La Niña que llegó al 221B de...

De DeyaRedfield

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Isabelle es una niña pequeña que, por desgracia, presenció el asesinato de su madre. En aquel momento, oyó al... Mais

Introducción
Soldiers Orders
Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton
Capítulo 2 Ella me recuerda a ti
Capítulo 3 Con los archivos
Expediente 1: Samara Jones
Capítulo 4 Con tanto y con tan Poco
Capítulo 5 A mi manera
Capitulo 6 Mi Departamento, Mis Reglas
Capítulo 7 Son solo mis tormentos...
Capítulo 8 Un Peón contra el Rey
Capítulo 9 Palacio VS Castillo
Capítulo 10 Nictohilofobia I
Capítulo 11 Nictohilofobia II
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 12 La Vida en Baker Street
Capítulo 13 La Gracia del Saber
Capítulo 14 Imaginación Suicida
Capítulo 15 Bienvenida: Rosamund Mary Watson
Capítulo 16 Criptografía Simétrica
Capítulo 17 Vídeo manía
Capítulo 18 Cuentos para Dormir
Capítulo 19 Encrucijadas
Capítulo 20 #OhQueHermosaMañana
Capítulo 21 Mira A Los Valientes.
Capítulo 22 Pequeña Princesa.
Capítulo 23 Trastornos Históricos
Capítulo 24 Genética Total
Capítulo 25 No es un Regalo
Capítulo 26 Las Cuatro Estaciones I
Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II
Capítulo 28 La Muerte y el Pirata
Capítulo 29 ¡Oh, Blanca Navidad!
Capítulo 30 Feliz Primer Año
Expediente 2: Sarah Jones
Capítulo 31 Sonata para Bell
Capítulo 32 La Gente Miente Todo el Tiempo
Capítulo 33 Gajes del Oficio
Capítulo 34 Las Damiselas de Hierro
Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos
Capítulo 37 El Pasado siempre está Presente
Capítulo 38 Azul Profundo
El Blog del Doctor John Watson
Capítulo 39 Tierno Azúcar
Capítulo 40 Una Pausa Para Reflexionar
Capítulo 41 Cenizas y Fantasmas
Capítulo 42 Mi Corazón Arde
Expediente Final: Isabelle Elicia Jones
Capítulo 43 ¡Cuidado! El Amistoso Extraño
Capítulo 44 Salmos de Amor y Obsesión
Capítulo 45 Corazón Maternal
Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles
Capítulo 47 Aguas Profundas
Capítulo 48 Lazos de Sangre
Para la Niña que llegó al 221B de Baker Street
Capítulo 49 No es un Adiós, es un Hasta Pronto
Especial
¡Gracias!
Regalitos (Actualizada)

Capítulo 35 Rebeldes con Causa

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De DeyaRedfield

—Esto sí que no me lo esperaba.

Sherlock se mantuvo sonriente mientras que John y Lestrade lucían preocupados ante esta escena; Bell y Elizabeth estaban confundidas ante la situación.

—Señorita Jones —habló Lestrade—, sé que no pedí una opinión hacía ustedes con respecto a esto pero...

—Debió hacerlo inspector —continuó molesta.

—Lo sé señorita pero...

—Pero —interrumpió Sherlock—, como debe de recordar Sarah, usted e Isabelle están en peligro.

Sarah con una ceja arqueada volteó a mirar al detective.

—¿Me está diciendo que un ladrón de figuras de Thatcher es quien está detrás de nosotras? —cuestionó entre curiosa y molesta.

Un silencio incomodo se formó en la habitación. John soltó a la pequeña Bell, se alzó del suelo y se dispuso a romper el silencio.

—Creo que será mejor que hablemos en un lugar más privado.

—Sí, tienes razón John —aprobó Lestrade.

Sherlock y Sarah miraron a los dos hombres con aire despectivo, hasta que, a la sala de estar apareció el dueño de la casa.

—¿Qué sucede aquí?

Ahora las miradas se posaron en él.

—¡Richard —exclamó Sarah— amor, que bueno que llegas! —comenzó a caminar hacia él—. Mira a quien tenemos aquí.

—¿Son Sherlock Holmes y el Doctor Watson? —cuestionó casi impactado.

—Buenas tardes —saludó John mientras extendía su mano. Con alegría y torpeza Richard saludó al doctor.

—¡Buenas tardes! Bienvenidos sean a mi casa, es un honor tenerlos aquí.

—Muchas gracias señor —contestó curioso John.

—¿Y qué es lo que sucede aquí? —preguntó sin contener la emoción.

—Cariño —llamó Sarah con un enorme suspiro—, es con respecto a los bustos de Thatcher.

—¡Oh claro! Ya veo... ya veo.

—Queríamos hablar con ustedes en privado señor...

—Middelton. Pero por favor, llámenme Richard. Y si, sería mejor que vayamos a mi oficina y dejar que las clases de piano prosigan —dijo con una sonrisa mientras miraba a Bell. La niña devolvió la sonrisa y cabeceó haciendo que Sherlock observara confundido, y algo de celos, todo el momento—. Síganos por favor —continuó mientras tomaba a Sarah de la cintura.

El trío comenzó a caminar e Isabelle se despidió de ellos con una sonrisa, con la cual, se dirigió hacia donde estaba Elizabeth, quien aún se mostraba confundida por todo lo que estaba pasando.

—¿Continuamos con las clases? —preguntó alegre la niña.

Elizabeth miró sorprendida.

—Por... por supuesto. ¿Seguimos con claro de luna? —la niña afirmó—. De acuerdo, continuemos.

Elizabeth y Bell tomaron asiento. La pelirroja observó fascinada el cambio de humor en la niña, de la seriedad y falta de interés que tenía, la alegría y la felicidad inundaban su rostro, y eso era una ventaja para ella.

Todos arribaron a la oficina de Richard y este tomó asiento en la silla principal, Lestrade y Sarah tomaron las sillas frente a su escritorio y John y Sherlock se mantuvieron de pie, este último comenzó analizar descaradamente el lugar.

—De acuerdo —habló Richard—, díganos de qué trata todo esto.

—Cariño —ganó Sarah la palabra—, ¿recuerdas las veces que te dije que Samara era buena para meterse en líos? —Richard cabeceó—. Bueno, ella se metió en uno que provocó su muerte y, según el señor Holmes, alguien quiere matar a Bell y a mí.

Richard se mostró sorprendido y John decidió actuar.

—Señorita Jones aún no tenemos certeza que este ladrón sea quien esté detrás de ustedes.

—¿Y por qué están aquí? —cuestionó curiosa—. Si están aquí es porque tienen la sospecha.

—Exacto —declaró Sherlock y todos voltearon a verle—. Usted, señorita Jones, está en lo correcto —Todos se quedaron perplejos—. Lestrade tuvo la corazonada y por eso nos buscó, además, yo tengo la certeza de que quien esté destruyendo esas esculturas de esa mujer...

—Margaret Thatcher —interrumpió John. Sherlock le ignoró.

—Quien este destruyendo estas esculturas, es un ladrón de poca monta o tiene un plan bien diseñado para llegar hacia ustedes. Es por eso que estamos aquí, para evitar cualquier peligro.

Todos seguían mirando a Sherlock, algunos con la perplejidad otros impresionados.

—¿Y qué sugieren? —preguntó Sarah, no muy alegre.

—He estado pensando en muchas posibilidades. Uno, ustedes dejan la casa y se pueden ir a un hotel por unos días, en lo que el ladrón ataca. Dos —prosiguió Sherlock irrumpiendo a un Lestrade animoso por hablar—, ustedes dos, Richard y Sarah, se pueden ir a un hotel e Isabelle puede retornar a Baker Street o irse unos días con John, en lo que el ladrón ataca.

John miró sorprendido a su amigo también Lestrade y Richard acompañaron al doctor con esas miradas, Sarah solo arqueó una ceja mientras observaba al detective.

—¿Son todas tus opciones, Sherlock? —cuestionó Lestrade.

—Tres —continuó algo molesto—. Si no quieren dejar su humilde casita, John y yo nos ofrecemos a ser vigilancia constante. Veinticuatro a siete, sin excepción.

—¡¿Cómo?! —exclamó John.

—Oh señor Holmes —dijo Richard—, sus opciones son buenas pero...

—Pero —interrumpió Sarah— no queremos dejar nuestra casa —ahora las miradas cayeron en ella—. Querido, ¿si dejamos que el señor Holmes y el Doctor Watson se queden hacer vigilancia?

Sarah vio a su marido con ojos dulces, en cambio, el trío se observaron confusos por la propuesta de ella, a tal grado que Lestrade movía sus labios preguntando qué era lo que le había picado. Ni John, ni mucho menos Sherlock comprendían.

—Querida, yo apoyaría la opción del hotel...

—Lo sé pero, ¿estamos en situación de gastar en un hotel? —preguntó. Todos seguían perplejos—. Creo que la situación no es tan buena para ello, lo mejor es quedarnos aquí, con el mejor dúo de detectives de Inglaterra —mencionó al poner sus ojos en Sherlock y John.

Estos seguían sorprendidos, más el propio Sherlock que, al ver una sonrisa hipócrita en el rostro de Sarah, lo hizo volver a la realidad y cuestionarse de la amabilidad que ofrecía. Sarah era una mujer de tenerle cuidado, bien se lo dijo Irene, bien lo había deducido él; y lo mejor era jugar y enredarse en la telaraña que ella estaba creando.

—¿Y ustedes qué opinan señores? —preguntó Richard.

—Ya se ofrecieron querido.

—Pero quiero saber sus verdaderas opiniones. Tal vez alguno de los dos, o los dos, realmente no puedan cubrir un turno tan extenso.

—Ese soy yo —mencionó John mientras alzaba su mano. Sherlock volteó a verle con ojos furiosos.

—Señor Holmes, Doctor Watson, ustedes discútanlo y yo hablaré mejor con mi mujer. ¿De acuerdo?

Sarah miró a Richard sin disimular su sorpresa, y este al notarlo le sugirió que se alzara y salieran de la oficina. Sin poder negarse ella obedeció y dejaron al trío solos.

—¡¿Y qué demonios te pico a ti, Sherlock?! —exclamó curioso y molesto John.

—Nada...

—¿Cómo que nada? ¿Turnos de veinticuatro por siete? ¡¿Estás demente?!

—¿En serio le cuestionas eso John? —preguntó divertido Lestrade.

—Sherlock, Sherlock, en serio que entiendo que estés preocupado por Bell, lo entiendo perfectamente, todos lo estamos. Pero no es necesario estar aquí veinticuatro horas los siete días de la semana.

—John...

—Lestrade puede conseguir agentes y protección a la casa en lo que atrapamos a este ladrón y...

—John —repitió, este paró de hablar y lo observó—, sé que tienes una vida. No voy a obligarte a algo que no quieras, solo te pido que me apoyes lo más que puedas.

El Doctor Watson cerró sus ojos y suspiró con una mezcla de alivio y culpa.

—Sherlock —llamó Lestrade mientras se acercaba a ellos—, ¿a qué se debe todo esto?

—Tengo una intuición.

—¿En serio? —preguntó incrédulo.

—Si. Tal vez nuestro ladrón va más allá de un simple fetiche por Margaret Thatcher —Sherlock se dio la media vuelta y observó ambos—. De momento hay que vigilar la zona de Belgravia, y tú, Lestrade, encargaré de Hampstead.

El inspector suspiró agotado y obedeció la orden del detective. Sherlock y John se quedaron solos, ambos se miraron y John se mostraba pensante.

—¿Qué?

—¿En serio te piensas quedar aquí?

—Si. Esta casa es grande, habitaciones sobran.

John analizó a su amigo y podría jurar que el semblante le había cambiado. Sus actitudes serías, mal humoradas y de mal gusto parecían suprimirse por una alegría y felicidad inimaginable.

—Estarás con Bell —soltó John con una sonrisa. Sherlock volteó a observar con su ceño fruncido.

—Si. Es algo obvio, ¿no?

—Si Sherlock.

—¿Por qué esa sonrisa?

—Por nada —decía mientras comenzaba a caminar.

—¿John, explícame la gracia de ello?

—Lo sabes perfectamente —contestó mientras salía del estudio dejando a un confundido Sherlock.

John mantuvo su caminar cuando miró como la niña, junto con su instructora de piano, salían de la sala de estar. La joven pelirroja y John cruzaron miradas y las mejillas de ambos se pintaron de un claro carmesí.

—¡Tío John! —Exclamó la niña—. ¿Y Sherlock?

—No tarda en venir. ¿Y tus tíos?

—Ni idea, apenas los íbamos a buscar.

Bell observó a Elizabeth quien seguía hipnotizada por la presencia de John. La niña notó y estiró la manga de su chaqueta.

—¡Oh! —Volvió en si—. Igual buscamos a los tíos de Isabelle.

John sonrió apenado y a espaldas de este apareció Sherlock. Al verle la niña corrió y se lanzó abrazarlo. El detective casi caía al suelo, logrando sostenerse del hombro de su amigo.

—Sherlock —llamó la niña mientras alzaba la vista. Este le miró sorprendido por la fuerza de la pequeña—, ya pronto voy entrar a la escuela.

—¿De verdad Bell? —cuestionó animado John. Sherlock ni se inmutó.

—Sí, iré a Badminton School. Está algo lejos pero así fue.

—He oído de esa escuela —dijo John mientras alzaba la vista hacia su amigo—. Es uno de los mejores colegios de Inglaterra.

—¿Es colegio mixto? —preguntó mientras ponía sus manos en los hombros de la niña.

—Si —respondió Elizabeth y los tres voltearon a mirarle—, hace grupos de varones y mujeres, solo se juntan en los recesos —finalizó con una sonrisa.

John acompañó esa expresión, Bell y Sherlock le miraron entre curiosos y molestos.

—¿Quién es usted? —cuestionó Sherlock.

Elizabeth abrió sus ojos de par en par, John sintió pena ajena y Bell sonrió.

—Es mi maestra de piano, Sherlock.

—¡Ah! —Exclamó desinteresado—, hola.

Ella alzó su mano y saludó al aire, apenada por aquel hecho y por los escalones aparecieron Sarah y Richard.

—Señor Holmes, Doctor Watson. ¿Qué han decidido?

—Nos encargaremos de aquí, Richard.

—¡Excelente! —exclamó Sarah.

—¿En serio? ¿No habrá inconvenientes?

—Por mi parte, no podré cubrir toda la jornada pero Sherlock está muy dispuesto a cumplirla.

—Así es señor Middelton, señorita Jones. Siempre y claro estén dispuesto a tenerme unos días aquí en su casa.

La pequeña Isabelle al oír lo que acababa de pronunciar, no pudo evitar un gritó animoso. Asustados todos le miraron.

—¡¿Te quedarás aquí?! —cuestionó mientras saltaba.

—Isabelle, por favor contrólate —susurró el detective.

—¡¡Estarás aquí!! ¡¿Vendrá la señora Hudson también?! ¡Tío John —exclamó mientras volteaba a verle— ¿tú también te quedarás?!

—Bueno Bell solo unas horas pero...

—¡¿Vendrá la tía Mary y Rosie?! ¡¡Quiero ver a Rosie!!

—Isabelle —llamó Sarah. La niña detuvo su emoción y la observó—. Por favor, actúa como una niña normal —dijo molesta.

John y Sherlock observaron sorprendidos y molestos el comportamiento de Sarah. La niña agachó la cabeza, no apenada por el regaño, más bien molesta por la actitud. El detective al notarlo posó suavemente su mano sobre la cabeza de ella. Elizabeth siguió en el mismo lugar, siendo ignorada por todos, pero también se sorprendió ante la actitud de Sarah con su sobrina, no le había agradado en lo absoluto.

—¿Ya se retira señorita Walsh? —preguntó Richard. Ella volvió en sí.

—Sí, la hora ha terminado.

Richard se dispuso a despedir a Elizabeth mientras que el dúo se quedaba a solas con Sarah y Bell.

—Me alegra que decidieran hacer la guardia, señor Holmes, Doctor Watson.

—No agradezca Sarah —con una falsa sonrisa respondió el detective—. Va ser todo un placer.

—Hablaré con la sirvienta para que le prepare una habitación.

—No se tomé tanta molestia.

—No es ninguna —dijo mientras una sonrisa retadora se dibujaba en su rostro—, espero que disfrute su estadía en mi hogar, señor Holmes. 

Al ver como ellos dos se provocaban, John sintió como un escalofrío recorría su espalda. Pensó que debía intervenir pero algo, muy dentro de él, se lo impedía. Esta ocasión no podría hacer nada.

—Disculpen, iré con Teresa para que aliste su habitación.

Sarah se alejó de los tres y al no verse más, Bell alzó su mirada.

—Sherlock, ¿realmente estas seguro de esto? —preguntó John preocupado.

—No he cambiado de parecer —afirmó—. Alguien tiene que mantener a salvo este lugar —dijo mientras apretaba suavemente la cabeza de la niña.

—¿Qué es lo que pasa? —Cuestionó la pequeña con su curiosidad infantil. Sherlock removió su mano.

—Nada de qué preocuparse Bell —contestó John—, ¿sabes? En estos días haré que Mary venga con Rosie y con Tommy también.

—¡¿Tommy también?!

—Si —continuó con una enorme sonrisa—, prometo que en estos días vendrán a visitarte.

La pequeña Bell recuperó aquella felicidad y John correspondió con su linda y cálida sonrisa paternal.

Después de aquel agotador tiempo Sherlock y John salieron de la residencia, cada quien tomó caminos separados hacia sus hogares, y eso había sido una ventaja para ambos, ya que el detective se dispuso a ir con la mujer y John se llevó a una grata sorpresa al encontrase a Elizabeth en la parada del bus.

—Hola —saludó apenada.

—Hola señorita...

—Walsh, Elizabeth Walsh. Pero por favor, llámeme Liz.

—Hola Liz —continuó con una boba sonrisa—, ¿aún no pasa el bus?

—No. Siempre tarda en pasar.

—¡Vaya —exclamó— nuestro sistema de transporte publico siempre es una decepción!

Elizabeth sonrió tontamente.

—Tiene razón, Doctor.

—Por favor, llámame John.

—¡Oh, no podría...!

—No tiene nada de malo, si yo te llamó Liz, tú llámame John.

—De acuerdo.

Ambos sonrieron.

—¿Puedo esperar contigo el bus?

—Claro que sí, John. La compañía siempre es buena.

—Eso sí que es verdad —los dos tomaron asiento—. Y Liz, dime, ¿cuánto llevas siendo maestra de piano de Bell?

—Bueno, apenas hoy fue nuestra segunda clase.

—¿Segunda? —preguntó sorprendido.

—Si. Muy poco tiempo la verdad. Bell es una niña muy linda aunque un poco sería, retraída.

—Entiendo, pero debes de tenerle paciencia. Belle es una pequeña que ha sufrido mucho en este último año.

—¿En serio? —preguntó sorprendida.

—Si —dijo dejando escapar un suspiro.

—¿Qué ha pasado? Claro, si se puede saber.

—Que esto quede entre nos Liz —ella veloz cabeceó—, bien. Hace más de un año, la madre de Bell, quien es hermana de la señorita Jones, fue asesinada.

—¡Santo Dios, que horrible!

—Sí, y lo peor de esto es que Bell estuvo presente ese día.

Elizabeth posó ambas manos sobre su boca.

—¡Pobre criatura! —John suspiró—. ¿Y la pequeña vio quien mató a su madre?

—No, la pequeña sufre un leve trastorno post traumático debido al evento y por ello acudió con Sherlock y conmigo para ayudar a descubrí quien mató a su madre.

—Que nobles son John. Ustedes han sido unos ángeles para la niña.

—Hacemos nuestro trabajo Liz.

Ambos volvieron a sonreír torpemente.

—Vi que la niña siente una gran empatía por el detective Holmes.

—Eso se debe a que Sherlock crio por todo el año a Bell.

—¿Fue su tutor? —preguntó sorprendida.

—Así es. La señorita Jones no vivía aquí, en Inglaterra, así que Sherlock se propuso a ser su tutor y, a él no le gusta reconocerlo pero se encariñó con la niña.

—Es que es inevitable no querer a la pequeña —mencionó mientras se le escapaba una sonrisa—. Pero, siento que su tía no la quiere... tanto.

—¿Te refieres a como le regañó hace rato?

—Si... La verdad me molestó su actitud.

—A nosotros también Liz. Tal vez por ello Sherlock se quede unos días ahí... así que nos veras por un par de días.

—Será todo un placer, John —finalizó con una leve y perturbadora sonrisa.

Sherlock, quien decidió tomar un taxi, llegó al lugar donde había instalado a Irene. Él accedió al apartamento, notando que ya había sido arreglado, y miró a la mujer recostada en el sofá, leyendo un libro y con unas tazas de té sobre la mesita principal. Ella movió la mirada para observar al detective quien lucía muy serio.

—¿Pasó algo? —cuestionó preocupada.

—Nuevo plan.

—¿Ok?

—Serás profesora de primaria.

Irene parpadeó perpleja ante lo que acababa de escuchar.

—Vete al diablo —respondió después de unos segundos y retomó la vista al libro.

—Vengo de con él —dijo con una media sonrisa mientras cerraba la puerta.

—¿Qué?

—Fui a ver a tu amiga.

—¡Ah! —exclamó—. ¿Y cómo está?

—Igual. Egocéntrica y poderosa.

—¿Por qué no me sorprende?

—¿Y por qué no me estás reclamando lo de ser profesora? —cuestionó algo confundido.

—No puedo objetar —mencionó mientras le miraba.

—Ya vas aprendiendo.

Ambos se sonrieron con sorna.

—¿Dónde seré y de qué seré profesora?

—Badminton School. Acabó de ver en las ofertas de trabajo que buscan una maestra para nivel primaria. Cuarto grado para ser exacto.

—Y supongo que la niña está en esa escuela y en ese grado.

—¡Oh que inteligente!

—¿Cuándo iré a la entrevista? —cuestionó ignorando el sarcasmo.

—La agende para mañana a las diez, así que te aconsejo que practiques.

—¿Me aseguras el puesto?

—Si causas una impecable primera impresión, sí.

—De acuerdo —dijo mientras cerraba el libro y se alzaba—, déjame practicar.

Sherlock se mostró sonriente ante la obediencia de Irene y ella deseó desfigurar sus perfectos pómulos.

Mientras Irene preparó lo que debía de practicar, Sherlock buscó ayuda en línea para falsificar documentos mientras le contaba sobre lo que había pasado esta mañana en casa de Sarah.

—¿En serio te piensas quedar ahí? —cuestionó casi impactada.

—Alguien tiene que hacerlo.

—Te preocupas demasiado por esa niña —Sherlock no dijo nada, se mantuvo tecleando—. Vas a chocar mucho con Sarah.

—Lo hacemos desde el primer momento en que nos conocimos.

—Es lo malo de ella. Cae mal a primera vista.

—Lo sé. Mary lo notó, la señora Hudson lo notó, solo John es el ingenuo.

—No me sorprende —dijo con una sonrisa—, pero, aparte de proteger a la niña, ¿realmente que piensas hacer ahí?

—Me quiero divertir un rato. Últimamente, en Baker Street, la situación se ha vuelto aburrida. Necesito pelear con alguien.

—¿Y Sarah Jones es fue tu mejor opción?

—Quiero un nuevo retador, tú debes entender.

—Claro que te entiendo, pero hubieras buscado otra persona.

—La mayor debilidad de Sarah es que se siente superior a los demás, eso me da mucha ventaja para herir su bello orgullo, por un par de días. ¿Algo que quieras que use en contra de ella? —cuestionó realmente curioso.

—Recuérdale a Moran. Con eso es más que suficiente.

—Perfecto.

Y ambos continuaron con sus deberes.

El día pasó y Sherlock llevó su maleta para irse un par de días a Belgravia. La señora Hudson había preparado un enorme jarrón de biscuits para la pequeña niña, y también se molestó en realizar una lista de cosas que Sherlock debía y no debía comer en su estadía. Él, sintiéndose como niño rumbo al campamento de verano, soportó las tediosas listas de la señora Hudson. Tomó el taxi rumbo a Belgravia y dejó a su cerebro trabajar en las miles de cosas que debía hacer en la residencia de Sarah Jones. Llegó a su destino y, para su sorpresa, descubrió como en la entrada principal se encontraba Bell con uniforme escolar: suéter celeste, una larga falda azul marino, medias negras y las zapatillas escolares. La pequeña no se veía animosa, exhibía que no había conciliado el sueño la noche anterior. Sherlock pagó al chofer, tomó sus maletas y salió rápidamente del taxi.

—¿Sherlock? —preguntó la niña entre adormitada y alegre.

—Hola Bell —saludó con una leve sonrisa. La pequeña acompañó esa sonrisa—. ¿Tu primer día de escuela?

—Si...

—Vaya, hoy va ser una nueva experiencia para ti —mencionó un tanto confundido.

—Supongo.

—¿Asustada?

—Mucho...

El detective suspiró, se hincó para ver a la niña, frente a frente, sin haber borrado la sonrisa.

—Te entiendo. Recuerdo mi primer día en la escuela.

—¿Cómo fue?

—Horrible. —Bell miró extrañada y al notarlo Sherlock cambió su semblante—. Pero no que a mí me fuera mal, quiera decir que a ti te vaya igual.

—¿Ah no?

—No, solo trata de no presionarte mucho, procura mantener una distancia, escucha las aburridas clases y, si alguien te llegará hablar... solo ignóralo —dijo con esa delgada sonrisa. Ella también lo hizo.

—Va haber niños ahí.

—Lo sé, ¿y recuerdas lo que hablamos sobre ellos?

—Si —mencionó mientras cabeceaba—. No hablarles. Solo puedo hablar con Tommy.

—Perfecto.

—¿Sabes que me gustaría?

—¿Qué te gustaría?

—Que fueras tú quien me llevará a la escuela.

Sherlock no evitó ensanchar su sonrisa, posó su mano sobre la cabeza de la niña y la meneó suavemente, alborotándole un poco el cabello recogido. En esos momentos Richard salió y les miró.

—¡Buen día señor Holmes! —exclamó animado.

El detective borró su sonrisa y rápidamente se alzó para saludar a Richard.

—Buen día señor Middelton.

—Por favor, llámeme Richard. Veo que nos ve en el gran momento de Bell —dijo mientras ponía sus manos en los hombros de la niña.

Sherlock percibió una ola de celos sobre él.

—Sí, Isabelle me comentaba que es su primer día en el colegio.

—¡Ajá! Está algo nerviosa. En el desayuno le dije que no se sintiera así, qué pensará en todos los nuevos amigos que va tener, las actividades que realizará y que cruce los dedos por un maestro agradable, ¿verdad Bell?

—Si Richard —dijo creando una falsa sonrisa.

—¿Usted irá a dejarla? —no evitó preguntar.

—Por supuesto —ante ello Sherlock sintió como algo dentro de él se destrozaba—, 

no quiero perderme este día. La verdad yo estoy más emocionado que Sarah, así que me ofrecí a llevarla. Recuerdo mi primer día en el colegio, fue maravilloso. Conocí grandes amigos, mi profesor era un verdadero villano de película de Disney, pero esperemos que no te pase a ti Bell.

Sherlock agachó su cabeza y suspiró buscando controlar aquellas emociones que le inundaban. Richard era un completó idiota, eso no se podía discutir, pero él no conocía le verdadero sentir de la pequeña y Sherlock quería estar con ella en este día tan difícil. Quería ser su soporte, quería apoyarle y darle más fuerzas de las que ya le había ofrecido, pero todo se había quebrado, todo se había vuelto en miles de pedazos en tan poco tiempo.

—¡Es hora de irnos! —Exclamó Richard al ver su reloj—. Señor Holmes, por favor pase. Sarah le atenderá.

—Gracias. Y mucha suerte hoy.

—Muchas gracias, señor Holmes.

Bell no respondió solo se limitó a mirar a Sherlock con sus ojos cristalizados. En ello Richard la tomó de su mano y ambos caminaron hacía el auto. La niña se adentró al asiento del copiloto y miró por la ventana al detective, despidiéndose de él. Hasta que el auto desapareció en la primera esquina, Sherlock dejó escapar un melancólico suspiró y buscó controlar esa inmensa manta de emociones que le habían abrigado. Hoy no podía verse débil, hoy tenía que estar firme ante su nueva rival. Entró a la residencia siendo recibido por su informante Teresa.

—¿Por qué está aquí? —cuestionó sorprendida.

—Viviré aquí un par de días, ya deberías saberlo.

—Si pero, ¿qué ser tu pajarito no es suficiente?

—Teresa, has hecho buen trabajo, además, mientras este aquí yo me encargo.

—¿Y qué hay de Bill y los demás?

—Ellos se mantendrán vigilando el área, como siempre lo han hecho.

—Como extraño la casa de Wiggins —mencionó Teresa con un penoso suspiró—. ¿Tengo que fingir que no te conozco?

—¿Tú que crees?

—Bien, bien, déjame buscar a Lady Sarah. No tardo.

Teresa dejó a Sherlock en la recepción y este se dispuso a analizar el lugar centímetro por centímetro. Después de uno momentos Sarah se mostró ante él, y con una enorme sonrisa, alzó su mano y con el dedo le pidió que le siguiera.

Con media sonrisa en su rostro él obedeció el llamado y se fue detrás de ella. En silencio se dirigieron por el enorme pasillo, pasaron la oficina de Richard; finalizó el pasillo y dieron una vuelta a la derecha, Sherlock vio como tenía una piscina con techo y siguieron caminando hasta que Sarah se detuvo.

—Aquí es donde se hospedara, señor Holmes.

—Muchas gracias señorita Jones.

Sarah abrió la puerta, se adentró y Sherlock se fue detrás de ella. Encendieron las luces y el cuarto fue mejor visto; era pequeño, podría generar claustrofobia, con una cama individual y una pequeña ventana hacía el jardín trasero.

—Espero y sea de su gusto.

—Es perfecto, para un cuarto de psiquiátrico.

Ambos se sonrieron.

—Me alegró que entienda mis indirectas.

—Créame Sarah que entenderé todo lo que usted me ponga.

—Le creo, y la verdad, usted y yo nos vamos a divertir mucho estos días. No sabe las ansias que tengo de jugar con usted, señor Holmes.

—Por favor Sarah, no me halague tanto.

—Siempre halago a quien lo merece.

—¿Cómo a Sebastian Moran?

Sarah disminuyó un poco su sonrisa.

—Acomódese señor Holmes, lo veo en el almuerzo para platicar de este asunto de Thatcher.

Sherlock no borró su sonrisa y miró como ella se retiró, aventando la puerta con tremenda fuerza. Un buen primer golpe bajo.

Isabelle llegó a la escuela, observó a todos los niños y niñas que entraban con emoción al colegio. Ella ya quería tener esa emoción consigo pero le era imposible.

—Es muy grande la escuela, ¿verdad? —ella cabeceó—. Ya verás que te irá muy bien —dijo mientras le daba unas leves palmadas en la cabeza.

—¿Gracias?

—Bueno, es hora.

Richard soltó su cinturón, abrió la puerta y se dirigió a escoltar a la niña. Así con todo el miedo del mundo, la pequeña se adentró a su nuevo colegio, recibiendo el apoyo moral de una persona, que si bien le agradaba un poco, no era quien ella quería. Bell respiró profundo mientras caminaba a paso suave, y observaba y analizaba a todas las personas del colegio. Nadie era interesante, nadie parecía ser amable, amistoso o de perdido haber realizado su presencia como niña nueva, además, lo que ella no había percibido es que alguien realmente la notó.

Era un niño de su edad, se veía serio, con una mirada fría y calculadora y había notado a la nueva indefensa del colegio. Bell continuó caminando cuando sintió que alguien le seguía, ella volteó y miró a ese niño que igual le observaba.

—¡Hola! —exclamó mostrando una enorme sonrisa. Bell le ignoró—. ¿Te han dicho que eres muy bonita? —Isabelle se detuvo de golpe, asustada por esa interrogante—. Veo que nunca te lo han dicho —continuó sonriente—. Me llamo Eric, bienvenida a Badminton School. —Sin poder responder Isabelle siguió mirando al niño, quien había extendido su mano para saludarla—. ¿Hablas?

Su única respuesta fue negar con la cabeza. Ella no hablaba, no con los niños, tal y como Sherlock le había dicho.


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