En rut

Da mariafeanvi

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La incertidumbre de su naturaleza lo torturó hasta los quince años. Quería ser beta; la vida lo hizo omega. ... Altro

Guía Omegaverse
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Epílogo
Extra

Capítulo XIII

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Da mariafeanvi


Just stop your crying, it will be alright
It's only that the end is near
We gotta get away from here

Just stop your crying, have the time of your life
Breaking through the atmosphere
And things are pretty good from here
Remember everything will be alright
We can meet again somewhere
Somewhere far away from here


—PAN-PAN —pronunció claro, apretando con los dedos el transmisor inalámbrico—. PAN-PAN PAN-PAN. Aquí Porta Elyse, Porta Elyse, Porta Elyse. —Una inspiración profunda cuando, con la vista fija en la pantalla del panel de mandos, anunció las coordenadas de su posición—. Nos precipitamos hacia las peñas de Gilstone. Por la fuerza de la marejada parece imposible controlar la embarcación. Corremos riesgo de daño en el casco si continuamos aproximándonos. Atentos a siguientes retransmisiones. Cambio.

La llamada estaba dirigida a todas las estaciones.

Era una de urgencia.

Recordó al viejo Andrew cuando sintió una vez más la fuerza de otra ola. El timón agarrotado cuando sus manos se aferraban a él. Recordó al viejo porque esa mañana le había avisado de que él no saldría con su buque a faenar.

A esas horas, las condiciones meteorológicas no habían prevenido una situación de alerta. Él y otros patrones habían salido con sus embarcaciones.

Porque George Tomlinson creía que conocía el mar.

Era un patrón meticuloso en su trabajo, se conocía aquellas aguas y, como él los llamaba, también sus "obstáculos". Reconoció muy rápido el islote de St Agnes. Se sabía incluso el nombre de las peñas que habitaban cerca. Creyó reconocer la de Gilstone cuando precisamente se percató de que, a causa del viento y las furiosas olas, tomaban rumbo hacia allí. El cielo se había tornado gris muy rápido; gotas de lluvia chocando con saña contra la cubierta, acompañadas de una marejada que poco a poco se volvía más airada. Sus marineros lo habían advertido...

Justo cuando una ola irrumpió a babor.

—¡Patrón!

La frente de George se había perlado de sudor... El timón se escapaba de sus manos, el mar arremetía contra ellos, enrabietado, haciéndole cambiar constantemente el rumbo. Habían incluso perdido por momentos la comunicación por radio.

Tomlinson había sido marinero durante años. Comenzó en su profesión con apenas quince años, conociendo antes al mar que a sí mismo. Una vida dedicada a ello y donde apenas ese año iba a cumplir diez siendo patrón de la embarcación Porta Elyse, el arrastradero que cada día abastecía de pescado fresco al puerto de Plymouth.

Sí, debido a su experiencia, se había encontrado antes con marejadas malas. Siendo marinero vio a compañeros caer por la borda. Vio desespero, angustia... Mas cuando ascendió a patrón nunca tuvo grandes sustos, nada que no saliera de fallos en el motor, nada que no se arreglara con un simple aviso para que los asistieran.

Nada que no arreglara que la mejor opción fuera quedarse en tierra.

Sin embargo, fue ese día en el que decidió confiar en el mar Céltico que tanto creía conocer; el que estimaba un compañero.

Fue ese día en el que quizás se equivocó.

Todo pasaba demasiado rápido aunque la percepción de cada acción tras las consecuentes sacudidas fuera más lenta. Había usado la radio cuando la misma retomó conexión, advirtiendo del riesgo, haciendo todo lo que estaba a su alcance, gritando a su tripulación, velando por su seguridad... Aferrándose con fuerza a los brazos del timón cuando sintió aquella violenta vibración del suelo bajo sus pies. Todo había chirriado, sonando como un golpe seco, casi ensordecedor. Justo cuando las alarmas saltaron y las luces rojas comenzaron a adornar el panel de mandos.

Porque a pesar de todo sabía que debía mantener la calma. Porque acaba de embarrancar contra aquella peña que hacía apenas cinco minutos supo identificar.

No volvieron entonces a llamarlo.

Observó aquellos paneles que exigían decisiones con sus luces parpadeantes y pitidos estrambóticos, comenzando a sentir algo que poco a poco le oprimía el pecho.

En el casco del barco se había abierto una vía de agua debido al impacto.

Estrujó en su mano el transmisor tras presionar el botón de emergencia, contando incluso los cinco segundos, esos que garantizaban que la emisión de socorro había sido emitida.

Su voz no tembló cuando tuvo de nuevo que hablar. No tembló en ningún momento.

—MAYDAY, MAYDAY, MAYDAY. Aquí Porta Elyse. Hemos chocado contra las peñas próximas a St Agnes. Se ha abierto una vía en el casco. Se ha abierto una vía en el casco. Solicitamos rescate de tripulación. Cambio.

Esa vez, rogaba porque la conexión de radio no volviera a fallar. Rogaba porque no...

—MAYDAY, MAYDAY, MAYDAY —repitió al realizar el llamado una segunda vez.

Las luces de emergencia no cesaron cuando sus oídos apenas ya percibían el chillido de la alarma. No, el mar nunca lo había traicionado de esa manera, pero sabía qué hacer. Quizás por experiencia, por profesionalidad... Su trabajo iba de la mano de la presión, de no aferrarse a lo material y calcular con frialdad.

Su respiración errática cuando con el puño presionó el pulsador que ordenaba el cierre de escotillas en la popa. Su buque se estaba llenando de agua, el panel le indicaba que el boquete se ensanchaba por la presión de corriente que se colaba.

Porque sabía que la embarcación, en minutos, se comenzaría a hundir.

El cierre de escotillas ocasionaría que esto comenzara a suceder en la popa del barco, haciéndoles ganar tiempo. Necesitaba tiempo para que todos subieran a cubierta, para que agarraran los salvavidas...

Dejó el caos de la sala de mandos atrás cuando corrió por los pasillos, buscando a las ocho personas que formaban parte de su tripulación. Debía advertirlos; era su trabajo, su deber.

Era el patrón que también velaba por ellos.

Le gritó a dos marineros que únicamente preguntaban qué pasaba, que histéricos exigían saber si se estaban hundiendo...

—¡A cubierta!

George los había empujado, reconociendo cada cara entre los pasillos iluminados con aquellas luces rojizas y parpadeantes.

—¡Subid a cubierta!

La sensación de asumir el peso de sus decisiones asediando...

—¡Las cámaras!

Su cabeza yendo mucho más rápido de lo que corrían sus piernas. Los marineros apercibiéndolo mientras chocaban con las paredes para obedecer a su patrón... El sonido ensordecedor de hierro chocando entre sí cuando algo sacudió de nuevo el buque.

George cayó de rodillas dirigiéndose a las cámaras donde su tripulación trabajaba. Debía evacuarlos, informarles del peligro, ponerlos a salvo... Porque el volumen de agua que se colaba por la rotura del casco estaba haciendo lo suyo; levantar el buque por la proa.

Y ese mar bravo y furioso; ese que engullía...

—¡Sterlyn!

Aquel grito hizo a George cambiar de dirección en su carrera. Debían desalojar lo más rápido posible la zona de las cámaras donde se almacenaba el género pescado en contenedores frigoríficos. Había reconocido la voz de su marinero, Peter, ese canoso que llevaba demasiados años trabajando junto a él.

—¡Patrón!

George jadeó cuando llegó al pasillo donde el marinero fue a su encuentro.

—¡A cubierta! Peter, hay que subir a cubierta. He cerrado escotillas, ¡tenemos todos que subir!

El hombre siquiera se inmutó, mas sí tragó saliva cuando se encontró con los ojos de su patrón. En aquella tripulación todos eran betas, porque controlaban mejor su naturaleza, porque sabían actuar con mayor asertividad, porque ninguno se impondría... Peter asintió, con respiración errática y unas manos que se enterraron en su cuero cabelludo.

—Sterlyn todavía está en las cámaras. Los demás también...

El canoso Peter hizo alusión a su compañero, luciendo de nuevo alterado cuando otro crujido hizo vibrar las paredes bermejas que los rodeaban.

Pero George levantó el mentón, incapaz de achicarse. No en ese momento.

—Ve a decirle al resto que suban. Os quiero a todos en cubierta, ¿me has oído? Yo iré a por el chico. ¡Vamos!

George había sujeto entre sus manos el rostro sudoroso de su marinero, quien tras segundos asintió. Confiaba en él, en aquel hombre que incluso había ido a su casa a pasar la tarde de un domingo... Confiaba ciegamente en él.

Peter apretó el hombro de su patrón antes de girar para cumplir con lo ordenado, apoyándose en las paredes de los largos pasillos para poder ignorar la vibración constante en el suelo.

George apretó sus puños antes de volver a correr hacia la cámara del final del pasillo. El ambiente todavía embebido por aquellas luces rojas e intermitentes, por aquellos crujidos...

—¡¿Sterlyn?!

Lo siguiente entonces sucedió demasiado rápido.

El cuerpo del patrón impactando con las cimbreantes superficies cuando un temblor más fuerte batió toda la estructura. El Porta Elyse se hundía sin que fuera una decisión, sin que se pudiera evitar...

—Patrón...

El llamado llegó débil cuando George se intentó estabilizar, notando el suelo alzado, viendo los pasillos que antes eran rectos convertidos en pendientes.

Sterlyn era un muchacho, beta, de apenas veintiún años. Sólo un aspirante a marinero...

La respiración de George se cortó cuando lo vio atrapado, cuando vio al chico tirado en la cámara, con sus piernas aplastadas por uno de los contenedores de pescados. Contra la pared que cada vez se inclinaba un poco más...

George supo justo ahí que la realidad también podía ser concebida como la más tremebunda pesadilla.

—Te sacaré de aquí. Vamos, ¡te sacaré de ahí!

Sólo veintiún años recién cumplidos, de tez pálida y cabello rubio... Sterlyn miró a su patrón, sin entender por qué no sentía dolor, notando que podía perder la conciencia si miraba a sus pies...

—Patrón...

—¡Voy a quitar esto de aquí!

Porque el muchacho era incapaz de emitir siquiera un quejido mientras observaba al más mayor intentando empujar aquel contenedor que podía llegar a pesar una tonelada... No, era físicamente imposible que George lo quitara, que tan siquiera lo moviera.

¿Pero cómo se le explica eso a la razón en una situación así?

El beta intentó buscar algún objeto para hacer presión, intentó con su hombro, intento maldiciendo.

Pidiendo por favor...

—Patrón —insistió entonces el inexperto marinero, observando cómo el otro ya caía de rodillas a su lado—. Yo... yo sabía que este trabajo no era para mí. Yo sabía que esto en el fondo me daba miedo.

Porque la voz del joven salió rasposa y temblorosa, acompañada de unos ojos igual de perdidos que cristalinos. Porque cuando lágrimas brotaron de los orbes de Sterlyn, él apenas lo notó.

Y fue justo ahí que George supo que él también tenía miedo.

Que estaba muerto de miedo.

—No...

—Me voy a morir.

Los crujidos pasando a segundo plano, porque cualquier cosa lo haría ya que era la mera conciencia, golpeada por la realidad, la que decidía gritar.

Porque aquello era real. Por mucho que exigiera que todo parara, era real que el mar los reclamaba.

—No. Vamos, chico. No.

Quiso decirle que sí valía para aquello, que si lo aceptó en su tripulación fue porque le vio potencial, porque quizás se vio a él mismo; joven e inexperto, pero con ilusión. Con ganas de aprender, con ojos soñadores...

Sí, quiso hacerlo, pero otra sacudida hizo temblar todo a su alrededor.

El frío del agua del mar cubriendo entonces sus tobillos. Paralizando, helando...

Una presión ejercida en su pecho cuando algo hizo a George caer de espaldas. Los contenedores corriendo entonces por la cámara, chocando con saña... Él perdiendo por momentos la conciencia cuando la vasta vibración y sacudida hizo que se golpeara la cabeza.

Sin rastro entonces del joven marinero...

—Sterlyn —susurró el beta, luchando con una repentina visión borrosa—. Sterlyn, ¡no!

Porque sólo había agua. Fría; rauda.

Y ahogó un grito, porque las lágrimas de rabia también acudieron, porque no era justo, porque no entendía, porque si tuviera la oportunidad cambiaría cada una de sus decisiones de ese día.

No era justo que aquel chico con toda su vida por delante muriera así. Que él... no pudiera hacer nada.

El nudo que se formaba en la boca de su estómago no tenía compasión a la hora de oprimir; mucho menos el vacío que sentía en el pecho. La garganta seca, sus manos temblando...

El hormigueo comenzando en la yema de sus dedos, extendiéndose por toda su epidermis; presionando en sus sienes.

—No...

Negó porque ya se había levantado a pesar de la fuerza del agua que se colaba.

Negó con la cabeza cuando se sintió impotente cuando quiso también llorar, cuando las rodillas le querían fallar.

—No, no, no...

Cuando se vio atrapado, sin salida cuando uno de los contenedores, tras la última sacudida, había bloqueado la única puerta de salida de la cámara.

Negó.

Negó mientras lo volvía a golpear, destrozando sus nudillos, creando punciones de dolor en sus hombros. Chilló mientras temblaba, mientras el frío se hacía con él y el mar que lo había traicionado le restaba todo movimiento, el que en todo momento era igualmente inútil.

Estaba atrapado en aquella cámara, con el volumen de agua subiendo.

Sí, negó hasta que supo que era en vano... Que eso nada cambiaba.

Porque buscó otra salida y no la halló. La buscó aun sabiendo que no existía.

Porque acabó con sus fuerzas al no dejar de golpear. Golpeó aun sabiendo que no servía de nada.

Porque chilló, maldijo y lloró.

Sólo porque quería vivir.

Era la impotencia de estar frente a lo que le iba a arrebatar lo que más quería. Era el pelearse con aquel mar que se fue contra él, con aquel que siempre hizo juego con sus ojos.

¿Por qué siempre creyó que eso no le pasaría? ¿Cómo fue tan iluso de creerse cómplice de una bestia como aquella?

El maravilloso y poderoso mar...

¿Cómo se suponía que se debía afrontar al hecho de que se encontraba conociendo su final?

En su mente se agolparon entonces tantas cosas... Logros, recuerdos, metas que no se cumplieron y tantas otras que sí lo hicieron; deseos que ni siquiera sabía que tenía, pues, al fin y al cabo, ¿qué era la vida? ¿No era toda esa serie de infortunios que jamás fueron planeados?

Tantas imágenes reproduciéndose, pintándole una sonrisa tenue acompañada de ojos vidriosos; de vista perdida.

Tantas, tantas imágenes...

Cuando conoció a Marjorie en aquella tienda de telas donde él había ido con unos amigos a buscar lentejuelas para un disfraz y ella una tela para confeccionar su última falda. En Gales, porque ellos siempre fueron de allí.

Sí, sonrío al recordar.

Sabía que se enamoró de ella desde que enfocó la vista en sus orbes color miel. Marjorie entonces le hizo saber mucho después que sus ojos azul añil también fueron lo primero que la cautivó.

Cuando se asentaron en Plymouth, esa ciudad costera de la que George había quedado prendado siendo marinero. Cuando la familia de Marjorie no estuvo de acuerdo en que él no fuera un alfa. Cuando ellos solamente se enamoraron más y de la mano decidieron que ese entonces debía ser su nuevo hogar. Que si no los aceptaban pues huirían.

Porque era simple. Se amaban. Se amaban y ya. ¿Qué importaba lo demás?

Y miró la brújula de su brazo, ese único dibujo que adornaba su piel con tinta. El tatuaje de una brújula que apuntaba hacia la palabra "Hogar".

La miró, no pudo dejar de hacerlo.

Más imágenes. Tantas...

La cara de su omega; cómo derramó lágrimas de alegría cuando lo buscó con aquella prueba de embarazo en la mano. Cuando decidieron el nombre de aquel milagro, de aquel amor tan puro que nació hacia alguien que ni siquiera conocían. Cómo decidieron llamarlo Louis.

Su Louis, su hijo, su amor.

Sus ojos aguándose mientras se miraba aquella palabra tatuada. Porque el propio George era la brújula y ellos su única dirección.

Hogar.

¿Le dijo suficientes veces a su hijo lo que lo quería? Esperaba que sí. Lo amaba. Amaba a su niño; amaba a su familia. Eran su orgullo, su respiración, su anhelo, su deseo...

Los amaba y... Le hubiera gustado tanto pasar un poco más de tiempo con ellos. Le hubiera gustado cantidad de cosas porque, joder, tenían todavía tanto que hacer juntos...

No era justo.

No, no lo era, aunque ya se hubiese escrito.

No...

Porque cerró los ojos y besó su antebrazo derecho, sintiendo de nuevo el frío del mar rozando su piel, mojando ya su rostro, engatusándolo en su leve vaivén...

Pensó en Marjorie.

Pensó en Louis.

Iban a ser fuertes. Tenían que serlo.

Porque el ruego final fue ese, sólo ese.

Él iba a descubrir qué había después del último aliento; iba a averiguar si existía una forma de efectivamente seguir junto a ellos. Porque sin palabras siempre se los prometió.

Siempre lo haría.

...

Jamás había sentido un peso tan demoledor sobre sus hombros. Un peso que no era literal, pero que estaba seguro de que sí tenía más voluntad que cualquier otra fuerza.

Ni siquiera llegaba a sentir lo cansado que se encontraba. Las consecuencias de pasar horas en carretera, encerrado en su coche, el que percibió como un cubículo donde el tiempo pasaba demasiado despacio. Donde su mente lo traicionaba, atosigándolo con cantidad de imágenes. Con la vista también fija en su teléfono móvil.

Porque en algún momento intentó contactar a Louis, pero la llamada si quiera dio señal.

Ahora, se encontraba en el centro de los asientos traseros del coche de su padre, quien conducía mientras era Annette la que ocupaba la posición de copiloto. Niall, por su parte, había preferido quedarse en la casa de los Styles.

La llegada fue caótica. Annette los recibió, percatándose al instante de la angustia que asistía a su hijo. Harry entonces sólo exigió que se marcharan a donde debían en esos casos, negándose a tomar una ducha, algo de comer o si quiera un vaso de agua. Patrice fue el que entonces anunció que sacaría el coche del garaje.

Ya no llovía, pero las calles de Plymouth continuaban mojadas, con charcos enormes que habían dejado tras de sí las riadas. La noche había caído, aportando un aspecto más lúgubre a todo escenario.

Los tres en silencio, con Annette mirando a cada momento hacia atrás, percatándose de la vista perdida de Harry. Durante todo el trayecto la llevó clavada en el cristal frontal, pestañeando únicamente cuando el limpiaparabrisas saltaba para eliminar las gotas que todavía se escurrían.

Con un único pensamiento...

Nunca había estado en un tanatorio. Se descubrió asombrado cuando experimentó el rechazo hacia tal palabra; hacia su significado. Los imaginaba fríos, de paredes blancas... De hecho, más que fríos, los creía helados. Estaba seguro de que en sitios así debía salir vapor de la boca al hablar. O, ¿acaso alguien hablaba en un lugar así? ¿Se debía hacer? No lo sabía, no sabía nada e inexplicablemente se sentía algo patético por eso.

O demasiado afortunado.

¿Louis habría estado antes en un sitio así? Si pensaba en eso la punzada que se había alojado en la boca de su estómago quemaba un poco más.

Fue incapaz de tragar saliva cuando su padre se adentró en el parking del lugar. Había silencio, demasiado silencio cuando bajaron del coche y él apenas atinó a dar un paso. Fue Annette la que tomó su brazo tras sobárselo con mimo, pronunciando un simple '¿vamos?' al que Harry respondió con un asentimiento de cabeza. Patrice guiándolos hacia el ascensor que daba al edificio...

Definitivamente, Harry no se lo imaginaba así. Las paredes eran de tonos grises cuando llegaron a lo que supuso que era la recepción. Madera lacada en la misma, personal uniformados con funestos trajes negros además de una... ¿Pantalla?

Tuvo que frenar en seco. Verdaderamente, ¿aquello era un tanatorio? No sabía con qué se podía llegar encontrar, pero definitivamente con algo así no. Frunció el ceño, con la quemazón en el centro de su vientre latente. Sus padres observándolo en silencio.

¿Por qué había "recepcionistas"? Qué demonios iban a... No lo entendía. Sintió ganas de vomitar, de refregarse los ojos para comprobar si así todo se aclaraba un poco. En realidad, ¿cómo debían ser aquellos lugares sino? Eran silenciosos, casi sin olor. Se había mentalizado con que iba a sentir una ola de emociones, de sensaciones; porque eso era a lo que más le temía. ¿Cómo iba a evitar el notar en su pecho la angustia y dolor que debía habitar en aquel lugar si la naturaleza lo había diseñado para ello?

¿Cómo lo hacía la gente?

Annette apretó la mano de Harry cuando sin palabras le indicó que avanzaran. Él lo hizo, asumiendo que quizás lo que debía hacer era no buscar comprenderlo. Patrice fue el que se acercó a la recepción, donde un trabajador asintió indicándole algo en aquella pantalla. Su padre asintió antes de volverse a dirigir a ellos.

—Primera planta.

¿Cuántas tenía ese edificio? El alfa sacudió la cabeza. Mejor era no entender...

—Harry —lo llamó su madre, volviéndole a acariciar con cariño el brazo—. ¿Estás bien? Seguro que...

—Sí.

Y caminó, sin saber a dónde, con su padre alcanzándolo para poder guiarlo de nuevo. Subieron unas escaleras, con escalones enormes con motivos en mármol beige. Las paredes esa vez siendo de tonos cremas. Patrice era el que subía primero. Annette iba detrás de él.

Como un niño arropado porque se podía caer.

No, Harry jamás se pudo llegar a imaginar cómo era un sitio así. Cantidad de aromas, sensaciones y presiones que engatusaban de repente el ambiente aunque hacía minutos no hubiera percibido nada. Murmullos, grupos de gente callada o que hablaban muy bajo. Muchos se abrazaban a sí mismo mientras que otros simplemente estaban. Con sus poses normales; como si se ubicaran en cualquier otro lugar.

Vio gorras marineras. Vio personas que juraría que le sonaban, de la ciudad o de encontrárselos en algún lado. Distinguió a vecinos de su urbanización, a los del supermercado o la tienda de zapatos del centro. Juró que muchas caras les eran conocidas y estaba seguro de que la de él para ellos también porque muchos se le quedaron por un momento viéndolo.

A pesar de que el pasillo era largo, ellos se quedaron en la primera sección. Era como un cuarto con una pequeña recepción de dos sofás blancos. Había gente en la entrada, en grupos, hablando, murmurando algo. Annette saludó a algunas, pero Harry se veía incapaz de intentar hacer lo mismo. Era su padre el que se habría paso entre las personas.

Fue entonces cuando aquello que le preocupaba sucedió.

Una presión en el pecho; su padre también aflojándose el nudo de la corbata al sentirla... Era como una bofetada de sentimientos; una sacudida de presiones. Era llanto y desconsuelo que creaban un vacío amargo.

Era horrible.

Como cuando su corazón se encogió al reconocer por primera vez a alguien, sin siquiera cavilarlo. Era Marjorie, la madre de Louis, sentada en uno de aquellos sofás.

Los ojos de Harry escocían, siendo incapaz de respirar normal, de exhalar a tiempo...

Sí, era la madre de Louis, con la vista perdida en algún lugar, asintiendo a algo que le decía una mujer que le besaba un hombro y apretaba su mano. Estaba rodeada de gente que sólo tenía intensión de arroparla. De amigos, esa familia que sí se escoge. Su pelo castaño amarrado en una coleta baja, hecha sin mucho esmero. Sus ojos hinchados, surcados en tonos bermejos a juego con la punta de su nariz. Labios secos y de un rosa palo...

Una estampa que sí se podía llegar a imaginar, una que quedaba demasiado lejos de cómo golpeaba la real.

—Marjorie... —Fue su padre el que habló, arrodillándose a los pies de la omega, quien tras varios segundos consiguió enfocarlo—. Mi familia y yo te presentamos nuestras más sentidas condolencias. Lo sentimos muchísimo.

Harry definitivamente quería vomitar.

¿Era eso lo que se decía? Acaso aquello... ¿Calmaba?

Marjorie alzó la mirada hacia la figura de sus vecinos, viéndose cansada, como si cada movimiento fuera agotador, como si sus músculos no contestaran... Harry sintió finalmente humedad en sus ojos cuando la mujer esbozó una media sonrisa que con esfuerzo se pintó en sus comisuras. Ella asintió, intentando remojar sus labios.

—Muchas gracias. De verdad... Muchas gracias.

Harry no podía explicar la sensación en el pecho; el sentir una mínima parte de lo que la omega estaba viviendo. Nunca en su vida supo lo qué era ser verdaderamente un alfa hasta ese momento. Nunca, a su vez, le había contrariado tanto serlo.

—Marjorie. —Annette se atrevió a tomar el espacio de un pequeño asiento que un hombre dejó al lado de la omega cuando asintió ante las palabras de la familia recién llegada—. Mi más sentido pésame. En estos momentos ninguna palabra es un alivio. Sólo... Puedes contar con nosotros para lo que necesites. Nos tienes al lado. Nunca lo dudes.

Porque no hacía falta que detrás existiera una amistad para aquello. Se suponía que hasta que no llegaban momentos así eran cuestiones que ni se planteaban. Eran familias vecinas, que al fin y al cabo podían coincidir día a día, tropezando con un simple 'buenos días'.

Marjorie tomó la mano de Annette cuando esta se la sujetó, apretándosela; comprobando que ambas compartían un tacto frío. Las dos asintieron. Marjorie de nuevo intentando esbozar aquella sonrisa.

Harry sintiendo un latigazo en su columna vertebral cuando su vecina lo enfocó entonces de frente. El joven alfa quiso hablar, repetir algo parecido a lo que pronunciaron sus padres, pero se vio incapaz. Sabía que sus cuerdas vocales eran insuficientes para pronunciar vocablo. Su saliva se había evaporado, la punzada hacía que todo raspara...

—Louis —dijo entonces Marjorie, con la vista todavía fija en Harry. Pronunciar aquel nombre ocasionó que su voz sonara de repente algo más débil. Pero tomó una bocanada de aire antes de seguir—. Tú eres amigo de Louis, ¿verdad?

Porque mientras, a Harry, oír aquel nombre le había supuesto que sus piernas temblaran, que el ardor arremetiera con más fuerza...

Así que sólo asintió, con mandíbula tensa y hombros rígidos.

La omega que le hablaba dejó escapar un suspiro. Sus ojos aguantando de repente lágrimas que se agolpaban...

—Puedes... ¿Puedes hacerme un favor? —Harry, sin pensarlo, asintió de nuevo — Louis está dentro. Lleva demasiadas horas dentro, no quiere salir y... Debe hacerlo. No ha comido nada. Siquiera se ha sentado. Él... —La mujer, por enésima vez, se rompió. Luchando con sus lágrimas y el temblar en su voz; tomando fuerza en cada inspiración—. Quizás a ti te escucha. Quizás lo hace porque no te espera. Sácalo un momento de aquí para que tome el aire. Por favor. ¿Lo podrías aunque sea intentar?

Annette había abrazado por los hombros a la omega cuando esta agachó la cabeza rendida tras terminar de hablar. Mientras, el pecho de Harry solo latía furioso, con su cabeza intentando procesar las palabras de la omega.

Louis estaba dentro.

Él había ido por Louis.

Él quizás podía ayudar a Louis.

Su vista viajó hacía la puerta de madera entornada, de donde entraba y salía más gente. Marjorie había salido hacía unos momentos de allí, acompañada de sus amigos, quienes insistieron en que no era sano permanecer tantas horas frente aquella vitrina. Ella lo hizo aunque durante horas se negara porque su hijo era incapaz de reaccionar.

Porque Louis no la abrazaba, no se movía, no hablaba. Él... sólo estaba allí.

Harry sintió un picor en la garganta cuando intercambió una mirada con sus padres antes de volver a asentirle a la mujer. Sintió frío al encaminarse a la puerta, sabiendo que se toparía con aquello lúgubre, olvidando a la vez todos sus planteamientos de cómo sería en realidad un tanatorio, pues, al fin y al cabo, ¿qué importaba? Era material, simples instalaciones que encerraban aquello incapaz de moldear.

El dolor...

Cruzó la puerta, topándose con una luz amarillenta, dos pequeños sillones y un corto pasillo. No se equivocó en que sentiría helarse... Hombres que limpiaban sus lágrimas tras fijar la vista en aquel cristal. Betas canosos que se llevaban las manos a la boca negando con la cabeza, mirando al techo, volviendo a negar... Compartiendo el silencio.

Su cuerpo paralizando al ver la cantidad de coronas de flores, de gorras y nudos marineros. Los mensajes en las bandas que adornaban aquellas coronas... Los leves hipidos que a veces escapan en la propia ausencia de sollozos. El ataúd cerrado que precedía aquellos detalles de respeto y recuerdo eterno.

Porque precisamente esas eran las cosas que se quedaban corta ante cualquier estampa que se imagine.

Peor que triste.

Peor que amargo.

Harry visualizó demasiado rápido el cuerpo menudo que se abrazaba a sí mismo, al lado izquierdo de aquella cristalera. Un cuerpo encogido que vestía ropas anchas.

Una figura por la que Harry hubiera caído de rodillas.

Caminó hacia él sin ser consciente de que daba sendos pasos, apretando sus puños porque sus manos temblaban y sudaban, apresando un suspiro en su garganta cuando oteó su perfil. El perfil de Louis.

Pálido y con ojeras marcadas. El hueso de su pómulo alzándose orgulloso mientras sus pestañas espesas abrazaban a media asta sus singulares ojos azules y opacos. Sus finos labios apretados, igual de blanquecinos que su tez.

Sí, Harry hubiera caído de rodillas porque la sacudida que dio su pecho superó cualquier otra sensación. Porque sentía el dolor y la desolación. También la confusión.

La incredulidad...

Se acercó a él, impensado, caminando hasta llegar a su lado, sin desclavar la vista de aquel semblante que tenía la absoluta capacidad de estrujarle debajo del pecho.

Louis entonces tardó exactamente cuarenta segundo en mirarlo. Harry lo supo porque inconscientemente los contó.

Verlo de frente era multiplicar por dos la presión. Sus ojos añiles casi sin vida, entreabiertos, como si sus párpados ya no tuvieran fuerza de actuar. Louis miró de frente a Harry, quien no se movió, sino que aguardó junto a la punción de sus sienes.

Louis lo miró, sí. Por primera vez se atrevió a levantar la vista de aquel cristal, sin saber por qué, siendo únicamente algo que hizo sin siquiera lucubrar. Estaba demasiado agotado para hacerlo.

Fue algo que sintió sin tener razón para explicarlo o siquiera negarlo.

Era Harry.

Harry estaba allí.

¿Cómo? ¿Por qué estaba allí?

Preguntas vagas que pasaron con demasiada fugacidad por su cabeza. Porque no, tampoco tenía la suficiencia de buscarles contestación.

—Lou...

Todo sucediendo entonces demasiado rápido...

"Lou", así lo llamaban de cariño, así recordaba que su padre lo nombraba cuando de pequeño hacía alguna travesura. También cuando lo miraba de aquella otra forma. No sabía por qué lo hacía, ¿por qué llamarlo con amor cuando era un niño tan revoltoso? De mayor... también lo llamaban así. Cuando tiraba todos los libros que apilaban en las estanterías porque no tenía la paciencia de quitarlos uno a uno cuando únicamente quería el que se encontraba en la punta de abajo. Cuando apartaba la verdura y la escondía en la servilleta... Cuando juraba que había ordenado su cuarto y en realidad había amontonado todo bajo la cama. Aun así, su padre en esos momentos lo llamaba Lou. ¿Ahora quién lo llamaría así?

Sí, fue demasiado rápido cuando sintió la humedad en sus ojos y por primera vez sus hombros cayeron. Cuando llenó en un suspiro involuntario sus pulmones de aire y concentró las últimas fuerzas que le quedaban para estar de pie en dejar escapar un sollozo desgarrador de su garganta.

Las lágrimas brotando en cascada y su cuerpo desvaneciéndose cuando su vista únicamente enfocaba a Harry.

Harry...

El que lo sostuvo en sus brazos cuando vio que sus rodillas fallaban. El alfa abrió los brazos para pegarlo a su regazo, para prácticamente sostener su peso. Louis enterrando en el acto el rostro en su pecho mientras sentía la confortante sensación de no mantenerse erguido por sí mismo. Ya no podía más, no quería hacerlo. Ya no tenía más fuerza para eso.

Los sollozos que escaparon de su garganta cuando cerraba los ojos y únicamente visualizaba el ataúd y las flores, aquella imagen que se había grabado a fuego en su mente porque durante demasiadas horas se negó a observar otra cosa.

¿Quién le volvería a decir Lou? No lo sabía. Le atormentaba no saberlo.

Se sentía tan perdido.

Harry lo sostuvo, estrechándolo entre sus brazos, manteniendo sus manos en la baja espalda del omega, en el vibrar angustioso que le ocasionaba saberlo así. Louis se había rendido, atreviéndose a caer aun sin la certeza de si lo iban a recoger.

Sin la certeza de que Harry jamás hubiera permitido que rozara el suelo.

—Shhh... Estoy aquí, Louis. Estoy aquí por ti. —Su mano sobándole la espalda, aportando un calor nimio—. Tranquilo, Louis. Tranquilo...

Porque el omega era incapaz de pronunciar vocablo, francamente apenas alcanzaba a oír o entender. Sólo quería rendirse, cumplir aquella voluntad que creyó inservible; llorar.

Louis lloró mientras Harry lo movía fuera de allí, mientras demasiados pares de ojos caían sobre el alfa y omega. Mientras murmullos lastimeros y lamentos empáticos acompañaban la escena. Patrice apartándose cuando fue Marjorie la que, igual de derrotada, quiso asistir los clamores de su hijo. Cuando fue Annette la que le volvió a apretar la mano y con un nudo en la garganta le susurró palabras consoladoras ya que la mujer, por su parte, también sentía la necesidad de rendición.

Sí, Harry lo sacó de allí, enfocando su vista en el pasillo que conectaba las secciones, percatándose de que justo enfrente había una especie de patio descubierto, con una fuente sin agua que adornaba el centro de la estancia. El alfa tampoco estaba en las condiciones de plantearse mucho más. Caminaron hacia allí, lejos de los cuchicheos y el ambiente denso, cruzando la puerta que conectaba con el patio.

La brisa de la noche rozándoles el rostro, con únicamente dos farolas iluminando la zona. Louis se había aferrado a las solapas de la chaqueta que vestía el alfa, ahogándose en cada quejido que tironeaba en su garganta, siendo incapaz que respirar sin hipidos mientras Harry le sobaba la espalda, con su voluntad crispada por tenerlo así entre sus brazos. Roto, en un llanto desgarrador.

¿Qué podía hacer? ¿Qué podría hacer aparte de desesperarse?

Necesitaba perderse en el olor a tierra mojada que lo estaba atiborrando. El picor en su garganta, ese sabor avinagrado que podía llegar a degustar en sus papilas gustativas... El olor de Louis, la esencia de Louis cubierta de angustia.

Se podía llegar a volver loco.

—Ya está... Ya está, Louis.

Luchar con aquello que le exigía que lo calmara y la razón que se manifestaba en su parte más humana; el omega necesitaba ese desahogo, necesitaba llorar aunque eso al alfa lo desarmara.

Minutos largos en un silencio que sólo era interrumpido con los quejidos de Louis, con su dolor expresado en la forma más vulnerable. Sintiendo el vacío en el pecho, la latente incredulidad y la rabia convertida en impotencia.

Era un sentimiento que se encerraba en el propio cuerpo y razón, una sensación de negación constante. Una realidad incapaz de aceptar, en la que únicamente se quería ver encerrado a causa de una pesadilla.

Quería despertar. Sólo esperaba que despertara de una vez...

—No... No lo voy a ver más.

Las palabras sonaron secas cuando Louis las pronunció, permitiendo que Harry lo estrechara más entre sus brazos. Aquella frase descorazonadora que arrancó que lágrimas del alfa también corrieran por sus propias mejillas.

No lo iba a ver más, eso era lo más duro, interiorizar tal hecho al enfrentarse a una perdida, a la desaparición de un pilar. Siquiera le había dado las buenas noches a su padre la noche anterior, había subido tarde del garaje cuando George ya se había acostado porque como cada día, se levantaba a las cinco de la mañana. Se arrepentía de tantas cosas, le atormentaba cada decisión, cada cuestión a la que no le encontraba explicación...

La angustia de un niño que voltea tras echar a correr y no encuentra a su papá, siendo al instante consciente de que se ha perdido.

¿Quién no lloraría?

Harry hundió su nariz en el pelo revuelto del omega, sin cesar en frotarle la espalda, sabiendo que una vibración se calentaba sin remedio en su garganta.

Él mismo le dijo a Louis que estaría dispuesto a todo por él. No mintió. Se refería a estar con él, a verlo reír, a formar parte de su vida... No entraba verlo roto y por eso dolía. No entraba oírlo llorar y por eso desesperaba. Agradecía poder estar ahí para sujetarlo de la misma manera que rogaba porque el omega no tuviera que pasar por algo así nunca más.

Louis lloró durante eternos minutos sobre su pecho, sintiendo algo de calor en sus frías extremidades.

Desmoronado...

Harry gruñó todavía abrazado al omega cuando sintió la puerta que daba a aquel patio abrirse. Era su madre, junto a dos individuos que muy rápido identificó como betas. Annette le hizo un gesto de cabeza junto a un ademán con la mano.

Llevaban más de tres cuartos de hora fuera y Harry siquiera se había percatado.

El vibrar en su faringe sin cesar hasta que fue Louis el que se removió de entre sus brazos, haciéndolo pestañear.

No dejó que se separara de él, así que caminaron juntos, siguiendo a Annette y los dos hombres. Louis clavando su vista en el suelo cuando su llanto hizo un amago de sofocarse en un hipido.

—Cielo... —Fue Marjorie la que habló. Estaba de pie junto a los mismos sofás donde Harry la había visto en todo momento.

La omega estiró los brazos cuando su hijo irremediablemente alzó su vista al escucharla. Harry notando un frío en el pecho cuando el omega se separó de él, dejando vacío en el hueco perfecto en el que había encajado. El alfa apretó los puños mientras su mandíbula se tensaba contra su voluntad.

La parte humana...

Louis necesitaba el calor de su madre, el único consuelo que no era promovido por la empatía. El compartir el mismo tormento... La omega articuló un 'gracias' dirigido al ojiverde antes de cerrar los ojos cuando más lágrimas cayeron por sus mejillas al abrazar a su hijo.

—Quiero ver a papá. Quiero estar con papá...

Nudos en la garganta formándose cuando el omega volvió a gimotear, desgarrado. Marjorie asintió, depositando demasiados besos en la cabeza de Louis...

—Sí, mi amor.

La despedida. Como todas, injustas, indeseadas, aborrecibles...

Louis no volvió a mirar Harry porque era incapaz de enfocar a conciencia. Se dejó dirigir con su madre, quien entró de nuevo en aquella habitación donde la realidad no cesaba en ser vasta e indolente.

Harry observó con tensión en sus músculos cómo el omega se alejaba de él, cómo las personas volvían a murmurar, volviendo al mismo ambiente, a aquella pseuda normalidad.

Fueron sus padres los que voltearon a verlo, encontrándose con el verde de los ojos de Harry más oscuro. Su pecho subiendo y bajando a causa de una respiración poco acompasada. Su vista fija en ningún punto...

Con nada hubiera sido capaz de imaginar todo aquello.

Annette pretendió pronunciar algo mientras Patrice aguardaba callado. Esa vez fue Harry el que sentía que se asfixiaba. Esa vez era él el que necesitaba aire...

Dio media vuelta, encaminándose hacia aquel patio donde había estado hacía escasos minutos. Un gruñido grave emergiendo de su garganta cuando apoyó las manos en sus rodillas y se inclinó hacia adelante para tomar una profunda bocanada de aire. Su corazón tamborileando con agite cuando la punzada en su cabeza solo se acrecentaba.

Era incapaz de imaginar un miedo mayor, de lidiar con el torbellino de sensaciones que lo acudían. Él... él quería llorar de sólo imaginarse viviendo una perdida así. Si a Annette o Patrice les pasara algo, él... él...

Lloró con sólo lidiar con la idea.

Lloró porque esa fuera la realidad de Louis.

Lloró porque se dio cuenta de que nunca estaría preparado para los topetazos que daba la vida.

Sus dedos barriendo las lágrimas de sus ojos cuando pudo tomar una profunda bocanada de aire para meramente lograr serenarse.

La angustia en el semblante de Annette cuando vio a su hijo volver a entrar.

—Mamá, yo... Me quiero quedar esta noche aquí. Quiero estar aquí por si me necesita.

La mujer apretó sus labios, asintiendo casi sin ser consciente de ello, movida por la única necesidad de aquietar a su cachorro.

La vista perdida de Harry cuando se topó con la de su padre...

—Está bien —concedió el alfa de mayor edad, apretando el hombro de su hijo.


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