La Leyenda Áurea

Par Kia020

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Esa noche, Xylia nunca olvidaría esa noche, en la que los habitantes del bosque salieron a celebrar sus ritua... Plus

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capitulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 23
Capítulo 20
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 21
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 22
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49 (Anuncio)
Capítulo 50 (Nuevo Anuncio)
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55

Capítulo 7

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Par Kia020

Ese ser se alzaba imponentemente detrás de mí y yo tan solo dejé que las lágrimas corrieran sin freno. Me tomó por los hombros con una fuerza inmensa donde sus poderosos dedos con esas largas uñas se clavaron en mi piel con tanta profundidad que tuve que reprimir un gruñido. Me puso de pie haciéndome girar hacia donde vi el peor horror nunca antes contemplado, mi familia, mi vida entera, todos amordazados con cuerdas y llenos de heridas. Sus ojos apenados llenos de lágrimas hicieron que me derrumbara, que aquella coraza que siempre mantenía intacta, empezara a derrumbarse por un solo golpe potente y contundente. Mi mirada pasó por la de mis padres, sollozantes, la de mi hermano, totalmente inconsciente como si acabara de recibir el golpe en la cabeza que producía aquel hilo de sangre que descendía por su cara hasta manchar la túnica blanca que vestía; y por último, la de mi hermana, a quién no le habían tapado a boca y tan solo le habían atado las manos, no se veía ninguna herida a simple vista pero toda su cara se podía describir en una simple palabra, el terror en persona. Sus ojos suplicantes y rojos por la cantidad de lágrimas derramadas, hacía que su rostro se viese demacrado. Mi pequeña Ariel, nunca olvidaría aquello y tomaría venganza por el recuerdo traumático que se almacenaría en su mente, en la mente de una niña alegre. 

Pero una leve punzada de dolor empezó a hacerme gruñir más de lo que había hecho antes. Esas uñas totalmente clavadas en mi piel dejarían marcas pero lo peor de todo no era eso, si no lo que podía causar ese ser que se había ceñido con mi familia.

–Nada tiene que salir mal Xylia –era ese ser de nuevo, tragué nerviosa ante el impacto de hedor contra mi nuca – Si respondes ante mi nada malo les  ocurrirá pero si no lo haces, te aseguro que tanto tú como ellos viviréis un infierno.

Me quedé paralizada, ¿qué quería ese monstruo de mí? Yo no era nadie especial, tan solo era una chica que estaba empezando a perder los nervios por tener que ver a toda su familia en esa situación tan deplorable.

–Oh Señor de las Almas Perdidas, ¿porqué ha acechado nuestro poblado y a la familia Sylvam con esa brutalidad en un día tan especial?

La Sabia Anciana acababa de nombrarlo como el Señor de las Almas Perdidas, nada de eso podía ser cierto. El maldito ser que estaba clavando sus uñas con fuerza, era nada más ni nada menos que el personaje de las leyendas más remotas y tenebrosas que se contaban en casa de la Sabia Anciana. Ella debía de conocerlo tan bien como la palma de su mano, aún me acordaba de todas esas noches en las que no pude dormir pensando que vendría a por nosotros en mitad de la noche. Mi niña interior debía de estar aterrada por saber que ese ser había aparecido de verdad pero lo peor era que mi yo adulta también lo estaba.

Ese ser mítico chasqueó con la lengua y me soltó dejándome caer a más de un palmo del suelo. Mis piernas se tambalearon pero no caí pero me sentía tan débil que no pude enfrentarme a ese monstruo y mi mirada acabó centrándose en los ojos de mi hermana. Necesitaba calmarla y hacerla sentir que todo iría bien pero cómo iba a poder hacerlo si yo misma sabía que nada iba a estar bien.

–Sabia Anciana, nada de mis asuntos le incumben y tampoco  me importan en absoluto vuestras odiosas celebraciones, así que si quiero o no interrumpirlas es mi decisión, no la suya.

Su franqueza y su arrogancia hizo que todo mi bello se erizara de nuevo. En su voz antigua pude descifrar que la celebración le importaba una mierda, además de qué hablaba con ese tono de superioridad que tanto odiaba.

–Está en mi territorio, Señor, no puedo permitir que haga este tipo de cosas.

Entonces ese sonido tan áspero y profundo hizo que mi cuerpo se girara hacia el centro de todo aquel horror, y fue ver a ese ser enorme y corpulento reírse. Su rostro cubierto por una enorme capucha negra hecha jirones al igual que la túnica larga que vestía. Era normal que mi pobre hermana estuviera tan horrorizada, esa bestia daba miedo, ese miedo que podía llegar a paralizarte y sin duda, ver cómo se burlaba de la persona más importante del poblado, era espantoso.

–¿Qué va a hacerme? ¿Me va a echar o tendré que utilizar mi poder y arrancarle el alma? 

Estaba provocando a la Sabia Anciana con un tono descarado, a sabiendas de que nadie de los presentes podía ir en su contra, ni la mismísima Sabia Anciana. Pero cuando la alertó con arrancarle el alma, mi mente empezó a recordar frases cortas sobre de quién se trataba ese hombre y sin duda, ese hombre, señor de la muerte y encadenado a ella de por vida, hizo que no pudiera ni dirigirle la mirada por temor.

Sin embargo, la Sabia Anciana se había encarado a él sin dejar de méralo ni un solo momento. Su función a parte de las religiosas, era mantener el poblado a salvo y aunque fuera una divinidad, estaba cometiendo un acto atroz en los que habían heridos y en los que tanto yo como mi familia nunca olvidaríamos.

–Le ruego que se marche y deje que prosigamos con nuestro ritual sagrado.

Se meneó tratando de mantener el control, si la Sabia Anciana no empezaba a cerrar su boca, el Señor de las Almas Perdidas acabaría matando. Entonces es ser, respiró profundamente y ví como su cuerpo se ensanchaba al coger aire como si tratase de recuperar la calma por la insolencia de la Sabia Anciana.

–Por el ritual no se preocupe porque una vez consiga lo que quiero, podrán proseguir con normalidad.

Ese tono tan burlesco hizo ponerme en alerta, nada de esto era normal y mas cuando había interrumpido en un ritual tan sagrado como este.

–¿Y qué es lo que usted quiere?

Todo su cuerpo se movió como si hubiera obviado la pregunta lanzada con tanta intriga y acabó girándose hacia donde me encontraba. No pude verle los ojos pero noté como su mirada se clavó en mí con tanta intensidad que empecé a temblar por el miedo que me dio aquella oscuridad. 

–Yo, el Señor de las Almas Perdidas, te reclamo a ti, Xylia Sylvam.

Mi boca se abrió al recibir esa inesperada sorpresa. Mis ojos horrorizados lo miraron con desprecio y con temor. 

No, no, no.

No  podía reclamarme un ser tan oscuro y malvado, él no podía hacer esto. Mi mente se quedó en blanco, ¿porqué a mi? No podía dejar de pensar en esas palabras.

Yo, el Señor de las Almas Perdidas, te reclamo a ti, Xylia Sylvam.

Las lágrimas no cesaron y más cuando pensé en lo que eso significaba, cuando ese ser reclamaba a alguien, significaba que había llegado la hora de entregar su alma y morir. ¿De verdad iba a morir en un día tan especial? Quería seguir viviendo, necesitaba seguir viviendo. Miré de reojo a mi familia y todos palidecieron, incluso mi hermana que era probable que pudiera atisbar el verdadero significado de todo aquel caos. Pero fue mi hermano quién hizo que derramara más lágrimas de las que estaba ya produciendo, se levantó del sitio donde lo había tirado tambaleándose aún con la mirada perdida pero uno de esos guerreros los aplacó y lo tiró contra el suelo. No pude ahogar mi espanto ni mi chillido, quería despertar de aquella pesadilla. Nada de esto debía ser cierto. Mi hermano retorció en el suelo pero ese mismo guerrero que lo abatió, le puso un pie encima de su espalda advirtiéndole de que no hiciera nada más pero fui yo quién acabé pidiéndoselo. 

–Owen... no hagas nada, por favor.

Gruñó con fuerza mientras yo pestañeaba agachando la cabeza. Mis ojos me dolían por llorar tanto y mi corazón estaba siendo torturado por tener que ver esa imagen tan desgarradora de mi familia. No se lo perdonaría nunca y me daba igual que es lo que pudiera hacerme, me vengaría por lo que nos hizo sufrir.

–Sii vienes conmigo, tu familia vivirá pero si no lo haces, morirán y tú serás quién los matará.

Mi corazón empezó a latir más rápido de lo normal, ese ser cruel me estaba chantajeando con la muerte de mi familia. Ese maldecido monstruo me tenía acorralada porque por nada del mundo, mataría a mi familia. Daría mi vida por ellos y eso es lo que haría. Me sacrificaría por ellos y nada ni nada podrían revocar mi decisión. 

–No lo hagas Xylia –la Sabia Anciana se interpuso en nuestra conversación con advertencia.

Pero cuando la miré con esos ojos totalmente abatidos y desgastados por haber derramado tantas lágrimas, simplemente negué con la cabeza.

–Dame una respuesta. 

Era una orden de la personificación de la muerte y no podía evadirla. Esta sería la última vez que vería a todos los miembros del poblado, la última vez que los vería con vida porque cuando los volviese a ver, estaría muerta. Nada de esto tendría que haber ocurrido, era el día más especial de mi vida y acabó convirtiéndose en el peor día de todos. Antes de pronunciar mi sentencia, quise buscar a todas aquellas personas que quería, miré a toda mi familia al completo disculpándome por lo que iba a hacer, busqué a Naya que simplemente me miraba con pena y sollozando, también busqué a Shandor que lo ví removerse en su asiento como si estuviera a punto de saltar para salvarme pero no había nada que pudiera salvarme de aquello y por último, lo miré a él, miré a Neith que estaba paralizado con el rostro pálido y con ojos suplicantes. Cerré los ojos, no podía creerlo de verdad, esa noche Neith me había tratado con tanto cariño que empecé a no odiarlo y ahora me lo iban a arrebatar todo. Mi vida, mi efímera vida iba a terminar tan rápidamente que no pude disfrutar mucho de la vida, de todo los placeres y divertimentos que podía ofrecerme la vida ni poder lograr mi sueño. 

Todo se había acabado para mí y cuando volví a abrir los ojos con pesadez, intenté sonreír pero no pude conseguirlo. Quería que todos me vieran como una heroína que se había sacrificado por la vida de su familia y eso es lo que iba a hacer. Aparté con desgana la que podía ser la última vez que lo mirara, me dirigí hacia el ser tenebroso que me observaba expectante y simplemente lo solté, pronuncié las palabras más difíciles de mi vida.

–Acepto su reclamo, Señor de las Almas Perdidas.





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