Los ojos de Lea #PGP2023✅

De SRJariod

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Lea Andrews es una joven capaz de ver fantasmas desde los diez años, secreto que solo comparte con Ángel, su... Mai multe

Introducción
Prólogo
1. El comienzo de todo
2.Lo mismo de siempre
3. La primera visita
4. Un curioso despertar
5. La llamada
6. El cerco
7. Paranoia
8. Desaparecido
9. Intercambio
10. Tras la pista
11. Caza
12.Un secreto desvelado
13. La primera conversación
14.Perdidos
15. Encierro
16. Desorientado
17. Dulce hogar
18. Nana
19. El Bosque Frondoso
20. Tenebroso
21. Ayuda
22. Cambio de vida
23. Sensaciones extrañas
24. Presencias
25. Pequeños terrores
26. Sigilo
27. As
28. Despertar
29. Sacrificio
30. Medias verdades
31. Dolor
32. La amiga invisible
34.Sin distancias
35. Amistad en la adversidad
36.La cuenta atrás
37.Revelaciones
38. No hay tiempo
Notícia importante
Extra1: Comisiones
Extra 2:Fan Arts

33. Una dura despedida

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De SRJariod

Año 2015. Antes.

Brian.

—¿Sí? —puse el altavoz.

Tenía dos llamadas perdidas de Lea; con la música encendida no las había escuchado. Adoraba ese pequeño momento cuando estaba en la ducha y desconectaba de la sociedad, cantar y poder sacar mis demonios que dormían en mi interior; me ayudaba a tomar mejores decisiones y a reflexionar sobre mí mismo.

Me alboroté el pelo con una toalla para que fuera más fácil de secar. Antes de coger el secador y dejar que hiciera su trabajo de manera natural, cogí el móvil y vi las llamadas perdidas. Tenía esa manía, siempre que estaba ocupado recibía mensajes.

—Hemos quedado a las siete en la puerta del cine, ¿Recuerdas? —se escuchaba alguna interferencia.

El reloj del baño marcaba las siete menos cuarto; un poco justo para secarme el pelo, arreglarme y llegar al cine a tiempo. Decidí coger un acondicionador y pasármelo con cuidado por mi pelo. Me miré al espejo y sonreí.

El sábado pasado, después de salir de echar una mano en el negocio de mi padre, Lea y yo estuvimos hablando de diferentes temas y de un momento a otro, surgió la idea de ir al cine; los dos teníamos ganas de ver la película de Los juegos del Hambre: Sinsajo. Nos gustaban las películas de aventura y acción. Sabía que era su libro favorito y le haría ilusión.

—Claro, ¿Cómo iba a olvidarlo? —contesté mientras me ponía los vaqueros.

—Solo te lo quería recordar. Te conozco —noté una sonrisa en su voz.

—Bueno, voy a salir ya. Cuelgo que si no me llamarás tardón se río. Me puse la camiseta azul marina a la vez que lo decía.

Crucé el largo y estrecho pasillo que se extendía ante mis ojos para poder llegar al comedor; era una de las salas más amplias de la casa. En las paredes colgaban fotos familiares de toda una vida, desde que se conocieron mis padres hasta algunas que salíamos los tres; me embobaba observando la felicidad que quedaba retratado de los recuerdos. Sillas bien cuidadas y una mesa de cristal alargada ocupaban la mayor parte del espacio que había; en una de las esquinas, mi madre estaba concentrada en un libro.

Mis padres se habían conocido en la universidad y desde entonces, no se habían separado ni un momento. Si alguna vez tenía una relación, me gustaría que fuera como las de mis padres, seguían igual de enamorados que el primer día.

Mi madre se había hecho una cola con algunos mechones de cada lado. La piel era bronceada. Siempre procuraba no olvidarse de su kit completo de maquillaje; decía que, aunque estaba bien al natural, darse un suave toque ayudaba a verse mejor. Una bufanda le rodeaba el cuello. Vestía una camiseta de manga larga verde con finas líneas aún más oscuras, unos pantalones tejanos azul y unas bambas de montaña. Algunas arrugas se le empezaban a formar en la frente y en la comisura de labios; signos de que tenía una vida feliz. Si llegaba a su edad, me gustaría llevar bien los años.

—¿Te vas? —preguntó sin despegar la vista del libro.

—Si. Quedé con Lea la semana pasada —comprobé que llevaba las llaves y el monedero en los bolsillos.

—Con el trabajo se me olvidó. Pásalo bien —sonrió mientras pasaba una página de un libro que leía.

—Gracias mamá —le sonreí de vuelta.

—¿No me vas a dar un beso? —me señaló la mejilla. El libro reposaba en su regazo.

—Claro —sonreí.

Con pasos algo apresurados rodeé la mesa para llegar donde mi madre se encontraba sentada. Tenía un brillo de cansancio en los ojos; había tenido muchos trabajos que corregir y le habían pasado factura.

Le di un suave beso.

—Recuerda llamar cuando vayas a volver —me dio una caricia en la frente.

—Si —puse ojos de adolescente.

—No lo hago para controlarte. Quiero quedarme tranquila sabiendo que estás bien —me abrazó—. Vete o llegarás tarde —sonrió.

Pasé por el pasillo que quedaba y al lado de las escaleras que había en la entrada para salir de casa. Lo normal es que fuera con aire despreocupado y eufórico, pero esta vez un extraño presentimiento se apoderó de mí.

Cerré la puerta.

Me consideraba afortunado por tener buena relación con mis padres; no todos podían decir lo mismo. Solíamos encontrar momentos para pasar los tres juntos, siempre y cuando no estuvieran trabajando. Mi padre se encargaba de un bar al que decidió llamarlo "Brian's Bar" para dar honor a mi nombre pensando que un día sería yo el que lo llevara; no quería destinar mi vida a trabajar ahí, aunque le echara una mano los fines de semana. Mi madre era profesora del instituto donde hice el bachillerato. Desde que conoció a Lea, la acogió como si fuera su propia hija.

Me apresuré a llegar donde sabía que ya estaría Lea esperándome. Crucé corriendo el mismo parque que compartíamos; el cine estaba situado al otro lado. A estas horas, había mucho movimiento. Los niños jugaban por la calle. Parejas y solitarios paseaban observando la naturaleza que les rodeaba. Luces provenientes de diferentes bares y restaurantes trataban de ser más brillantes que las anteriores para ganarse a la clientela.

A medida que pasaba por el parque, una figura humana se fue haciéndose más grande hasta que distinguí a Lea; miraba el reloj frente la entrada del cine.

—¡Lea! —grité levantando la mano en forma de saludo.

—Tan justo como siempre. No tienes remedio —nos reímos los dos.

El cine por dentro parecía una sala de fama; una larga alfombra nos invitaba a acercarnos. Todo lo demás estaba oscuro, excepto las luces que alumbraban el lugar. Había juegos y una zona de golosinas a los lados. Al final de la estancia, había la sección de las entradas y la comida. Lea fue a las palomitas mientras yo me encaminé a la zona de las entradas; no tuve que hacer cola.

—Dos para los juegos del hambre: Sinsajo, por favor le sonreí al señor.

—Aquí tiene —contestó mientras cogía dos—. Pasarlo bien — sonrió a la vez que me las daba.

—Gracias —imité el gesto mientras las cogía.

Nuestra película estaba en la sala número tres. Me reuní con Lea y, sin sorprenderme, ya estaba allí con una Coca-Cola, un agua y dos de palomitas saladas medianas. Me dio mi Coca-Cola y una de palomitas. Le di las entradas a la persona encargada, miró el número y me las devolvió.

Abrió la cinta.

—Todo recto

—Gracias —contestamos al unísono.

La sala de cine no tenía marco era bastante grande, sin apenas gente en el interior. Nos sentamos en la mitad de la sala por el medio. Vinieron algunas personas más y enseguida empezó la película. Apagué el teléfono, así no me molestaría.

*

Salimos de la sala del cine. Tiramos la bebida y la comida en el cubo de la basura.

—Brian, voy un momento al baño.

—Tranquila —contesté restándole importancia—. Te espero aquí —sonreí.

Decidí sacar el móvil mientras esperaba a mi amiga. Con las prisas de antes, se me olvidó llevarme una mochila o algo; tenía la cartera y el móvil cada uno de ellos en un bolsillo del pantalón.

Encendí el móvil. Me di cuenta que había recibido una llamada de mi madre cuando estaba mirando la película. Apreté el botón para llamarla automáticamente y esperé a que contestara; sonaron cinco pitidos antes de que lo hiciera.

—¿Mamá? ¿Por qué me has llamado? —pregunté alarmado.

—Hijo, deberías venir al bar de tu padre. Ha pasado algo...se oía mucho ruido de fondo, apenas pude escuchar sus palabras. Se le notaba triste.

—¿Cómo dices? No te escucho bien... —se oyó un fuerte ruido como si algo aumentara.

—Perdona. Hijo tienes que venir ahora...—estaba más apenada—. El bar de tu padre está en llamas —pude escuchar algún que otro sollozo de mi madre. Me quedé en silencio. ¿Hijo? ¿sigues ahí? preguntó preocupada.

—Si. Ahora voy para allá —pronuncié las palabras poco a poco.

Corté la llamada.

Justo en ese instante, Lea salió del baño acabando de secarse las manos. No se dio cuenta que estaba delante hasta que chocó conmigo.

—Perdona, no te vi. Estaba empanada —sonrió—. ¿Estás bien? —preguntó en cuánto se dio cuenta de la expresión de mi cara.

—No...mis ojos me escozían. Lo siento. Tengo que irme... —le puse una mano en su hombro disculpándome.

—¿Qué ha pasado? —se le notaba preocupación en su voz.

—El bar de mi padre está en llamas. Me asusta mis ojos se cristalizaron.

—Puedo...—empezó.

—No. Vete a casa mejor. Ya te contaré —la abracé. Me dolía por dentro.

Salí disparado del cine para ir al bar donde trabajaba mi padre. Lea estaría mirando con preocupación e impotencia como me iba hasta que desaparecí entre la masa de gente.

¿Cómo había podido pasar algo así? ¿Qué demonios había pasado para que se incendiara el bar? Esperaba que mi padre estuviera bien; tenía que estar bien con mi madre. Siempre había sido precavido para que no pudiera pasar cosas como esta, así que no entendía que habría sucedido. La llamada de mi madre marcaba que había tratado de ponerse en contacto conmigo hacía una hora.

El día en que mi madre y yo nos tomamos algo con mi padre como símbolo de inauguración hacía ya 5 años, ahora se estaba quemando junto con los recuerdos que tenía. Las llamas no sentían piedad alguna, no había ni un solo rincón que se salvara de ellas.

Pude ver que había mucha gente rodeando el bar. Un par de camiones de bomberos y una ambulancia estaban enfrente. Algunos bomberos intentaban apagar el fuego, mientras otros entraban dentro para ver si había alguien dentro. No tardaron en sacar a una persona entre las llamas, medio quemada por lo que me pareció y lo dejaron en la ambulancia. Me dio un vuelco al corazón.

Me acerqué a ella.

Al llegar, me encontré en una camilla a una persona tapada. Los médicos estaban tomando anotaciones. La máquina de vida estaba apagada como la persona. Al levantar la manta que le cubría, pude ver a un hombre que era difícil de reconocer, excepto por la mancha de nacimiento. No podía ser. No. Me quedé en shock. La persona que había bajo aquella tela era mi padre.

Salí de la ambulancia corriendo y busqué a mi madre sin éxito. En ese momento, caí en que no solo mi padre había muerto, sino que mi madre había desaparecido y me había quedado solo.

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