El club de los cobardes

Por JanePrince394

909K 131K 50.6K

HISTORIA GANADORA DE LOS WATTYS 2020. A veces necesitamos un empujoncito para dejar de soñar y empezar a vivi... Mais

Nota de autor
Invitación
Bienvenidos al club de los cobardes
Capítulo 1: Lo caro que sale cancelar una boda
Capítulo 2: El mejor momento para enamorar a un hombre
Capítulo 3: Cuando nada funciona una limpia es la solución
Capítulo 4: Todo es culpa de Netflix
Capítulo 5: Pudo ser el presidente, Bárbara Mori o Gignac
Capítulo 6: Preocuparse sale caro
Capítulo 6 (Parte 2): Preocuparse sale caro
Capítulo 7: Un récord para mi bocota
Capítulo 8: Una disculpa es un buen inicio
Capítulo 9: Ojo de dálmata
Capítulo 10: Descartando lo importante
Capítulo 11: Un partidazo
Capítulo 12: ¿Licenciado Jiménez?
Capítulo 13: Emergencias
Capítulo 14: Sonrisas
Capítulo 15: Un nuevo comienzo
Capítulo 16: Eres importante
Capítulo 17: Una buena lista
Capítulo 18: Armando Bronca Segura
Nuevo correo 📧
Capítulo 19: Tonto se nace
Capítulo 20: Su problema es grave
Bienvenido al club de los cobardes
Capítulo 21: Presentaciones
Capítulo 22: Par de tontos
Capítulo 22-2: Viejos conocidos
Capítulo 22-3: Una peculiar llamada
Capítulo 23: Un misterio sin resolver
Capítulo 24: Golpe duro
Capítulo 25: Un buen matrimonio
Capítulo 26: Inesperados sucesos
Capítulo 27: Confusión
Capítulo 28: Una inusual reunión
Capítulo 29: El mismísimo Maradona + Aviso
Capítulo 30: La tormenta se acerca
Capítulo 31: Diplomado en espectáculos
Capítulo 32: Dulce consuelo
Capítulo 33: Tengo orgullo de ser del norte
Capítulo 34: Experto en el amor
Capítulo 35: Una romántica florería
Capítulo 36: Maracas
Capítulo 36-1: Peculiar invitación
Capítulo 37: Feliz cumpleaños
Capítulo 38-1: Silencio
Capítulo 38-2: Valientes entre cobardes
¿Quieres aparecer en El club de los cobardes?
Capítulo 39: Una tarde de compras
Capítulo 40-1: Decepción
Capítulo 40-2: Celos
Capítulo 41: Bandido
Capítulo 42: Te quiero
Capítulo 43: La verdad nos hará libres
Capítulo 44: Lecciones no aprendidas
Capítulo 45: Cuando el sueño se hace realidad
Capítulo 46: ¿Amigos?
Capítulo 47: Lo que es invisible a los ojos
Capítulo 49: Verdades sobre la mesa
Capítulo 50: Un buen consejo
Capítulo 51: Buenos amigos
Capítulo 52: Un último salto
Capítulo final (Parte 1/2)
Capítulo final (Parte 2/2)
El club de los valientes
¡Ganamos un Watty!
El club de los rechazados está disponible

Capítulo 48: Quédate

8.1K 1.4K 336
Por JanePrince394

Buscaría un nuevo trabajo.

Había tomado la firme determinación de abrirme un camino por lo que había enviado mi currículum a una empresa que quedaba cerca de mi departamento. Después de tantos años sin una entrevista los nervios me consumían, pero por suerte me había sentido cómoda durante el proceso por lo que intuía tenía algunas posibilidades para ser seleccionada.

De todas maneras seguiría en mi búsqueda hasta dar con un empleo que me ofreciera lo que esperaba.

Lo único malo fue que me citaron en sábado, nada destacable sino fuera porque la temperatura había descendido y hacía un frío que te congelaba los pies. Peor aun cuando tuve la brillante idea de ir caminando hasta el edificio por la proximidad, y ahora pagaba el precio de mi imprudencia.

Me froté las manos pese a que estaban protegidas por los guantes. La gente caminaba despacio por las acera al costado de los locales. Divisé que en la plaza de enfrente había un pequeño puesto de bebidas calientes que estaba abarrotado.

Decidí esperar un minuto a que disminuyera la enorme fila porque el aroma me había hecho caer en la tentación. «Sería una buena compra, y aunque no lo fuera no me quedaría con el antojo», dicté echando un vistazo al escaparte de una tienda donde se exponía un bonito vestido para las fiestas. «Muy lindo si no fuera una época de tantos cambios de temperatura», me dije. Los escaparates eran lindos, repletos de luces y telas brillantes.

—¿Miriam?

Reconocí esa voz al momento de escucharla y también identifiqué de dónde provenía. Me giré a mi derecha para ver cómo Sebastián descendía el par de escalones de la tienda vecina para aproximarse a mi lado. Traía las manos dentro en los bolsillos de su grueso abrigo negro.

—¿No te parece un poco arriesgado salir a pasear con este clima? —me saludó con una sonrisa.

—Eso podría respondérmelo usted.

—Tuve que venir a comprar unas cosas para la oficina —me platicó.

Eso imaginé al verlo portar corbata debajo.

—¿Cómo van las cosas por allá? —curioseé, realmente interesada. Quisiera o no ese sitio fue importante para mí por lo que no me resultaba indiferente lo que le sucediera.

—Bien. Hemos tenido varios pedidos importantes esta semana —me platicó. Sonreí, en verdad me alegraba por ellos—. Voy a citarme con los Montenegro la próxima. Estamos acordando la hora.

—¿Es en serio? —frené, sin creer lo que escuchaba. No entendía cómo podía decir aquello con tal tranquilidad. Si hacía un trato con una cadena tan importante todo mejoraría. Él asintió disimulando la alegría. No quería darlo por sentado. Yo cruzaría los dedos para que se cumpliera—. Verá que todo saldrá bien.

—Eso espero. ¿Recuerdas a la licenciada Amaia Montoya? —me preguntó de pronto. Mi buen humor desapareció. Claro que la tenía presente. Asentí solo por responder algo—. Vino ayer para hacer un nuevo encargo.

Una opresión apretó mi pecho al imaginar lo que pudo pasar. Agité la cabeza para alejar lo que me castigaba. No tenía razón de ser. Ahora Arturo era libre para hacer lo que deseaba sin que yo pudiera juzgarlo.

—¿Es guapa, no? —le interrumpí, hablando más para mí. Él me observó sin comprender a qué me refería—. Hablaba de la licenciada. Es lo primero que pensé cuando la conocí —mentí.

—Dudo mucho que eso fuera lo primero que pensaras.

—Quizás lo segundo —acepté, cruzando la calle con él a mi lado. Ese chocolate no se me escaparía—, pero hay verdades a vista de todos —agregué. Sebastián se limitó a encogerse de hombros. Era listo—. ¿Lo ve? Ni siquiera puede responderme —le eché en cara divertida.

—Tampoco has respondido tú mi pregunta del inicio —dijo, atrapándome. No era tan gracioso cuando no ganabas. Sonrió disfrutando de meterme en aprietos—. Y sí, es guapa —reconoció—. ¿Ahora tú matarás mi curiosidad?

—Jamás dije que fuera un trueque —me excusé, astuta. Sebastián negó con una sonrisa porque era imposible ganarme—. Y no pienso decírselo porque, aunque no es un secreto, no es adecuado comentarlo ahora. Es un tema largo, me convertiría en una paleta de hielo.

—¿Vas a casa? —Asentí—. ¿Quieres que te acompañe? —me preguntó mientras yo sacaba el dinero de mi bolsa para comprar mi vaso—. Puedo llevarte.

—Licenciado, cruzando el parque está el edificio. Me hace falta ejercicio para mejorar mi salud —le dije aunque me contradije comprando medio litro de chocolate dulce—. Pero para eso necesito tener energía —me justifiqué provocando su risa.

—A mí deme un café —le pidió al hombre que atendía.

—Con leche y dos de azúcar —recordé, adelantándome.

—Tienes buena memoria.

—Después de tantos años sería un sacrilegio no recordarlo.

—Lamento mucho eso, Miriam.

—¿Qué? ¿Tomar café? —cuestioné disfrutando del sabor. Sí, supuse que no era bueno beber en exceso.

—Que tú tuvieras que encargarte de trabajos que no te correspondían —mencionó retomando camino.

Yo fingí indiferencia, aunque siendo tan mala actriz no supe si me creyó.

—Está en el pasado.

No volvería atrás, mi meta era seguir avanzando y eso significaba dejar atrás lo que en otro momento no fue de mi agrado.

El aire helado alborotó mi cabello mientras el calor del chocolate descendía por mi garganta. Observé a familias con sus bufandas divirtiéndose en los juegos, aunque para mí eso era una locura. Me congelé de solo imaginarme en una situación como esa, sacrificios que hacen los padres.

Un alivio me invadió cuando saludé al guardia que custodiaba adormilado la recepción. Me saludó recuperando la consciencia. La temperatura en el interior era tan agradable que no pude evitar sonreír. No volvería a salir a menos que fuera un motivo de fuerza mayor.

—Si mañana enferma puede culparme —comenté en el elevador. Sebastián no le dio importancia, pese a que ya me arrepentía no haber aceptado su primer ofrecimiento.

El pasillo estaba vacío por lo que no demoré más de un minuto antes de llegar a la puerta. La calidez del interior de mi departamento me hizo darme cuenta lo mucho que lo había echado de menos pese a mi corta ausencia. Era extraño como me había encariñado tan rápido con ese lugar, pero no podía evitarlo. 

—Siéntese —le pedí distraída quitándome el abrigo—, le prepararé algo. No café —aclaré porque ya debía estar harto de lo mismo—, pero le advierto que no espere algo deslumbrante porque en la cocina soy un desastre.

Sebastián rio por mi sinceridad.

—No te preocupes, Miriam. Si te soy sincero preferiría que habláramos —dijo permaneciendo de pie en la sala, mientras yo rebuscaba en el refrigerador.

«Justo lo que no quería», pensé.

—No, no, no. Las emociones con el estómago vacío son terribles —me adelanté para librarme de esa conversación. Sebastián estuvo a punto de protestar, pero de sus labios solo escapó una risa cuando me acerqué y lo guié torpemente de espaldas hasta el sofá. Lo empujé levemente para que se sentara.

Su risa inundó la habitación.

—Quédese ahí —le pedí, casi en una orden. Había sido una mala idea traerlo aquí, pero necesitaba darle una noticia. Me decidí a marcharme, pero él me tomó de la muñeca para detenerme.

—Ven, siéntate conmigo —me pidió halando de mi brazo.

—No. No. No.

Reí al vernos pelear en un jugueteo por esa bobería. Parecíamos unos críos jugando. La risa me hizo rendirme. Me cubrí con la palma la boca para retener las carcajadas. Sebastián a mi lado recargó su cabeza en el respaldo y me miró con una sonrisa. Tengo que reconocer que la analicé curiosa porque era la primera vez que lo veía así. Nos quedamos en silencio mirándonos. Sus ojos negros brillaban con la tímida luz que se filtraba por el ventanal a nuestra espalda. Sonreí enternecida cuando sus dedos acomodaron con cuidado un mechón detrás de mi oreja.

—Miriam...

—Tengo que decirle algo importante —lo interrumpí porque ya no podía aplazar la noticia—, pero le adelanto que no le gustara.

Sebastián no disimuló la curiosidad. Esperó que hablara, mas yo me tomé un segundo para coger aire.

—Voy a renunciar.

—¿Qué?

La felicidad se esfumó. Sebastián se irguió en el sillón para mirarme mejor. No bromeaba.

—¿Por qué? ¿Te sucedió algo malo?

—No. Nada —le aseguré para no entrar en detalles. No se fio de mi argumento—. Es solo que necesito hacer un cambio en mi vida. He pasado los últimos años de mi vida caminando en círculos y ya no puedo seguir así. Creo que ha llegado el momento de buscar nuevas metas...

—¿Es por lo del ascenso? —No esperó respondiera, lo asumió—. Sabía que algún día sucedería. Miriam, me es muy complicado ese tema porque no tenemos mucha rotación de personal —me explicó. Por eso tenía que irme. Si seguía ahí conservaría el mismo puesto hasta el día de mi muerte—, pero podemos hacer algo cambio. Quizás si probamos en algún otro departamento... Tendrías un aumento de sueldo...

—No —lo interrumpí, tajante. No lo hubiera aceptado antes, menos ahora que se lo había contado—. Lo siento, pero es una decisión tomada.

—Me vas a hacer tanta falta —dijo con pesar. Y me dolió escucharlo.

—Encontrará a otra persona que sea capaz de realizar mis tareas sin problemas —repetí. Él quiso hablar, pero no se lo permití—. Y no se preocupe, no le dejaré el puesto tirado. Iré a ordenar todos los papeles y capacitarla. No tendrá líos para acostumbrarse —mencioné para que se quedara tranquilo. Terminaría las cosas bien, pero era el fin—. Necesito probarme a mí misma lo que soy capaz en otro sitio. Nuevas aspiraciones. Esa empresa no me pertenece, y yo a ella tampoco.

Sebastián guardó silencio. Se llevó una mano a la cabeza y cerró los ojos. La noticia le había sentado de sorpresa. Le costó unos minutos procesarla mientras yo me limité a esperar. Lo observé meditarlo sin intervenir.

—Supongo que lo único que me queda es respetar tu decisión —murmuró. Asentí con firmeza—. Te deseo lo mejor, Miriam... También quiero decirte que las puertas siempre estarán abiertas para ti. Tú solo tienes que pedirlo y...

—Lo sé —lo corté con una sonrisa agradecida. Quizás la seguridad con la que lo pronunció fue otra motivación para intentarlo.

—Miriam, sobre nosotros —comentó. Pegué un respingo cuando arropó mi mano entre la suya. Clavé mi mirada en nuestras manos sin atreverme a verlo a la cara—, creo que deberíamos dejarlo ahora. Ya es tarde y hemos hablado mucho sobre el trabajo. No me gustaría mezclar las cosas.

Sonreí porque la idea me encantaba.

—Hablaremos con más calma después, si a ti te parece —me dijo.

Balbuceé atontada antes de ponerme de pie para guiarla la puerta. Todo era tan confuso que me costaba asimilar lo que acontecía. El departamento me pareció enorme hasta que dar con la salida. 

—Voy a pasarme un día de esto para firmar mi renuncia —le avisé cuando recuperé el habla. Sebastián asintió desde el pasillo, pero no le di tiempo de dar otro paso. Cerré tras de mi la puerta—. También hablaré con Joel —le comenté aunque aquello no me diera nada de gracia. Seguro a él le fascinaba la buena nueva. Al fin había logrado deshacerse de mí.

—Le adelantaré la noticia para que no tengas ningún problema... Miriam, sabes que puedes cambiar de opinión...

—Lo sé, pero no lo haré —me sinceré para no engañarlo—. En verdad lo siento.

—No, no te disculpes. Tienes todo el derecho que buscar lo que quieres —señaló—. Estoy seguro de que en cualquier lugar a donde decidas ir llegarás a ser indispensable.

Esa palabra me trajo un amargo recuerdo. Supongo que no pude disimularlo.

—¿Puedo hacerte una pregunta antes de marcharme? ¿Hice algo para que decidieras irte?

—No.

—¿Y puedo hacer algo para que te quedes?

Volví a negar. Entonces comprendió que no tenía caso seguir insistiendo. Él no había influenciado, al menos directamente en mi decisión, por lo que tampoco podía interferir en mi negativa. Era de esos temas que uno tenía que tomar sola. La discusión con Arturo solo había sido el detonante para que diera el siguiente paso, ese que había mantenido en mi cabeza por mucho tiempo. Sabía que pese a que el comienzo sería difícil estaba haciendo lo correcto.

Sebastián se despidió con una sonrisa antes de desaparecer por el elevador. El silencio en mi ingreso se rompió con el sonido de una notificación llegando a mi celular. Imaginé que se trataría de esas típicas promociones de la compañía telefónica por lo que me asombré al leer el nombre de una conocida.

Alba me había enviado un mensaje desde su cuenta personal en la aplicación de El club de los cobardes. Abrí impaciente la conversación.

Alba

Hola Miriam. Perdón por molestarte. ¿Crees que podríamos reunirnos a hablar uno de estos días?

Miriam

¿Sucede algo malo?

Alba

Preferiría hablarlo personalmente. Si quieres dime qué día puedes y te envío la dirección.

Eso no resolvía mis dudas. Decidí no presionarla, pero como la paciencia no era una de mis virtudes le pedí citarnos al día siguiente porque la curiosidad me estaba matando. Siendo Alba tan cerrada que me pidiera reunirnos abría un millón de posibilidad.

«¿Qué quería Alba de mí?»

El lugar era un negocio pequeño de comida casera. Estacioné mi automóvil en el único cajón disponible de los tres al frente. Cuando puse un pie dentro sonó una pequeña melodía de alarma. Le di un vistazo discreto al lugar que pese a ser hora de la comida estaba tranquilo. Las mesas blancas con la leyenda famosa de una refresquera y las sillas de plástico estaban ocupadas por algunas personas distraídos en sus teléfonos móviles.

Al igual que la que yo buscaba.

Alba tardó en notar mi silenciosa llegada frente a ella. Fue hasta que moví un poco la silla que notó mi presencia y dejó el aparato de lado. Le di la mano sin saber cuál sería la mejor manera de saludarla, ella sonrió divertida la verme titubear sobre darle o no un beso en la mejilla, pareció agradecer que no lo hiciera.

—Perdón por citarte en un sitio así —mencionó. No entendí a qué se refería, parecía agradable.

—No te preocupes. ¿En qué puedo ayudarte? —pregunté intentando sonar más amable que impaciente.

—A mí no —respondió, asombrándome—, pero creo que a alguien más sí.

—¿Tu hijo está mal? —probé. 

—¡No! —se horrorizó. Negó alarmada de solo pensar en la posibilidad—. Si fuera así no estaría aquí. —Asentí contenta de que se tratara de un problema menor. Observé cómo tomó su celular y apretó los labios para murmurar algo que no escuché con precisión—. Ese... Hijo...Ya debería estar aquí.

—¿Quieres pedirme algún consejo? —la interrogué compadeciéndome de ese pobre desgraciado.

—No —respondió sin prestarme atención—. ¿Cómo de qué?

—No sé... ¿Quieres hablarme de Álvaro? —curioseé divertida, mordiendo mi labio para no reírme. Alba borró todo resto de amabilidad de su semblante.

—¿Qué con él? —preguntó a la defensiva.

Quise disculparme por la broma de mal gusto, pero mi atención la robó el sonido que indicaba que alguien más había ingresado. Por mera curiosidad observé al nuevo cliente, mas pronto me arrepentí. Mi voz desapareció al reconocer esos ojos miel que se acercaban a nosotras.

Ahí estaba la última persona que quería ver.

Arturo.

Continuar a ler

Também vai Gostar

Deseo deseo © Por Euge

Ficção Adolescente

18.9K 3K 60
¿Qué pasaría si a un chico le viene la regla? Lo sé, lo sé, vas a decirme que estoy loca y delirante, pero lo curioso es que es posible. ¿Sabes qué d...
2.5K 1.7K 30
-¿estas mal de la cabeza cierto?, no puedo creer que me estas pidiendo eso;no tienes ètica acabo de llegar y vienes tu proponiendo algo que obviament...
470K 36.2K 54
El mundo da un vuelco cuando la primer mujer en la Fórmula 1 se hace presente en el Paddock. Camille Watson, hija del gran piloto de la F1 tendrá que...
2.3K 546 39
✨NOVELA CLASIFICADA EN LA LISTA CORTA DEL OPEN NOVELLA CONTEST 2023✨ Tras numerosas dificultades para acceder al doctorado, la petición de beca de Le...