Hogar

De MOONY04

23 2 0

El diario de un hombre en duelo, dedicado a su gran amor perdido. Una casa que ha dejado de ser un hogar. Un... Mais

Dedicatoria
20/2/2023
21/2/2023
22/2/2023
23/2/2023
24/2/2023
25/2/2023
26/2/2023
27/2/2023
28/2/2023
1/3/2023
Epílogo

19/2/2023

8 1 0
De MOONY04

Hoy hace un año desde que te fuiste, pero te echo tanto de menos como el día después. Me atrevería a decir que incluso más, porque no fue hasta pasada una semana de sentir tu ausencia que me di cuenta de lo que había sucedido. No cabía en mi mente el pensar que no volvería a sentir tu pelo entre mis dedos, o tu aliento junto a mi oído cuando me susurrabas palabras sin sentido simplemente para hacerme reír. Pero la realidad se fue, poco a poco, posando sobre mí como una sábana. Al principio de forma suave, pero semana a semana iba ciñéndose más y más, presionando mi piel, obstruyendo mi boca y mis fosas nasales, ahogándome.

Ahora ha pasado un año, y la sábana no se ha ido. Sigue sobre mí, y me cuesta respirar. Pero como los quechua, que están adaptados a vivir a presiones de oxígeno menores a las que tenemos aquí abajo, me he acostumbrado a la falta de aire. No es una sensación agradable, no nos engañemos. Tal vez solo podré volver a sentir mis pulmones liberados en los sueños, o en el recuerdo. Pero qué más da. Me gusta tener este recordatorio constante de que una parte de mí se fue contigo. Nadie puede ser funcional al cien por cien sin una pierna, o sin un órgano. No estamos del todo completos. Del mismo modo, yo no estoy completo sin ti.

Bueno, todo lo dicho ya lo debes saber, si es que me puedes escuchar por las noches. Te lo he dicho en múltiples ocasiones, en la cama, mirando hacia el lado vacío del colchón, que te pertenecía, e imaginando tu silueta, dibujada a contraluz por las luces de la calle que entraban a través de la ventana de nuestra habitación.

He revisado tus cosas una y otra vez durante este año. He mirado nuestras fotos juntos. He olido tu ropa, y nunca metí en la lavadora las últimas prendas que usaste. ¿Asqueroso? Para algunos tal vez. Para mí es el único modo de sentir tu aroma. Hasta los calcetines sudados de cuando saliste a correr el lunes anterior a que te marcharas son más confortables que el saber que te he perdido.

Te preguntarás por qué te escribo, ahora. Por qué no sigo simplemente hablándole a tu almohada. Sinceramente, tampoco yo lo sé. Tuve el impulso de hacerlo. Pensé que mis palabras tal vez te llegarían más firmes si estaban plasmadas en papel. Si es que allí donde estés, puedes leerlas. Por si acaso no puedes, cuando acabe de escribirlas las leeré en alto. Dios, nunca he creído en un más allá. O más bien, nunca creí en un más allá hasta aquel día. No me cabe en la cabeza que te hayas esfumado para siempre. Es imposible. Tienes que estar en algún lado. Tu mirada curiosa, tu testarudez, tu audacia, tu risa. Eran demasiado reales. Tú eras demasiado real. Lo eres, estés donde estés.

He decidido empezar hoy, porque después de 365 días he conseguido volver al hogar. A nuestro hogar. No al piso, donde pasábamos la mayoría del año, pero donde casi ni nos veíamos, por culpa de los horarios del trabajo. Estoy en nuestro hogar, en el piso rodeado de nieve donde pasábamos el rato el uno en compañía del otro cada ocasión en que podía coger vacaciones. En el lugar donde éramos sólo tú y yo. Donde nos amábamos hasta la médula de los huesos porque no había ningún informe que redactar, o ninguna factura que pagar, que entrara por el marco de la puerta.

No había podido volver antes, justo por eso. Aquí no es fácil sobrellevar la pérdida. En un lugar donde habías estado tan viva. Donde ambos habíamos sido uno, y donde era tan claro, tan evidente, que formábamos parte el uno del otro.

Mientras escribo esto son las nueve de la noche. Llevo nervioso desde que he salido del piso, y he conducido las tres horas y media de trayecto en coche del tirón, por miedo a que si me permitía descansar un instante, bajar la guardia, mi impulso de supervivencia me haría dar media vuelta.

He llegado a las once y media de la mañana, y Lola, la vecina de arriba, estaba quitando con una pala la nieve que cubría el camino de entrada. Parece mentira cómo la señora, a sus ochenta años, sigue manteniéndose activa. Es incluso alarmante verla levantar la pala de hierro, que parece pesar más que ella, con esas manitas huesudas de nudillos prominentes, rosados por el frío. ¿Te acuerdas cuando compramos nuestro hogar, hace cinco años? Lola estaba celebrando su setenta y cinco cumpleaños, y no dudó ni un instante en invitarnos a entrar a su piso, donde junto a su hija, su nuero y los dos hijos de ambos, lo celebraban. El pastel estaba delicioso. Cómo no, lo había hecho ella. Una mujer encantadora, desde luego. ¿Recuerdas cuando nos traía fiambreras repletas de sobras? Nos trataba como familia, y lo sigue haciendo, porque nada más verme, ha soltado la pala, y ranqueando de su pierna derecha, se ha acercado a mí, y me ha cubierto entre sus brazos (o lo ha intentado, porque su metro cincuenta de altura tiene poco que hacer contra mi metro ochenta). Me ha besado ambas mejillas y me ha dado el pésame. "Tan joven" ha sido lo único que ha dicho, antes de que un sollozo la acallara. He sido yo, entonces, quien la he cubierto a ella, protegiéndola de la misma pena a la que yo ya me he acostumbrado.

Hemos subido a su piso. En la puerta de su casa todavía pone <<Segundo primera. José Pérez Hidalgo y Dolores Giménez López>>. Ver el nombre de su difunto marido me genera una sonrisa triste. Hace ya quince años que se fue, y Lola todavía lo tiene presente. Mi amor, yo seré igual. Nunca borraré tu nombre de mi buzón, y si me mudo a algún lugar, tu nombre vendrá conmigo.

Nos hemos sentado en la mesita de madera, redonda, que hay en el centro del salón-comedor-cocina. Son unos pisos pequeños, desde luego, pero ¿quién quiere más? Además, ahora tanto en el piso de Lola como en el mío, solo un miembro de la pareja puede ensuciarlo. Ha cambiado las sillas. Las antiguas se caían a pedazos. ¿Recuerdas hace unos cinco años, cuando nos invitó a comer porque quería que conociéramos a su sobrino? El pobre tuvo la mala pata de escoger la silla que peor podría sostener esos ciento veinte quilos de grasa, y acabó cayendo de culo entre un mar de astillas y estacas. Menos mal que no se hizo daño más allá de la caída y la vergüenza.

Estas sillas nuevas también son de madera, pero algo más modernas, sin tanto ornamento en el dorso, que es cuadrado y minimalista. Desentonan un poco con el aire antiguo de la casa, pero supongo que llega un punto en la vida donde lo que menos te preocupa es que las sillas de tu salón-comedor-cocina tengan la tonalidad exacta a la del marco de la puerta de entrada.

Nos hemos sentado, y ella me ha preparado una taza de café. Ha sacado unas galletitas caseras, y hemos estado hablando. No me ha preguntado por ti. Supongo que no está segura de hasta qué punto me atrevo a hablar de mi pérdida en público. Yo tampoco lo sé. No he hablado con mucha gente este último año. He tenido compañía, por supuesto, de mis amigos y familia. Pero supongo que para entablar una conversación ambas partes han de abrir la boca, y estaría bien que se miraran a los ojos, y no que uno de los miembros del debate tuviera la vista fija en el suelo, obligando al segundo a apartar su mirada hacia cualquier otro lado, intentando ocultar la incomodidad de aquel que no sabe cómo llevar la situación, porque nunca ha sentido tu pena.

Me ha preguntado por el trabajo, por mis padres, por mi hermano, y por nuestro perrito. El pobre murió hace unas semanas. Un cáncer de pulmón. Siento escribirlo tan fríamente, pero ahora cualquier pérdida me parece insignificante. Es como si hubiera perdido la capacidad de sentir cualquier emoción.

Me ha hablado de sus nietos, y de cómo su hija Nora ha decidido mudarse a uno de los nuevos edificios que están construyendo en el pueblo, para estar más cerca de ella. Lo ha dicho con algo de resentimiento, como si no quisiera reconocer que algún día, tendrá que reconocer el peso de los años, y aceptar su ayuda.

Ha sido agradable, e incluso me ha invitado a ir con ella y su hija a comer al bar del pueblo, con la excusa de que el nuevo propietario lo ha dejado totalmente distinto a como estaba, y que tenía que echar un vistazo, yo que era joven (a mis cuarenta y un años), para opinar sobre las moderneces que había en las paredes, de las que no entendía nada. Yo acepté, contentándome con la excusa que ella me había proporcionado, sin querer reconocer que el verdadero motivo por el que no había entrado en nuestro piso todavía era que no me veía preparado, teniéndolo tan cerca, para enfrentarme a la absoluta soledad.

Resultó que el bar sí que había cambiado. Tú, que adorabas el pueblo por cómo estaba de conservado, por la antigüedad de sus calles, de las puertas, de las ventanas e incluso el mobiliario de las pocas casas donde habíamos entrado, te habrías escandalizado al encontrarte dentro de un bar de paredes verde menta, con cuadros de películas de los años noventa y dos mil, adornado con luces de neón y lámparas de lava por todas partes. ¿Cómo podía alguien pensar que aquel lugar formaba parte de un pueblo de poco más de quinientos habitantes? Esa era la duda de madre e hija. <<Pues justo ahí está el juego>>- les comenté una vez nos sentamos. - <<En que nadie lo esperaría. Es una atracción para turistas>>. Y efectivamente, parecía haber más extranjeros en el restaurante que población local.

Fue una velada interesante. Conocí a Nora, con quien nunca pudimos coincidir. Resulta que era porque vivía en Madrid, pero tras un matrimonio fallido y múltiples negocios arruinados, había decidido volver a casa a probar suerte. Estaba montando su propio negocio (intentándolo, más bien), de elementos de crochet. Se acababa de crear una página web, y estaba vendiendo unos cuantos. Se la veía satisfecha. Es una chica guapa, pero no tanto como tú. Parece que Lola nos miraba con aire curioso, mientras hablábamos. Creo que en el fondo piensa que nos iría bien, a Nora y a mí, superar nuestras pérdidas juntos. Pero yo no creo que usarla a ella como un parche sea lo que necesito. Lo que necesito es que vuelvas.

Eran las cinco cuando he llegado a nuestro piso por fin. Está tal como lo dejamos, aunque algo más lleno de polvo. No entiendo cómo se puede acumular tanto polvo en una casa vacía cerrada a cal y canto. No he querido contratar ningún servicio de limpieza esta vez, antes de venir, porque quería tener la opción de mantenerme distraído, si mi mente se ahogaba con tu ausencia.

He aguantado en casa lo suficiente para dejar la maleta y hacer una lista de la compra, y he cogido el coche para ir al pueblo de al lado a buscar algo de comida. Me he sentido decepcionado conmigo mismo, por tener que huir de mi propia vivienda, pero para tu consuelo, he estado yendo al psicólogo, y por tanto estoy aprendiendo a aceptar mi ritmo de hacer las cosas, en lugar de intentar acelerar el proceso de sanación, y de culparme por no cumplir unos términos imaginarios.

Me he hecho la cena, y solo, muy solo, en nuestra mesa redonda de madera, me he comido una ensalada y una pechuga de pollo, mientras miraba la televisión, intentando no sentir que me faltaba tu mano cogiendo la mía. Ahora me iré a dormir, y mañana será otro día.

Continue lendo

Você também vai gostar

3.8K 308 14
BLEED BABY BLEED FIH MIH
43.8M 1.3M 37
"You are mine," He murmured across my skin. He inhaled my scent deeply and kissed the mark he gave me. I shuddered as he lightly nipped it. "Danny, y...
20.3K 1K 40
After 5 years, both Clementine and (YN) have both worked together, alongside with Alvin "Lee" Junior, AJ in short, who has taken cared of him as thei...
7.3M 303K 38
~ AVAILABLE ON AMAZON: https://www.amazon.com/dp/164434193X ~ She hated riding the subway. It was cramped, smelled, and the seats were extremely unc...