

El mapa se llenó de nieve y Claire lo guardó con avidez para que la humedad de los copos y las gotas de lluvia no arruinara el débil papel. Estaba a la intemperie, en la terraza del Hotel Olympo, esperando a la señorita Komarova. La citó allí para que el lugar le recordarse su oscura y fría tierra de procedencia, Rusia.

El pasaporte de Olenka Komarova se deslizó por las manos de Claire y salió del bolsillo. Parecía que la diplomática viajaba a países muy curiosos como China, Corea del Norte, Venezuela y Colombia. Claire no tardó en comprender que tres de los cuatro países compartían violaciones a los derechos humanos y prácticas despiadadas contra sus ciudadanos, y el último, Colombia, compartía frontera con otro de los anteriores.

—¿No es mejor si me confieso dentro del hotel? Este frío es inhumano y la nieve es muy molesta —aseguró una voz desde la puerta de la terraza.

Claire se giró y observó a Olenka Vadimovna Komarova ataviada con muchos abrigos de colores tierra y un gorro que cubría su cabello castaño cenizo. Pero ni toda la oscuridad de su ropa lograba opacar esos ojos grises amenazantes que observaban altivos a cada cosa que se aparecía ante ellos.

—Pensé que se sentiría familiarizada con su hogar, señorita Komarova, aquí afuera en medio del frío y la nieve.

—Un "no" es mucho más claro y conciso y no nos hace perder tiempo del que no disponemos. Sea directa. A muchas mujeres les sobra la delicadeza en las palabras. Si no quiere hablar adentro, saldré.

—Muchas gracias.

—Le pido pregunte todo lo que quiera rápido y sin rodeos. Yo no le estoy haciendo un favor y usted tampoco a mí, ambas estamos tratando de sobrevivir. —Claire asintió.

—Su pasaporte dice que es de San Petersburgo.

—Es cierto.

—¿Y qué la trajo a Suiza?

—Trabajo. Tenía que llevar a cabo una charla con cierto ministro mexicano el día de hoy, pero no apareció, me dejó plantada. Detesto la impuntualidad de los latinos tanto como odio la parafernalia de los europeos y la estupidez de los estadounidenses... pero, pensándolo bien, definitivamente no puedo soportar a los estadounidenses... ¿Es usted estadounidense?

—No —se apresuró a responder Claire —. Soy australiana. Lo puede comprobar por mi acento.

—Para mí el inglés no tiene acentos. Es un idioma horrible y solo lo aprendí para poder entenderme con el resto del mundo. Entonces usted es australiana... muy similar a los americanos, pero más descuidados y perezosos.

—Si usted lo dice.

—¿Preguntará o dejará que el Señor Mundo revele nuestros secretos?

—¿Conocía al señor Blackwood?

—Sin duda conocía muy bien a esa víbora. Tuvo relaciones laborales con mi padre desde que tengo memoria y luego de su muerte las tuvo conmigo.

—Lamento la muerte de su padre.

—No lo lamente. Si el diablo existe, lo mejor que pudo hacer fue llevárselo al infierno. Era un ebrio abusivo que mató a mi madre a puñaladas y me hizo la vida imposible.

Claire cayó un momento, sorprendida con la frialdad y banalidad con la que su entrevistada hablaba sobre temas tan mórbidos.

—Dijo que el señor Blackwood era socio de su padre, ¿qué hacía su padre?

—No eran socios. Mi padre no tenía socios que no fuesen rusos. Se unían para llevar a cabo ciertos acuerdos, era una relación menos que laboral. Mi padre era político, igual que yo, supongo que se lo heredé, pero a diferencia mía, él no salía de Rusia. Fue alcalde de San Petersburgo y durante muchos años representante del consejo de la federación... o para que lo entienda usted, un tipo de concejal o diputado.

—¿Y qué negocios llevaron a cabo su padre y el señor Blackwood?

—No contestaré eso, doctora. Estoy aquí para responder por mis crímenes, no por los de mi padre. Me es suficiente con recordarlo cada vez que escribo mi nombre completo... Vadimovna. Esa es una de las pocas cosas que detesto de mi patria. ¡¿Por qué nuestro segundo nombre tiene que ser el nombre de nuestro padre?! Por eso no tendré hijos ni me casaré. No quiero adquirir el apellido de mi esposo y mucho menos limpiar sus trastes y tampoco quiero que mis hijos tengan el apellido de él, además de su nombre, sabiendo que soy yo la que aguantaré el dolor del parto.

—¿Está diciéndome que su padre se llamaba Vadimovna?

—No sea idiota, doctora Davenport, ese es nombre de mujer. Mi padre se llamaba Vadim.

—¿Y hay algo que me pueda decir acerca de él y que no comprometa su intimidad o la de su país?

—Por un momento olvidé su profesión... pero ahora lo veo. Usted es psiquiatra y quiere que le cuente mis traumas para analizarme y supongo que es libre de hacerlo. Como ya le dije, mi padre mató a mi madre a puñaladas, yo tendría cinco o seis años cuando sucedió. No hubo condena por parte de la justicia. Él era un importante político y nada podía manchar su historial. El crimen se encubrió y yo seguí creciendo, soportando los golpes y groserías de mi padre. Aunque no le agradezco el abuso, soy muy consciente de que eso forjó mi carácter y me ayudó a comprender que, si yo no hacía justicia por mi mano, nadie la haría por mí. Me largué de la casa a los 18 y estudié como toda una erudita para así forjar mi camino hasta el gobierno ruso.

—¿Su padre no le ayudó en su ascenso?

—Quizá me dieron algún tipo de ayuda por mi apellido y porque sabían de quien era hija, pero mi padre jamás movió un solo dedo por mí y, por supuesto, yo jamás le pedí que lo hiciera.

—Es usted todo un ejemplo de superación, señorita Komarova.

—No sea condescendiente, doctora, ya le dije que la usual sutileza femenina no va conmigo. Y no soy un ejemplo de nada, a menos que alguien quiera ser una malnacida egoísta, para lo que sí sería un buen ejemplo. He hecho miles de cosas malas por mi gobierno y por escalar en mi carrera política, y como sé que se lo está preguntando, la respuesta es sí, varias de esas cosas malas las llevé a cabo en complicidad con el señor Blackwood.

—¿Y puede decirme cuales fueron esas cosas?

—Hubo varias, así que tome aire y preste atención porque no pienso repetir. Si no me equivoco, mi primer encuentro con Henry Preston Blackwood fue cuando me contactó para que permitiese la entrada de su compañía tecnológica Black Edge a Rusia. Estuvieron a punto de despedirme del gobierno y también de condenarme por traición a la patria debido a ello. Blackwood me engatusó con habladurías sobre modernización de redes telefónicas y acordé su entrada sin muchos problemas, pero el día que la primera antena iba a ser ubicada, el gobierno lo evitó. Al parecer Black Edge deseaba sabotear e interferir en las decisiones del gobierno ruso a favor del mejor postor. Afortunadamente salí libre de todo cargo en mi contra, pero como nunca fui estúpida, no rompí relaciones con Blackwood, en cambio, me acerqué más a él. Ese hombre no era leal a ningún gobierno o país, y esa fue la ventaja que yo encontré. El tiempo pasó y las elecciones de los Estados Unidos arribaron y todo el mundo estaba en vela por los resultados y la reñida competencia entre los dos candidatos. Ahí fue donde encontré la utilidad de Blackwood y, juntos, acordamos un trato: él alteraría las noticas en todos los dispositivos Black Edge, creando contenido falso y ocultando escándalos para favorecer al candidato que Rusia deseara y nosotros permitiríamos la venta de dichos dispositivos en toda la federación.

—Lo que me dice, señorita Komarova, compromete mucho más que nuestros secretos...

—Por eso accedí a esta locura de contarlo todo, por el bien de mi país. Espero nada salga de esta terraza, porque si salimos intactos de aquí y por alguna razón alguien se entera de mis palabras, usted terminará muerta y abaleada en cualquier andén sin importar la ciudad en la que se encuentre.

Claire pasó saliva y no pudo evitar sentir temor ante los ojos grises de la diputada rusa que penetraban hasta lo más profundo de sus nervios y estaban a punto de hacerla temblar.

—No... no diré ni una sola palabra. Seré una tumba sobre todo lo que me diga.

—Eso espero, por su bienestar, el de mi país y el de todo el mundo. Lo siguiente que hicimos con Blackwood fue algo más despiadado que incluía violaciones a los derechos humanos. Pedimos al gobierno de Corea del Norte que nos enviara varios cientos o quizá miles de sus ciudadanos para que construyesen las edificaciones para un importante evento deportivo que se desarrolló en Rusia. Ambos ganamos. Blackwood no invirtió tanto dinero ya que no tenía que pagar sueldos justos, y nosotros, además de ahorrar igual que él, redujimos los tiempos de entrega de las obras debido a que los norcoreanos no descansaban ni tenían horarios, eran sobreexplotados día y noche... No se espante, doctora Davenport, este mundo es mucho más de lo que usted puede ver con esos dos ojos grandes y bellos desde su cómoda posición de profesional en su desarrollado país.

—No estaba espantada, señorita Komarova, es solo que... no esperaba tal clase de confesiones.

—Espero que no se desmaye con lo que falta. También acordamos la compra de miles y miles de barriles de petróleo que dañaron alguna parte del Amazonas de algún país subdesarrollado. Extraer el crudo de aquel lugar fue sencillo para Black Oil, la petrolera de Blackwood, al no tener que seguir muchas regulaciones ambientales ni preocuparse por los que habitaban cerca, y a nosotros, Rusia, nos salió mucho más barato en comparación con los precios del mercado obtener el petróleo. De nuevo, todos ganamos...

—¡¿Todos?! —exclamó Claire, atónita con el cinismo con el que la diputada se expresaba —. ¡¿Todos menos el resguardo indígena sobre el cual se instaló Black Oil?! ¡¿Todos menos los esclavos norcoreanos?! ¡¿Todos menos la democracia estadounidense?!

—No se sulfure, doctora Davenport, lo que le digo solo es una realidad de lo que está pasando ahora en muchas partes del mundo, no es una obra de ficción que me inventé para impresionarla. Estaría mucho mejor sabiendo que usted es un sujeto de derechos y vive en un cuento de hadas porque tuvo la suerte de nacer en la clase media australiana. Si el escenario de su parto hubiese sido otro, quizá su bello cabello rubio y sus ojos esmeralda estarían prostituyéndose a la fuerza en Filipinas o Tailandia o quizá muriendo de hambre en África Central.

—Puedo entender que esa sea la realidad del mundo, Olenka Komarova, lo que no puedo creer es como habla de ello con tanta normalidad, como si no le importara en absoluto.

—El detalle está en que no me importa en absoluto... y la normalidad es relativa, doctora. Yo jamás podría ver una gota de sangre, le tengo pavor, pero estoy segura de que para usted es completamente natural. La normalidad está en los ojos de quien la ve.

Claire quiso continuar con la discusión, pero un rápido vistazo a la luna que con cada minuto estaba más cerca de desaparecer por la llegada del sol la detuvo. Tenía que ahorrar el mayor tiempo posible.

—Digamos que usted tiene la razón, señorita Komarova. ¿Es eso todo lo que tiene por decir? ¿No hay nada más?

—Hay varias cosas más. Antes del asesinato de Blackwood percibí varios pasos por el pasillo. Alguien pasó frente a mi puerta y más tarde alguien que venía de la misma dirección también pasó. Vi ambas sombras con claridad y sé que ambas solo podían provenir de un lugar. Mi habitación es la penúltima del pasillo y dado que los pasos se dirigían hacia el salón del segundo piso solo hay una habitación de donde podían provenir. La última habitación del pasillo, donde se hospeda la actriz que de actriz solo tiene lo diva.

—Dos sombras distintas —repitió Claire para sí misma, preguntándose entonces por qué Selin Akkuş solo había percibido una sombra —. ¿Algo más que me quiera decir?

—No quiero darle la impresión equivocada debido a mi aparente deshumanización. Yo no maté a Blackwood. Si lo hubiese hecho no hubiese armado todo este escándalo. Rusia lo hubiera solucionado rápidamente y sin tanto bombo.

—¿Me está diciendo que usted no es el Señor Mundo? —preguntó Claire y Olenka Komarova asintió —. Eso lo decidiré yo.

—Tuve una discusión con Blackwood hace un par de meses. Estuvo en Moscú husmeando y haciendo lo que más le gustaba, joder a los demás.

—Eso se oye como un buen motivo para haberlo asesinado.

—No solo se oye, doctora Davenport, es un muy buen motivo, como usted dice. Se lo contaré. No quiero que mi silencio la haga errar en su decisión de que nombre pondrá en el sobre dentro de unas horas.

Moscú, Rusia - Antes

Los días pasaban ajetreados para Olenka. Estaba tan ocupada que con dificultad podía distinguir entre el día y la noche. Pasaba sus semanas entre reuniones, viajes, documentos, órdenes y problemas, pero por su cabeza jamás había pasado la intención de rendirse. Había sorteado mucho para llegar tan lejos y ahora, estando tan alto, solo deseaba seguir subiendo.

Tenía un viaje a China próximo y aún le faltaba mucho trabajo por terminar en Moscú, así que decidió no abandonar su escritorio hasta dos horas antes del vuelo. Los papeles estaban regados por doquier y los tres subalternos que tenía a su cargo no daban abasto con tanto por hacer. Corrían de un lado a otro llevando y trayendo documentos y evitando hacer muchas preguntas para que Olenka no enfureciera debido a su ineptitud.

La puerta del despacho se abrió bruscamente y golpeó con fuerza la pared. Olenka no se inmutó en lo absoluto, simplemente levantó la mirada, apuntando sus ojos grises a quien había irrumpido con descaro. Era Henry Blackwood con su protuberante panza y su gesto de control total. Aquel hombre se creía un dios, pero parecía ignorar que no podía estar más alejado de ello. Olenka ya lo había usado para varios de sus propósitos sin que él siquiera lo notara.

—¡¿Cómo se atreve a entrar en mi oficina sin tocar la puerta?!

—No hay necesidad de eso, Olenka, ya somos viejos amigos... ¿o no?

Los tres ayudantes observaron al hombre, impactados. Poca gente se atrevía a hablarle de aquella forma a su jefa.

—No soy su amiga, incluso podría decirse que somos enemigos.

—Entonces me iré con mi jugosa propuesta a otro lado —dijo Henry Blackwood, girándose para dejar el despacho —. Quizá a otra nación cruzando el atlántico con muchas estrellas en su bandera.

Olenka dejó su escritorio y salió tras el señor Blackwood, cerrando la puerta tras ella. Tomó al hombre por el hombro y lo detuvo en el pasillo.

—No juegue conmigo, Blackwood. No soy un perro...

—¿Desea escuchar la propuesta o prefiere seguir discutiendo como la perra rabiosa que dice que no es?

La diputada por poco y corta en miles de pedazos al multimillonario con sus ojos. Estaba furiosa, pero con aquel hombre había que andarse con cuidado. No podía insultarlo a la ligera. Él era de esas personas a quienes les encantaba insultar, pero no soportaban una sola crítica.

Después de entrar al despacho brevemente para apurar a los ayudantes y hacerse con su celular, dejó el edificio gubernamental, acompañada de Henry Blackwood, y fue a dar a la calle arbolada. El hombre y la mujer iniciaron un paseo entre transeúntes atontados con sus vidas.

—Hable, Blackwood. No me gusta perder tiempo con estadounidenses.

—Si acepta hacer lo que le diré, Olenka, no tendrá que volver a preocuparse por nada en la vida, ni siquiera por volver a hablar con estadounidenses. Será millonaria, no tanto como yo, pero podrá despilfarrar miles de dólares de aquí hasta su muerte y aún tendría una cuantiosa fortuna para heredarle a sus hijos...

—No voy a tener hijos —interrumpió la diplomática —, así que, si se trata de tanto dinero que no voy a poder gastarlo en vida, más le vale que me de algo más, porque eso no bastará.

—¿Qué tal una vida en un paraíso tropical con todo ese dinero?

—Vaya al grano —refunfuñó Olenka, cansada de las tentaciones de su acompañante.

—China desea inmiscuirse en algunos asuntos en ciertos países y nosotros podríamos ayudar. El país asiático quiere sacar miles de fábricas de su territorio para ubicarlas en otro lugar sin que sus finanzas se vean afectadas, incluidas las fábricas donde se ensamblan los productos de varias de mis empresas. Cuento con que un socio chino que tengo vaya a la quiebra y pueda sacar partido.

—¿Y quiere traerlas a Rusia?

—Exactamente. Rusia es uno de esos países. Quieren pagarle muy bien, Olenka, la cifra que usted desee.

—¿Y usted que gana, Blackwood? Lo noto bastante emocionado.

—¿Acaso importa mientras usted tenga lo que desea?

—La respuesta es un rotundo no. No pondré en riesgo el aire y contaminaré mi país por algunos rublos que me dará otra nación.

—¿Está segura de ello? —preguntó Henry Blackwood y Olenka no tardó en asentir muy tranquila, sabiendo que su decisión era correcta y que tan solo la cambiaría por muy pocas cosas, cosas que su acompañante estadounidense no le podía ofrecer —. Bueno, no quería hacer esto, pero si no acepta, Olenka, no me es más útil. Quiero que observe el auto deportivo a nuestra derecha. Dentro de esos vidrios oscuros hay un francotirador listo para disparar y si él falla, hay uno más sobre aquel edificio.

—No sería capaz.

—Cree que hace bien siéndole leal a su país, pero ambos francotiradores son sus compatriotas y no dudaron en aceptar asesinarla por mucho menos de lo que China le está ofreciendo.

Olenka sonrió y se detuvo. Pudo sentir que su corazón temía y sus manos estaban temblorosas y por ello las ocultó en los bolsillos de su abrigo. No pensaba demostrarle un ápice de temor o inseguridad a Henry Blackwood, no importaba que terminase viva o muerta.

—Si acepto su dinero me estaría rebajando a ser una vil política de quinta y estoy muy lejos de eso. Máteme, Blackwood, y no llegará muy lejos de aquí.

—Seré el último sospechoso de este mundo. Ningún país querría empezar una guerra contra mí, se lo aseguro.

—Sabía que llevarme mucho con usted sería un problema... Podría decirle que sí ya mismo y luego refugiarme y no acceder a sus peticiones.

—No crea que el gobierno ruso y el estadounidense son los únicos que tienen infiltrados en las entidades gubernamentales, Olenka, yo también los tengo. El dinero compra más lealtades que cualquier patriotismo. Esos tres ayudantes de su oficina estarían dispuestos a envenenarle el café o el té de la mañana por menos de un millón de dólares o quizá la empleada doméstica de su hogar... o por qué no su chofer.

—No es necesario que diga nada más. Lo haré, pero no quiero dinero a cambio.

—¿Qué quiere entonces?

—Que esta sea la última vez que nos veamos en la vida y la última vez que me pida algo.

—¿Tan rápido se hartó de nuestros acuerdos? Su padre tenía mucha más templanza.

—No mencione a mi padre. Ya le dije que haré lo que quiere. Y dígales a sus francotiradores que pueden descansar y que espero sean de los primeros en morir cuando Rusia ya no tenga aire limpio que respirar.

Czytaj Dalej

To Też Polubisz

1.5M 126K 50
Daphne y Reece han presenciado un asesinato. Salvo porque no hay cuerpo, no hay rastro, y la persona a la que creían haber visto está viva. ¿Qué pasó...
3.1K 665 30
¿Quieres terminar esa novela que está empolvada? ¡Disfruta tu verano con nosotros en este campamento de escritura. DEL 1 DE JUNIO AL 31 DE JULIO Podr...
107K 3K 12
Conocerlo fue como ver el mundo en color otra vez. 2023 OBRA ORIGINAL NO SE ACEPTAN COPIAS NI ADAPTACIONES
47.4K 1.7K 39
¿Que pasaría si los rebeldes no hubieran atacado a palacio? ¿Qué pasaría pasado si Maxon no hubiera recapacitado? Maxon se habría casado con Kriss y...